Corrompiendo a mamá Libro II// Cap. 6
CAPÍTULO 6
I
“Video_3_Las_Guarradas_de_una_mami_cachonda_y_un_candente_trío.mp4”
Desde aquella
vez que llegué a casa con ganas de orinar, entrando al baño y sorprendiendo a
mi madre en la bañera, completamente desnuda, supe que todo cambiaría en mi
vida para siempre. Y aunque sabía que habría modificaciones en mi conducta,
nunca pensé que todo cambiaría en tales extremos.
No dejo de
pensar que de no haber entrado esa noche al baño y, sobre todo, de no haber
decidido espiarla, nada de esto estaría pasando. Pero el morbo pudo conmigo y
me hizo actuar con la polla. El morbo y la trasgresión de quedarme a
hurtadillas mirando lo que sea que ella estuviera haciendo fue mi sentencia
para padecer ahora semejante maldición.
Yo sabía que
era pecado ver algo tan íntimo sin que la otra persona se diera cuenta. Yo
sabía, incluso, que todo era peor ya que esa persona no era cualquiera, sino mi
madre, la que me había parido y criado para convertirme en lo que actualmente
era.
Yo, mejor que
nadie, comprendía que era aberrante sentir una erección como la que tuve esa
noche a causa de ella… de mi madre. Y sin embargo me quedé allí, observando
como un vil pajillero.
¿Por qué me
dejé arrastrar por la lujuria? ¿Por qué no pude evitar todo esto desde el principio?
¿Por qué permití que la lascivia se adhiriera en mi sangre y me obligara a
desear sexualmente a Sugey?
Para evitar
todos los desastres que están pasando ahora, sé que desde el principio tuve que
haber cerrado la puerta y haberme ido de allí, para no alimentar mis deseos por
poseerla.
Pero entonces
la lujuria me ganó, sobre todo cuando me concentré en sus dos enormes pechos
sonrosados que flotaban en el agua de la bañera como si fuesen globos de carne recién
inflados. No me pude contener al apreciar la abundante espuma blanquecina que apenas
cubría la mitad de sus areolas y la punta de sus puntiagudos pezones.
No me pude
controlar cuando vi sus ovalados y pequeños talones levantados, situados a la
altura de los bordes de la tina, con sus muslos completamente abiertos, y ella
bufando, mordiéndose el labio inferior, chapoteando en el agua mientras se
metía el mango de un utensilio de cocina dentro de su vagina, que estaba
sumergida en el agua.
Pasa el
tiempo y sigo anonadado recordando esa imagen tan brutal. La más erótica que he
visto, suponiendo el contexto. Todavía puedo cerrar los ojos y ver el mango del
utensilio, forrado con un condón transparente, desapareciendo debajo del agua
para clavarlo en su coñito, masturbándose.
Todavía puedo
escuchar sus cachondos jadeos, sus repetidos “¡MmmmHHH!” “Ayyy” “Aaaaah” “Hooooh”,
y ver la forma en que tiembla su cuerpo en la bañera mientras el condón
fricciona su interior excitado, ya abierto por tantas embestidas, y ella probablemente
imaginando que lo que la masturba en realidad solo es un rodillo, sino la verga
de un macho vigoroso que la embiste sin misericordia.
Y aunque
tengo los ojos cerrados, sigo escuchando unos delicados: “¡MmmmHHH!” “Ayyy”
“Aaaaah” “Sí” “Sí” “Sí” que en otras circunstancias me tendrían empalmado, pero
que, para mi mala suerte, estos gemidos ya no corresponden a la escena de la
bañera de aquél día, sino que proceden del video que ahora mismo estoy
reproduciendo y que Nacho ha filmado.
—¡MIERDA!
¡MIERDA! ¡MIERDAAAAAAA!
La garganta
la tengo reseca. Mis manos tiemblan sobre el cursor que hace que la pantalla de
vez en cuando parpadee. No puedo creer lo que estoy viendo. Me exijo pensar que
todo se trata de una maldita pesadilla.
No es
exactamente lo que veo ni a quienes veo, sino el contexto de todo. Las
circunstancias. Y Nacho, grabándolo, siendo consciente de todo.
—¡NOOOO!
La
taquicardia que siento es real. Incluso puedo percibir que el aire me falta. Me
gustaría poder tranquilizarme y pensar, pero no puedo. Todo es demasiado turbio
paran dosificarlo en mi mente. Bastante mortificante para procesarlo.
