EL CLIENTE DE MAMÁ LIBRO II// CAP. 2

Capítulo 2

***




Carmen, la madre de Alex, ha aparecido al fondo del pasillo justo en el momento preciso en que yo salí hacia la puerta de mi alcoba. Como es costumbre, una hilera de varones cachondos está en los laterales del pasillo mientras observan la lenta procesión que preside aquella majestuosa mujer cincuentona que parece por lo menos diez años más joven, tal y como en su momento hizo mi madre cuando vino aquella vez.

—¡Pffff… pero que delicia de zorra! —escucho decir a alguien de los que miran expectantes.

—¡Vaya con nuestra preciosa Tiffany! —menciona otro—, ¿ya vieron el culazo que se carga la cabrona?

Carmen, o Tiffany (como la he llamado en su faceta de puta), aunque estaba advertida, no puede evitar sentirse expuesta y avergonzada, a juzgar por los pasos violentos que empieza a dar cuando todos la miran y la morbosean, mientras se dirige por el largo pasillo en donde la escoltan una multitud de soldados cachondos. 

—¡Mira esas ubres que le rebotan a la perra! —dice Alex, que se ha posicionado como mi peor enemigo desde aquella noche en que secuestró a mi madre con la intención de violarla, tiene una cara de pendejo que no puede con ella, sin saber que la mujer que se ve de lejos y a la que acaba de insultar así es su madre—. ¡Hummm ricura… con esas tetazas y ese culote yo si te cojo toda la noche!

¡Vaya con este imbécil de mierda! ¿Es que cómo Alex podría identificarla? Si su madre, que siempre ha llevado su cortina de pelo de color rubio, ahora lleva una peluca escarlata y con flequillo muy natural que le cae rizada por la espalda y de alguna manera la hace lucir muy extravagante, cosa que la Carmen del diario jamás se atrevería.

—¡Vean cómo le botan las ubres, mamacita rica! —vuelve a morbosearla el muy pendejo, mientras su madre intenta no dejarse ver la cara.

Carmen, una ama de casa tradicional, siempre ha vestido de forma recatada, como si fuese una protestante. Por eso difícilmente Alex podría imaginar que aquella voluptuosa y sensual mujer pelirroja y de labios rojos que se acerca hacia mí, sea su madre.

—¡Menuda golfa te has agenciado, ¿eh, Erik?! —rompe a reír el pendejo de Alex, ignorando de que esa “golfa” es nada menos que su progenitora.  

—Sin duda alguna, mi estimado Alex —sonrío yo, frotándome las manos.

Todos los chicos asoman las cabezas y observan a Carmencita avanzar, mientras ella baja la mirada y camina sobre unos tacones de 15 centímetros con bastante nerviosismo, cuidando de que su hijo no la identifique.

—¡Ufff… pero miren que culote tiene esta guarra! —dice Andrés Colmenares, uno de mis camaradas—. ¿Así que te llamas Tiffany, putita?

Todos echan a reír mientras observan su sensual cuerpo.

—¿Han visto tremendas tetazas que lleva la cabrona? —menciona Miguel Cuencas—. ¡Menudas ubres tienes! 

Aunque Carmen no lleva un escote tan pronunciado, sus enormes mamas se distinguen a través de la tela que se unta a su cuerpo como una segunda piel.

—Dejen de chingar, cabrones —les advierto.

Carmen, horrorizada, ha venido tal cual se lo he pedido, con un maquillaje elaborado a lo putón que le viene muy bien, así como un par de pestañas espesas y negras que acentúan su mirada. Además, le ordené que al llegar al cuartel se quitara el abrigo que llevase encima para que todos los cadetes, incluyendo su hijo, pudieran mirar el minivestido negro que le he hecho ponerse, mismo que se adhiere a sus carnosas piernas que van cubiertas con un par de sexys medias negras que la hacen lucir maravillosa, en tanto sus abultadas nalgas vibran como gelatinas al caminar.

—¡Eh, eh, sin tocar! —exclamo cuando a la mitad del camino algún cabrón se la ha ocurrido darle una nalgada.

Tampoco voy a permitir que la denigren así. La lección que voy a darle a este hijo de puta tiene sus límites.

—No te pongas castroso, Erik —se carcajea Alex haciéndose el chistoso—, que para eso son las putas, para tocar, ¿qué no?

“Si supieras de quién se trata esta puta pendejo, no dijeras mamadas.”

—No las mías, no mis mujeres —respondo al misógino de mierda—, no me gusta compartirlas ni que las manoseen en tanto están conmigo. Si acaso miren, pero nada más.

Noto que Carmencita se pone colorada mientras camina con la mirada gacha, entonces Alex vuelve a ponerla en aprietos cuando le dice:

—¡Levanta la mirada, bonita! ¿O es que te da miedo que te miren todos y reconozcan tu carita de puta? Que por lo menos déjanos mirarte, golfita.

Cuando tímidamente Carmen levanta la mirada ante la actitud pedante y grosera de su hijo, el rostro de Alex se descompone en el acto. No sé si han sido sus ojos verdes o sus labios gorditos, así como su mirada penetrante, lo que ha hecho que Alex la reconozca, lo cierto es que cuando lo ha hecho, el cabrón queda petrificado aun si su madre no se atreve a mirarlo a la cara.

 

***

—¡¿Cómo has podido hacerme esto, Erik?! —exclama Carmen cuando cierro la puerta tras de ella, poniendo el seguro—. ¿Cómo me has podido hacer esto?

—¿Hacerte qué, Carmen? —me vuelvo hasta ella.

—¡No me llames Carmen, recuerda que soy Tiffany!

—De acuerdo, Tiffany, ¿por qué estás tan asustada?

—¡Allá afuera estaba mi hijo, ¿lo sabes?!

—Sabíamos que era probable que estuviera allí, cariño.

—¡No, no, te pedí que él no estuviera! ¡Una cosa es que te quieras desquitar con él y otra muy distinta que permitieras que estuviera allí entre la multitud! ¿Te fijaste de qué manera tan humillante me habló?

—Bueno, pues ahora te has dado cuenta de cómo es tu hijo en realidad —le digo, tratando de acercarme a ella para consolarla.

—¡Su actitud es tan… asquerosa… como su padre! —solloza, echándose las manos a la cara, lo que permite que sus enormes tetas se aplasten una contra la otra—. ¡Y encima estaba allí, como los demás, viéndome pasar!

—A ver, Tiffany, te advertí que cuando una prostituta llega al cuartel, es de ley que la mayoría de chicos por curiosidad se ponen en los pasillos para verla entrar.

—¡Pero no me lo esperaba, Erik, ha sido muy fuerte para mí, te juro que no puedo creer que mi propio hijo me hubiera llamado de tal forma! ¡Y encima me obligas a llamarme Tiffany!

—¿Qué pasa con el nombre?

—¡Que así se llama la novia de Chucky!

No puedo evitar romper en carcajadas cuando la escucho decir cosa semejante.

—¿Ahora te sigues burlando de mí, Erik?

—Por favor, preciosa, ya no te pongas así, ¿es que preferías que anunciara a mis superiores que vendría una “Carmen” a visitarme?

—¡No, yo sé que no pero…!

—Pero nada. Quiero que respires hondo y te relajes.

—¿Cómo me voy a relajar sabiendo que mi hijo me ha visto?

—Ni siquiera te ha reconocido, Tiffany —trato de serenarla mientras le acaricio sus hermosas nalgas, sin que ella ponga resistencia.  

—¿Y… cómo lo sabes? —me dice al sentir mis dedos en sus carnosos glúteos.

—Porque si lo hubiera hecho te lo habría reclamado en el momento —le miento, porque sé que Alex sí que la reconoció, pero por miedo y vergüenza no hizo nada.

—¿Y exponerse ante todos los demás, dejándolo como el hijo cuya madre ha venido a prostituirse con uno de sus compañeros? ¡Claro que no! Alex me ha reconocido y no sé qué vaya a pasar después, ¿sabes que si se lo dice a mi marido soy una mujer muerta?

Apenas me doy cuenta de lo hermosa que es. Su aroma es tan exquisito que poso mi nariz en su cuello y la comienzo olfatear como un león a su presa.

—Nadie te hará daño, Tiffany, ¿entendido? Yo no voy a dejar que nadie te lastime.

—¡Lo dices tan fácil, Erik…! —lloriquea, sintiendo cómo mi rodilla separa sus muslos para acceder a ella.

—Te digo lo que es, preciosa. Te aseguro que tu hijo no te ha reconocido: esta peluca pelirroja que llevas puesta (y que por cierto luce muy natural), te cambia mucho, según las fotos tuyas que vi en tus redes sociales. Además siempre vistes muy recatada. Este vestido tan estrecho, los tacones y el maquillaje te hacen lucir diferente. Te aseguro que Alex no te reconoció.

—¡Cabe la posibilidad de que sí lo haya hecho, Erik!