La cámara no
está fija, y tiene la resolución de un teléfono celular. Lo peor es que, como
el video anterior, este también se mueve de un lado a otro y no permite
quedarse inmóvil para capturar imágenes más nítidas.
A ninguna de
las dos se les ve la cara por la postura en la que están, no tengo ninguna duda
de que son ellas. Por supuesto que lo sé. Es hasta ridículo no saberlo cuando todo es tan evidente.
Es la postura
en que las dos están colocadas lo que en primera instancia impide que de
momento sus rostros sean revelados. Sin embargo, bastará con que alguien con
dos dedos de frente analice el video, investigue las fechas, la hora y vea la
habitación, para atar cabos y descubrir la verdad sobre la identidad de esas
dos mujeres.
Además, si
hiciera falta una prueba más concreta, la identidad del fulano que está detrás
de ellas chupándoles la raja y el culo como un poseso lo confirmaría todo,
porque, para grandes males, su rostro es sumamente explícito sobre todo en la
primera escena cuando recién se acomodaba en medio de las dos.
Y permítaseme
añadir que eso es lo que más impacto causaría… conocer la identidad del
personaje masculino.
Desde las
alturas, por donde se mira la imagen, se puede observar a las dos jamonas
colocadas a cuatro patas en el centro de la cama. Mi madre a la izquierda, y la
otra a la derecha.
Como digo, al
principio me cuesta distinguir sus rostros, que está uno frente al otro; pero
el camarógrafo ha tenido la delicadeza de hacer un zoom y capturar un beso
lésbico que más bien parece una batalla de lenguas prosaicas que batallan entre
sí, ensalivándose, jadeando y chasqueando en cada movimiento que hacen entre
las dos.
La cascada
rubia de mi madre brilla bajo la luz de la lámpara del cuarto. No puedo ver sus
hermosos ojos azules porque ahora mismo los tiene cerrados, concentrándose en
jugar con la punta de su lengua y la otra que se le ofrece lujuriosamente.
Su cuerpo
exquisito, voluptuoso, blanco como la nieve, reluce sudor. Su enorme culo en
pompa, que lo mueve oscilatoriamente cuando la cabeza del pobre imbécil se
clava en su vagina dándole chupadas desde la raja y hasta el agujerito rectal, tiene
alguna que otra marca roja por los azotes que ha recibido recientemente.
—¡Huuuummmm!
—puedo percibir el color de voz de mamá, que luce excitadísima recibiendo
semejante chupada de coño y culito.
Y yo no puedo
más que horrorizarme, por el hecho de que todo esto está siendo filmado.
Mientras
tanto, dos dedos del acometedor se insertan en el culo de Elvira, aquella
jamona grasienta de obesos pechos que luce extremadamente caliente, besando a
mamá al tiempo que echa sus caderas hacia atrás, permitiendo que los dedos
masculinos la masturben con ganas.
—¡JODER!
—digo sin aliento, observando con horror el espectáculo prosaico que éstas dos
milf están ofreciendo a la cámara del teléfono celular sin miramientos.
Lo peor es
que Elvira y mamá, así a cuatro patas en la cama como están, actúan y
despliegan toda su sordidez porque ignoran por completo que alguien las está
filmando. De saberlo estoy seguro que ninguna de las dos lo habría consentido,
o mínimo, no habrían actuado así.
—¡Hahh!
¡Huuuuum! ¡Síiii!
El video, que
continúa con una cuestionable calidad de enfoque, hace un corte que deja la
pantalla negra por al menos un segundo, tras lo cual, vuelve a aparecer una
escena donde la posición de las dos jamonas ha cambiado.
Mi madre está
recostada ahora bocarriba, su pelo extendido en la cama y sus deliciosas mamas
cayendo en sus laterales con gran maestría.
Elvira, que
se acomoda su melena roja, se sienta al costado de mamá, y en la imagen se
puede distinguir la enormidad sus glúteos que podrían servirle a ella misma
como sentaderas en las cuales aguardar su turno.
—¡No puedo
creerlo! —digo impresionado de lo que veo, mientras el pobre imbécil que sale
en pantalla separa las piernas de mamá, las levanta y pone los muslos sobre sus
hombros, a fin de poder acomodarse en el medio de ella para finalmente
penetrarla con ardor.
Y los
chillidos y vaivenes que comienzan justo ahora son de película erótica, más que
porno, porque durante la cópula ella enreda sus piernas en las caderas del
pobre imbécil, y luego ambos se besan, se acarician, se aman… se adoran, todo
transcurre con verdadera pasión.