Atraigo a Carmen hacia mi cuerpo sólo para percibir la dureza de sus gordos pechos que se desparraman contra mí. Poso mis manos en sus nalgas y las estrujo fuerte.

—¿Por qué estás sonriendo, Erik? ¿Te parece gracioso someterme a esta humillación ante mi hijo y los amigos de mi hijo?

—Tú y yo sabemos que Alex merece este escarmiento —comienzo a recorrer mi lengua por sobre su cuello.

—Yo… lo sé… Erik, pe…ro cuando te dije que mi hijo merecía un escar…miento en ningún momento me imaginé que… te referías a esto...

Carmen, a pesar de estar nerviosa, se deja hacer.  

—¿Entonces por qué viniste cuando te lo propuse?

—¡Porque… tuve miedo de que si me negaba tú me chantajearías!

—¿Y cómo podría chantajeaste a ti, si se puede saber?

—¡Con las fotos que te mandé… desnuda…!

—No aparece tu rostro, Tiffany.

—¡Pero fui una tonta al no considerar que los fondos donde aparezco son los de mi habitación o mi baño! Mi marido y mi hijo muy rápido lo considerarían.

—Jamás te habría chantajeado con algo así, Carmen, te lo digo de verdad. Yo no soy como el imbécil de tu hijo. Yo no soy así de frívolo y perverso

—¡¿Ah, no?! —me reclama, con los ojos aguados—. ¿Entonces explícame cómo fue que me sedujiste por Facebook, haciéndote pasar por un hombre de mi edad al que le conté todas mis intimidades?

—Por favor, hermosa… —vuelvo apretar sus nalgas.

—¡Me mentiste, Erik! ¡Me siento tan dolida!

—No fue mi intención herirte.

—¡Pero lo hiciste! Y yo, a mi edad, fui una tonta al confiar en ti. Pero es que me sentía tan sola… tan vulnerable, y por eso psicológicamente me vinculé a ti, y sin una razón aparente comencé a contarte todos los problemas que tenía con mi marido, la forma en la que me engaña, en como mis hijos, incluyendo a Alex, sólo ven en mí a una criada a la cual explotar. Y tú te aprovechaste de mi debilidad para seducirme.  

—Fue precisamente por eso que te dije la verdad, Carmen o Tiffany, como quieras que te llame. Me mostraste tu alma y yo me sentí con el deber de decirte quién era yo y lo que pretendía. En el fondo sabes perfectamente que te quiero… han sido casi dos meses de hablar a diario, de contarnos cosas y…

—¡Y nada…! —comienza de pronto a llorar—. ¡Te has burlado de mí! ¡Me has hecho creer que te gustaba y que me querías sólo para vengarte de mi hijo! Y si estoy aquí es porque tengo miedo de que luego me chantajees y…

—¡Ven aquí, querida, que voy a demostrarte lo mucho que te deseo! —la atraigo hacia mi cuerpo con cautela, apretándole las nalgas de nuevo—, y te advierto que nadie va hacerte daño, ni tu hijo ni tu marido. Y si alguno de los dos intentara algo contra ti, te juro que los desbarato a puñetazos.

***

Posiblemente a Carmen le ha excitado que haya un hombre sobre la tierra que esté dispuesto a defenderla, y quizá por eso ella misma, aun si se había tornado renuente al inicio, ahora se ha restregado contra mí y me ha ofrecido su boca para besarnos.

Con timidez me abraza y coloca sus manos por mi fuerte espalda, la cual acaricia de arriba hacia abajo, por lo que decido apartarla un momento para quitarme la camisa y así permitir que el contacto de sus caricias contra mi piel sea más placentero.

—¡Por Dios… pero eres una montaña de músculos! —me dice asombrada, morboseando mis pectorales y mis fuertes músculos—… tú eres el tipo de chico que sólo sale en las películas.  

—Y soy todo tuyo, mi encantadora milf —le sonrío.

—¿Cómo me has llamado?

Pero Carmen está tan caliente y tan ansiosa de tomarme y de acariciar cada uno de mis músculos, que no espera una respuesta, sino que nuevamente se restriega contra mí y me besa. Yo me flexiono para alcanzar su boca, pues aunque lleve un par de zapatillas de quince centímetros, me sigue quedando pequeña. 

Al principio el beso se torna tierno y apasionado, mientras ella con sus uñas araña mi musculada espalda, pero como tengo deseos de mostrarle lo que es un beso de verdad, de esos que en su vida le ha dado el idiota de su marido, con mi lengua empiezo a golpetear sus labios cerrados hasta que logro entreabrirlos.

—¡Mhhhffggggf!

Carmen parece no estar tan acostumbrada a esta clase de invasiones lúbricas en la boca, pero tan pronto como admite el gusto por la sensación de nuestros alientos chocando entre sí, abre completamente la boca y decide recibirme, de manera que nos fundimos en una batalla campal con nuestras lenguas que producen bastantes fluidos bucales que escurren por nuestras comisuras.   

—¡Ohhh…! Erik… para… para… —gime ella tratando de apartarse—… ¿Qué no ves que yo podría ser tu madre…?

—¡Ufff… que rico y que morbo si así lo fuera…! —le digo, apretándola contra mi cuerpo, a fin de que sienta mi enorme bulto golpeteando su cuerpo.

—¡Me siento tan vulgar… vestida así! —murmura en mi boca mientras nuestras lenguas se baten con bastante humedad y mi bulto se restriega sobre sí.

—¿Y no te pone cachonda vestir así de vulgar, Tiffany? —Meto mis manos debajo de su vestido de licra y percibo la sedosidad de su piel caliente por arriba de las medias negras, que arde al contacto de mis dedos—. Me dijiste que tu fantasía era hacer de prostituta. Pues bien, ahora ejercerás de mi puta… y como tal te trataré, ¿entendiste?

Ella juega con sus disyuntivas morales que luchan entre sí y entre no, aun si noto que está muy caliente. Por eso la agarro muy fuerte de las nalgas y la levanto del suelo hasta llevármela contra la pared lateral.

—¡Erik… no… por favor… nunca he sido infiel a mi marido…! —me dice entre gemidos y suspiros eróticos.

Por inercia, Carmen me rodea las caderas con sus piernas para no caerse y se cuelga de mi cuello a medida que yo la empiezo a besar de forma más apasionada, pegando por completo su espalda contra la pared.

—¡Oh… Erik… me vas a tirar al sue...lo…! ¡Ahhh!

Amaso con desenfreno sus gordos glúteos, hasta que mis dedos se deslizan hacia su sexo empapado y lo empiezo a palpar, mojándome las yemas y las falanges.

—Así que estás asustada, ¿eh zorrita?

—¡Oh, sí, Erik… lo essstoyyy…!

—¿Entonces explícame cómo es que estás tan mojada y caliente, putita pervertida?

Con mis dientes me las arreglo para morderle el cuello y luego desciendo y decido bajarle los bordes del escote, de modo que sus inmensas carnes se liberan deliciosas y chocan en mi cara. Yo las atrapo con mi boca y comienzo a succionarlas.

—¡Pero que ricas tetas tienes, putita! —le digo entre chupadas, succiones y mordiscos, sin dejar en ningún momento de jugar con su entrepierna mojada, desde donde percibo una ligera vellosidad que ya debe de estar pringada de sus propios fluidos—. ¡Hummm! ¡Qué duros tienes los pezones, Tiffany, parecen piedras!

Pero Carmen está abstraída por el placer que le producen mis agasajos, impulsando sus caderas contra mí para sentir mi erección. Con los bordes de sus tacones empuja la pretina de mi pantalón hasta que este cae en mis tobillos. Con mis pies me descalzo y me saco el pantalón, empujándolo hacia mi costado. Me las arreglo para quitarme el bóxer y quedar en pelotas.

—¡Oh, por Dios! —jadea ella al sentir la punta de mi poderosa erección, que, dura y tiesa, está palpitando en su entrepierna—… ¡¿es… tan grande como en las fotos?!

El asombro de su lasciva voz me hace entender que la pobre mujer está hambrienta de verga, que todo lo que está viviendo parece muy nuevo para ella. Probablemente es cierto que nunca ha sentido otra polla que no sea la de su marido, y por eso quiero que disfrute. Esta noche quiero que ambos disfrutemos.

—No puedes verla por la postura en la que estamos, putita —le digo—, pero sí que la vas a poder sentir. Es tan grande como te la enseñé en fotos y como ahora misma la vas a sentir.

Me da un morbazo tremendo tenerla en volandas, vestida con mini vestido, con las tetas enormes fuera de su escote, sus medias de nylon rosándome la espalda y con los tacones puestos. Con uno de mis dedos hago a un lado la tanguita mojada que lleva puesta y me las arreglo para que sus caderas desciendan un poco a fin de que mi glande pringoso se encuentre con su deliciosa hendidura central.