En cambio,
cuando hay un corte de cámara e inicia otra escena, aparece el mismo pobre
imbécil follándose con desespero a la pelirroja, quien berrea y grita palabras
altisonantes una y otra vez mientras es embestida en repetidas ocasionas.
“HAh” “Ufff”
“¡Haaah!”
Las posturas y los gritos son
variados. De pronto hay cortes en el video y las posiciones cambian en la nueva
imagen. También los gritos, chillidos y el sórdido sonido de los muelles de la
cama sacudiéndose sobre el lugar parecían tener diferente entonación, incluso a
la hora de la eyaculación del pobre imbécil, que inunda las entrañas de Sugey.
—¡Oh, Jodeeeer!
—¡Haaaaaahhhh! ¡Huuuummmm!
—¡Ufffff! ¡Haaaaahhhh!
Y yo, con la
cabeza caliente y a punto de colapsar, considero que sería redundante seguir
narrando lo que veo, porque de alguna manera ya lo he contado antes en primera
persona. Digamos que ahora lo veo todo desde otra perspectiva, porque la
realidad de las cosas es que verlo es distinto que sentirlo… aun si es la misma
escena que ya viví.
Porque sí, quienes
aparecen ahora en la pantalla de la laptop que me prestó Gerónimo, el hijo de
esa pelirroja que aparece en escena como toda una puta, somos mamá, Elvira y yo…
los protagonistas. O quizá los antagonistas, todo depende del contexto de las
cosas.
Ese es el
trío, nuestro trío, que yo protagonicé con ambas maduras, de las más memorables
que he tenido en mi vida, en aquella cabaña, en aquella noche, donde fornicamos
hasta el amanecer, aun si el video sólo dura veinte minutos mostrándome las
mejores escenas del mismo. O quizá sólo las que la memoria interna de su
teléfono pudo grabar.
—¡NOOOOOOOOOO!
En efecto,
todo ha sido filmado con un teléfono celular desde la ventana entreabierta del
cuarto de la cabaña. Y ahora entiendo que aquella sombra que vi en aquél
momento, antes de que la mejor amiga de mamá entrara a nuestro cuarto, no había
sido una alucinación mía. Ahí había estado alguien espiándonos.
—¡Hijo de
putaaaa! ¡Hijo de putaaaa!
Y ese espía
anónimo siempre fue Nacho. El hijo de su reputa y mil putas madre nos tendió
una emboscada, y, no sé yo, de pronto con la ayuda de la hipócrita de Elvira,
aunque ésta última teoría será fácil de confirmar cuando la encaremos mamá y
yo.
—¡Vamos, vamos, empuja, qué rico, Tito, qué rico!
—Sí, cabrón, así cógete a tu sucia e inceeestuoooosa
madre… vamos… dale duro… hazla correr, hazla correr.
—¡Sí, hijo, hijo… hijo… Sí, sí, sí! ¡Dame
más!
Mientras la
banda sonora del video continúa haciendo eco en mis oídos con semejantes
gemidos y jadeos, (en el que por cierto con los diálogos se sobreentiende el
contexto de todo lo que pasa por si algún espectador ajeno a nosotros lo ve), yo
no puedo dejar de pensar que ahora sí estamos perdidos. Ahora sí estamos en
manos de aquél cabrón.
Ahora sí,
cualquier esperanza que pudiera tener para vencerlo, está nulificada.
La pregunta
aquí ahora es… ¿por qué mintió a papá? ¿por qué sólo se acusó él como el amante
de mi madre y no le dijo nada sobre mí y mi calidad de pareja sexual de ella?
¿Qué es exactamente lo que ha pretendido cuando filmó y se guardó la
información? ¿Desde cuándo él lo sabe o lo sospecha? ¿Cómo y por qué se enteró?
¿Todo habrá sido producto de una maldita coincidencia, o, como yo lo pienso,
Elvira siempre ha estado de su parte y se lo contó?
Porque de lo
único que no tengo dudas es de que si se lo calló no fue por indulgencia, lo sé
bien, sino porque el muy cabrón está preparando algo verdaderamente perverso y
monstruoso que definitivamente le resultará más satisfactorio que sólo decírselo
a papá.
De momento
cierro la laptop, subo al cuarto que compartimos mi madre y yo y me tumbo sobre
nuestra cama provisional, sintiéndome moralmente abatido.
Ya no sé qué
puedo esperar de todo esto. Lo único que sé es que todo se irá a la mierda más
pronto que temprano.
II
Sugey ha
aparecido en la habitación dos horas después, cuando ya no me quedaba una sola
uña por comerme de los dedos de las manos.