—¡Aaaahgg! —grita cuando mi cabezón comienza a atravesar sus labios vaginales, los cuales están más lubricados de lo que podría esperar—… ¡Oh, por Dioooss!

Sus carnes interiores están tan excitadas y calientes que muy pronto me succiona mi erección, absorbiendo poco a poco cada centímetro de mi longitud.

—¡Qué me haceees… qué me haceees! ¡Oh, Erik… es tan grande… tan gruesaaa! ¡Ah! ¡Aaah!

Las tetotas de Carmen queman mis pectorales. Sus pezones de hunden en mi piel. Mi boca atrapa la suya y entre sus gemidos la comienzo a lengüetear. Además, su coño es un pozo estrecho de magma y paredes que se aferran a mi verga mientras la entierro dentro de ella. Y ella la recibe con los ojos torcidos, con el aliento hirviente, con sus uñas enterradas en mi espalda, y con sus jadeos sumergiéndose en mi boca.

—¡Ufff… mami, qué rico aprietas… sigue así, así…!

—¡Oh, Erik! —grita ella cuando de golpe se la termino de enterrar, de modo que mis huevos chocan contra su culazo que se mueve aun contra la pared—. ¡Aaaahggg!

—¡Dime “cógeme más fuerte mi coronel”! —le exijo cuando le saco la verga y se la vuelvo a meter, evocando los excitantes recuerdos de mi madre cuando me llamaba así “mi coronel” mientras yo le batía los caldos vaginales con mi polla en cada estocada—. ¡Dilo…!

—¡Oh, así… cógeme más fuerte mi coronel… más… más… más…! —comienza a balancearse y a gritar.

La manera que tiene su panochita madura para engullir mi pollón es deliciosa, incluso cuando le saco sus primeros orgasmos y luego nos tumbamos en la cama.

—¡Cabálgame, yegua! —le digo cuando me pongo bocarriba, después de haberle sacado el vestido de su cuerpo—. ¡Estás deliciosa, putita!

Yo me recuesto bocarriba, mientras la novia de papá se quita finalmente el vestido, el que tira por ahí. Todavía con los tacones puestos Carmen me monta, colocándose a horcajadas y me empieza a darse sentones cuando se introduce mi falo dentro de ella.

—¡Aaahhh… putita…!

—¡Me estás rellenando todaaa Erik…!

Mientras ella baila sobre mi verga yo llevo mis manos a sus tetas y las estrujo, para luego pellizcarle sus pezones con las yemas hasta que grita de dolor y placer.

—¡No dejes de darse sentones… así, culona, así…!

La manera en que ella empieza a botar su culo sobre mis muslos es abrumadora. Devuelvo mis manos por sus laterales y las desciendo hasta llegar a sus caderas, de donde la agarro para impulsarla en su cabalgada.

—¡Se nota que hacía tiempo que no te cogían!

—¡Ah, síii… y cuánta falta me hacía! ¡Cógeme duro, mi coronel, muy duro! —me dice, trayendo de nuevo a la mente a mi adorable madre.

Las tetas de la madre de mi peor enemigo botando en su pecho mientras sube y baja sobre mi pene le otorga al momento un morbo y calentura adicional.

—¡Siento… que me orino… Erik…! ¡Oh! ¡Aaah! ¡Ufff!

Los burdos sonidos de sus nalgas azotando sobre mis piernas mojadas por sus flujos, mientras sus redondas tetas botan una y otra vez en su pecho me escalofría. 

—¡Dios! ¡Dios! ¡Qué rico me la metes, que ricoooo!

Cuando hacemos un cambio de posición, aprovecho para ponerla a cuatro patas y que me ofrezca su delicioso culo, el cual, todavía con la tanga puesta, se parte por mitad. Enfilo mi venoso miembro sobre su vagina ya entreabierta y se la vuelvo a clavar mientras la agarro a nalgadas que dejan mis dedos pintados en sus glúteos.

—¡Ay, Erik, aaaay!

Mientras la taladro fuerte abro sus nalgas con mis manos, sólo para lograr ver ese encantador ano dilatado que alguna vez tronaré.

Pero es oírla gritar y jadear de placer, mientras su hijo debe de tener las orejas pegadas a la puerta, para sentir que voy a correrme en cualquier momento.

—¿Dónde los quieres? —le digo—. ¡Ya voy a eyacular!

—¡Aquí… aquí… en mis nalgas… quiero sentirlas embarradas de tu lechita caliente… por favor!

—¡Como ordene la reina!

Chorros espesos chocan contra sus abombadas nalgas, mientras la madre de Alex jadea con lascivia mientras siente la cantidad ingente de esperma que le cruzan el culo una y otra vez.

 

***

—¿Por qué me miras tanto con esa sonrisa pícara, eh, guarrona? —le pregunto cuatro horas después, después de la tercera cogida que le pongo y cuya corrida esta vez ha caído en su carita, que se empieza a limpiar.

—Porque en verdad eres un chico muy guapo, Erik, al cual, por cierto, le doblo la edad.

—¿Qué pasa con la edad? —le pregunto mientras veo su maquillaje corrido y sus labios hinchados.

—Tengo 50 años.

—No los aparentas… 

Los polvos que nos hemos dado han sido tan desenfrenados que la pobre ha quedado sin la peluca, pero sí con sus cabellos rubios enmarañados. 

—Sabes que sí, cariño —me dice. Carmen posa sus carnosas nalgas sobre sus talones mientras se limpia los restos de esperma que le he dejado—. Ya soy una mujer madura a la que le da vergüenza incluso desnudarse con su marido… quien acostumbra engañarme con chiquillas de tu edad. Y mírame ahora… encuerada para ti.

—Pues ese cornudo no sabe de lo que se pierde, Carmen. No hay nada más delicioso que tener sexo con una mujer madura. Ustedes ya saben lo que quieren, casi no se asustan de nada, y, por si fuera poco, son muy experimentadas.

—Como habrás notado, yo no soy tan experimentada.

Recordar las ricas mamadas de verga y huevos que me ha dado me hacen dudar de sus palabras.

—Aún así, me la he pasado fabuloso contigo, Carmen. ¿Ya puedo llamarte Carmen? ¿O prefieras que te siga llamando Tiffany?

—En realidad no sé si puedo seguir confiando en ti, Erik.

—¿Y si te cuento un secreto muy serio crees que confiarías en mí?

—¿Un secreto? —me pregunta, echándose en la cama para abrirse de piernas y limpiarse los flujos producto de sus orgasmos, que aún le mojan los muslos.

—Sí, un secreto inconfesable y tan delicado, que cuando te lo cuente ahora sí que confiarás en mí completamente, por la envergadura del mismo.

—¿Tanto así? —su hendidura abierta me empieza a calentar de nuevo. Esa postura es deliciosa. Se le ve todo, casi que hasta la garganta.

—Te lo juro.

—¿Y cuál es ese secreto?

—Hace poco más de dos meses… vino mi madre al cuartel, y se hizo pasar por prostituta… como tú.

—¡Madre Santa! —responde, incorporándose de nuevo.

—Pero, Carmen, eso no es lo delicado del asunto.

—¿No? ¿Entonces qué es lo delicado?

—Lo delicado es que… me la cogí durante toda la noche —El semen que aún tiene sobre los pezones hacen lucir a la madre de Alex como una autentica putita.

—¡¿QUÉ?! —la palidez de su semblante es tan escandaloso que por un momento pienso que se ha convertido en estatua de mármol—. ¿TRATAS DE BURLARTE DE MÍ?

—No te estoy mintiendo, Carmen. Es tal cual te lo digo. Esa noche metí de infraganti a mi madre a este mismo cuarto haciéndola pasar por una prostituta, y… una cosa nos llevó a la otra y terminamos teniendo sexo.

—¡Santo Dios, Erik! ¡Pero es tu madre!

—Lo sé, Carmen, lo sé. De hecho, Alex, tu hijo, se enteró de eso y por eso irrumpió en esta alcoba y trató de chantajearnos. Fue allí cuando él, junto al imbécil del maricón de su amigo, me sometieron y se llevaron a mi madre para… intentar violarla.

—¡Por Dios Santo, Erik! —exclama mi putita todavía con un gesto descompuesto—. ¡No sé qué me impresiona más, que te hayas acostado con tu propia madre o que ese hubiera sido el motivo por el cual mi hijo trató de abusar de ella!

—Si no me equivoco, lo que más te ha impresionado es lo primero, lo de que me he acostado con mi madre, porque de alguna manera, lo segundo, ya te lo había contado.

—¡Pero es que… ¿cómo has podido, Erik?! ¡Se trata de la mujer que te trajo al mundo! ¡Eso es aberrante…! ¡Es horrible! ¡Y lo peor es que tu madre lo consintió! ¿Cómo ha podido acceder a eso?

—Porque nos amamos.

—¿Qué? ¿Amarse? ¡Claro que no! ¡Están confundidos… ustedes se aman como madre e hijo, no como…!