El
nerviosismo y ansiedad que padezco ahora es tan intenso que ni siquiera la dejo
entrar al cuarto cuando ya se lo estoy diciendo:
—¡Mamá… Nacho
lo sabe…! ¡Él sabe lo nuestro, siempre lo ha sabido! ¡Lo vi… el cabrón me
mostró un puto video donde aparecemos tú, Elvira y yo cogiendo, el día del
trío, en la cabaña y…!
Mis palabras
surgen revueltas. Atropelladas. Y mamá se queda quieta en el umbral de la
puerta, muy hermosa, elegante, con su falda de tubo adaptándose a la figura de
sus nalgas hermosas y sus prolongadas caderas. Sus tacones bien anclados en el
suelo, sosteniéndola como una diosa, y su blusa beige marcando sus melones de
carne.
—¿Es que no
me has entendido, má? ¡Nacho sabe que estamos juntos… que… tenemos sexo… que
hay una relación más allá de lo filial entre los dos y que…!
Me quedo
callado cuando noto que Sugey me observa con seriedad, asombrada, sí, pero no
sorprendida. Avanza un poco dentro del cuarto y deja su bolso en el suelo.
—Sólo trata
de serenarte, mi cielo, todo estará bien —me dice ella con voz pausada y
apacible, deshaciéndose su coleta rubia para que todo su cabello caiga largo en
su espalda.
—¿Pero es que
no dices nada, carajo? —le reclamo su falta de respuesta—. ¿No te impresiona lo
que te digo? ¡Nacho sabe que fornicamos! ¡Nos grabó en la cabaña cogiendo,
Sugey! ¿No te impresionas?
Mamá se
acerca un poco más a mí, igual de seria que antes. Podría decirse que serena e
imperturbable, aunque no estoy muy seguro.
—Lo que me
impresiona de verdad, hijo, es que ese pusilánime te haya enviado esos malditos
videos justo a ti. No tenía que haberlo hecho. Eso sí me molesta demasiado.
Me quedo frío
ante su respuesta. Miro sus ojos azules e intento buscar algo más en sus
palabras, y al no encontrarlas la encaro:
—¡Como me
digas que tú ya lo sabías… sobre la existencia de esta grabación, madre, te
juro que…!
—Entiendo que
estés alterado, hijo, pero quiero que hagas un esfuerzo por serenarte. Esos
videos que te mandó, también me los compartió a mí.
—¿Qué? —la
cuestiono incrédulo—. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué carajos no me lo dijiste?
Mamá suspira
hondo. Se peina el cabello con los dedos y me responde:
—Ayer… me los
envió y aunque no los pude abrir, yo sabía perfectamente su contenido. Además,
en el mensaje me dio a entender que lo sabía, lo de nosotros.
—¿Y no me lo
dijiste, mamá? ¿En serio el perro ese te dice que nos grabó follando y tú te
quedas callada? ¿A qué mierdas estamos jugando? ¡Y no, no te me acerques,
Sugey, que conozco tu táctica de manipulación para ablandarme!
Retrocedo un
poco y mamá queda parada en la mitad del cuarto, sin intención de alcanzarme. A
mí lo que me impresiona es su entereza. ¿Cómo puede estar tan serena ante todo
esto?
—Quiero que
te tranquilices, mi niño, por favor.
—¿Cómo me voy
a tranquilizar, mamá? ¡Vi esas putas fotos! ¡Vi ese puto video, no el de la
cabaña, sino el otro, donde te hacía una rusa entre las tetas mientras tenías
un consolador clavado en la vagina! ¡Vi tus ansias por ser cogida por él! ¡Vi
la forma en que te subiste a la cama como gata en celo y te abriste de nalgas
para él! ¡Vi tu entrega, tu sumisión…! ¡¿Sabes lo que es para un hijo ver a su
madre en esas condiciones tan horripilantes?! ¿Sabes lo doloroso y humillante
que ha sido para mí verte actuando de esa forma tan… tan obscena?
Mi madre por
primera vez tiene una expresión de dolor en su gesto. Sus ojos azules se han
llenado de lágrimas pero más pronto que tarde vuelve a adoptar su entereza,
luchando por permanecer serena, hasta que le salen fuerzas para decirme:
—No sabes la
vergüenza que me da… saber que has visto eso… No te puedes imaginar lo
arrepentida que estoy por haber actuado de esta manera… Te lo juro, amor mío,
que de haber sabido que sufrirías sólo un mínimo de esto que estás sufriendo,
jamás me habría embarcado en esta maldita locura, en la que lo único que quise
fue sentirme viva… y saciar mi vanidad. Pero te juro, hijo, que en mi vida
sentí dolor más grande que cuando Nacho me dijo que te había compartido… esas
porquerías.