—Nos amamos como mujer y como hombre, Carmen, te lo aseguro, además de nuestro natural parentesco.

—¡Pero esta clase de relaciones incestuosas no pueden ser!

—En el corazón y en las hormonas no se manda —le recuerdo—. Ambos sentimos una atracción muy fuerte que no hemos podido contener. Si conocieras a mi madre lo entenderías. Ella es tan hermosa, incluso tiene rasgos orientales, se llama Akira.

—¡Pero Erik!

—Vamos, cariño, no me mires como si yo fuera un fenómeno. No me hagas sentir más mal de lo que me siento. Ella y yo sabemos que lo que ha pasado está mal. Que no podemos desearnos como lo hacemos, y que no debemos de permitir que ocurra otra vez, pero en el fondo, este deseo es más fuerte que nosotros. Una vez abierta la puerta de pandora, ya no la podemos cerrar.

—¡Caray, Erik! Esto es muy fuerte para mí. Es que simplemente yo no me imagino… teniendo sexo con Alex, ¡por Dios, qué asquerosidad!

—Es que allí lo asqueroso no sería la acción en sí, querida, sino Alex, que ese sí que es un ser repugnante y asqueroso por sí mismo.

—Por favor, guapo —comienza a serenarse—, tampoco te expreses así de él. Después de todo es mi hijo.

—Sí, pero eso no quita que sea un ser repugnante y asqueroso. —Carmen sonríe un poco, y me alegra que se esté relajando—. ¿Ahora entiendes por qué este secreto es tan importante para mí?

—Sí, sin duda que lo entiendo.

—¿Ahora confías en mí?

—Sí, creo que sí.

—¿Vas a guardarme el secreto, Carmen?

—Por supuesto, Erik… lo haré, sin duda que lo haré. Lo que no sé es cómo has podido hacer para que Alex, con lo atrabancado que es, no haya dicho nada.

—Tengo mis propios métodos. Además… ahora que tiene la duda entre si tú eres su madre o no, te aseguro que con tal de no quedar como un estúpido ante los demás, no abrirá la boca.

—Gracias, cariño, mil gracias por confiarme todo esto. Ya me siento menos burlada que antes… Pero…

—¿Pero…?

—¿Te puedo pedir un favor?

—El que quieras…

—¿Me puedes coger otra vez?

Mi verga vuelve a palpitar cuando me lo pide así.

—Ah, menuda zorrita, ¿así que te han gustado mis vergazos?

—No es broma cuando te digo que jamás en mi vida había disfrutado el sexo como ahora. Ustedes los jóvenes tienen una vitalidad que Ufff… ya quisiera el cornudo de mi marido tener semejante fuerza.

—Pues entonces hagámosle los cuernos más grandes, mami… ponte a cuatro patas, que ahora mismo te voy a volver a coger, hasta que tus piernas tiemblen y tu panochita expulse litros de placer.

 


***

 

—¡Menuda puta te has cogido anoche, mi buen Erik! —me dice Miguel a la hora de la comida.

—Una de las mejores putas que he tenido —admito.

—¡Tremendo culazo tenía la zorra!

—Y no le viste las tatazas que le cuelgan, colega.

—Me las puedo imaginar, mi buen Erik, ¿y qué tal es para mamarla?

—¡Una diosa para las mamadas! —admito—. Y no sabes las rusas que hace con tremendas tetas. Además, es buenísima moviendo el culo. Le di tremendas taladradas que casi se le salen los ojos de las órbitas.

—La oímos en todo el cuartel, cabrón. Gran puta te agenciaste. ¿Cómo dices que se llama?

Alex palidece y me mira casi con súplica cuando todos esperan mi respuesta, como si temiera que yo diga el nombre de su madre.

—Tiffany —respondo para su alivio, pero decido seguir jugando con sadismo cuando añado—: pero lo más morboso de ella no es sólo su culazo, sus tetazas y el rico chocho jugoso que tiene entre las piernas, sino el hecho de que está casada y tiene hijos.

Con una sonrisa miro a Alex, quien se pone rojísimo de la ira y comienza a empuñar sus manos.

—¡Vaya con la guarra esta, ¿eh?! Dicen que las casadas son las mejores.

—En efecto —respondo riendo—. Me dijo que el cabrón de su marido es tan pusilánime, que jamás fue capaz de sacarle un orgasmo.

Todo el mundo se echa a reír mientras Alex carraspea y casi saca humo por las orejas. Entonces Andrés detona una paliza verbal cuando dice:

—Imagina si el pobre cornudo y los estúpidos de sus hijos se enteraran de la putita que tienen por esposa y por madre la que se armaría.

—Ya te lo creo —respondo a carcajadas.

Estoy disfrutando como un enano la cara de imbécil que pone Alex cada vez que me escucha decir semejantes guarradas. Siento una satisfacción muy grande tenerlo justo así, con la duda de no saber si la mujer que estuvo anoche en mi habitación es su madre.

Aunque traté de convencer a Carmen de lo contrario, en el fondo sé que Alex sabe que Tiffany era ella. Y tal humillación lo está matando. Lo interesante de todo es que el machito de mierda jamás se atreverá a reclamarme nada, primero porque me tiene miedo, y segundo porque eso sería tanto como admitir que yo, su peor enemigo, me he cogido a su propia madre.


***

Pasan las semanas y me entristece no recibir una nueva noticia de mi Akira. De alguna manera sé que ella no quiere romper conmigo, por eso me respondió con aquel (punto) aquella vez, pero por otro lado no es capaz de darme señales de vida, y eso me frustra demasiado.

Afortunadamente todas las noches me hablo con Carmen, con la que he formado una bonita relación a distancia, además de comenzar a sentir por ella un aprecio real que ni siquiera sentí por Astrid en su momento, y esto de alguna manera merma un poco la ausencia que siendo de Akira, aunque no del todo. Hemos acordado que pronto nos volveremos a mirar, pues para escaparse de su marido, como la última vez, es más difícil que hacer que a Alex le carbure el cerebro.

Cabe recalcar que Carmen ha dejado de enviarle víveres a su hijo, y ahora me los envía a mí. Por supuesto, sin que nadie sepa la procedencia.

Esta mañana hemos simulado una ofensiva con armas reales, en la sala de entrenamiento. En dos días nos iremos a la sierra a “cazar” sicarios, y la aventura, aunque es riesgosa, me tiene muy entusiasmado.

—Pues a rellenar bien la barriga, muchachos —dice uno de nuestros superiores—, porque muy pronto nos enfrentaremos un cártel bastante bélico. Así que los que vendrán al operativo coman y guarden fuerzas, porque a nuestros enemigos no les importará arrancarles las cabezas y sacarles las tripas con lo primero que se encuentren.

Siento un terrible escalofrío. Lo peor es que tal sensación de temor se acrecienta cuando aparece el Almirante Fábregas, cuyo cabo favorito es Alex y sus amigotes, y me empieza a joder gritándome delante de todos los que estamos en los comedores:

—Mira, Erik, hazme el puto favor de anunciarme con anticipación cuando vaya a venir alguna de tus putas al cuartel, ¿me entendiste? Me emperra que tomes decisiones sin avisar.

Su exagerada acusación me toma por sorpresa, y se lo hago saber:

—¿De qué está hablando, almirante Fábregas?

—No te hagas pendejo, cabrón, que estoy hablándote de tu cita de mañana.

—¿Cita de mañana? —me levanto dispuesto a encararlo. Si algo me caga es que me acusen por algo que no he hecho—. ¿Cuál cita? Yo no tengo ninguna cita, y mucho menos mañana.

—Te advierto que como te sigas haciendo pendejo te voy a meter un palo en el culo.  

—Le juro que no sé de qué me habla —admito con ira.

—Esta mañana ha hablado una de tus putas, que para confirmar la cita que tiene mañana contigo, que es tu día de recibir putillas.

—¿Qué…?—casi me atraganto—. ¿De quién se trata…?

—¿En serio te  haces buey?

—¿Tiffany vendrá? Le juro que no lo sabía, almirante.

Fábregas infla la nariz cuando responde, con odio:

—Eres tan puto vicioso que ya hasta te confundes entre tus putas… aquí dice Akira, no Tiffany.  

—¿Akira? —me tiembla el corazón—. ¿Ha hablado Akira para avisar que…?

—Sí, sí —grita el almirante enfurecido—. Mañana a las ocho llega esa furcia. Y que sea la última vez que organizas citas sin avisarme, ¿entendido, cabrón?

Y yo me quedo helado. Y de pronto mi corazón palpita muy fuerte. Y de pronto mi verga se empieza a levantar.

Mi madre vendrá otra vez… en calidad de puta. 


 

CONTINUARÁ

 

 

 


Comentarios

  1. Cómo puedo obtener todos tus Publicaciones soy un Administrador de Tús Relatos

    ResponderBorrar
  2. Tienes una Cuenta o por qué Aplicación Puedo Entrar que Ocupo

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Comentarios