No sé qué
clase de sentimiento maquiavélico me hace sentir complacido oyendo el
padecimiento sincero que hay en las palabras de mi madre mientras me dice esto,
por mucho que se esfuerce por estar tranquila.
—Sólo te
quiero recordar que en ese tiempo… en que sucedió aquello… tú y yo aún… Quiero
decir… ninguno de los dos nos habíamos confesado nuestros sentimientos.
Asentí,
dándole la razón. Y traté de bajar mi volumen de voz. Después de todo, mamá
también era una víctima de las circunstancias. Aquí el hijo de puta era Nacho,
que no se había comportado a la altura.
—Pero créeme,
Ernesto, que voy acabar con él de una vez por todas, pero para eso primero
necesito que me perdones de corazón, mi cielo…
—Mamá… yo…
—Sabes que te
amo, ¿verdad encanto mío? —me dice con nuevas lágrimas, sin llegar a soltarlas
de sus brillantes ojos azules—. Sabes que tú eres ahora el hombre de mi vida, y
con quien quiero pasar el resto de mis días, ¿verdad que lo sabes?
Y por
supuesto que caigo rendido ante ella. Porque la amo igual o más de lo que ella
dice amarme a mí.
—Claro que lo
sé, mamá… a veces tengo dudas, pero entonces… te veo, tan arrepentida… pero a
la vez tan férrea, que no me queda dudas de tu amor hacia mí.
—Y yo sé que
merezco tu desprecio, mi amor… pero ahora más que nunca tenemos que estar
unidos los dos, para vencer esta contrariedad. Dilo, Tito, merezco tu desprecio. Por eso
quiero saber si cuento contigo para acabar con Nacho de una vez por todas.
—¡Mamá! —me
volví hasta ella para abrazarla con fuerza, con sus pechos enterrándose en mis
pectorales, y mis manos frotándole su rubia cabellera—, ¿cómo puedes
preguntarme algo así con dudas, si sabes que daría mi vida por ti?
Ella enterró
sus dedos en mi espalda y se irguió un poco para darme un beso en el cuello.
—Yo no lo
dudo, Tito, pero también tienes que saber que si de verdad quieres ayudarme a
deshacerme de él por completo, tendrás que… Tendrás que hacer un último
sacrificio. Tendrás que sufrir una última vez. Tendrás que padecerlo, mi niño,
pero, por mucho que te duela, es la única forma de librarnos de él.
En ese
momento, mientras su aroma me intoxicaba, mientras sus pechos acariciaban mi
pecho, mientras mi mano se enredaba en su pelo, me separé, la vi a los ojos con
pasmo y le pregunté:
—¿A qué te
refieres con eso de “un último sacrificio” de que “tendré que padecerlo” y eso
de que “aunque me duela”?
—Es que… —mi
hermosa mamá me soltó, dio un largo suspiro y dijo—. Es muy fuerte lo que
tenemos que hacer.
Por un
momento imagino lo peor, por eso se lo pregunto:
—¿De qué
hablas, Sugey? ¿Por qué me dolería librarnos de él? ¡No estarás pensando en
matarlo, y que luego vayas a la cárcel!
—No, no, no,
mi cielo —por fin la hago sonreír al menos por un instante—. No se trata de
ningún crimen.
—¿Entonces?
—Entonces
—duda ella—… La policía irá por él, y se lo llevará por acoso de menores, como
hizo con tu hermana. Por la ley Olimpia, ya que entre sus amigos ha difundido
fotos y videos donde yo aparezco… como los que te mandó a ti.
—¿Es que se
atrevió? —ardo en cólera—. ¡Será imbécil!
—Por eso
mismo irá a la cárcel, Tito… por chantaje, y por coacción: es decir, por
violencia física, psicológica, amenazas e intimidación. Pero, sobre todo, por
suministrarme drogas y por agresión sexual.
—¿Pero mamá?
¿Él te ha drogado? ¿Nacho te ha agredido sex…?
—No, no, desde
luego, pero lo hará.
—No entiendo,
Sugey.
—Ya
entenderás, hijo, como también entenderás que otro de los cargos con los que Nacho
irá a la cárcel será por maltrato psicológico hacia ti.
Me quedo
pensando en sus palabras pero no agarro el hilo.
—¿Maltrato
psicológico hacia mí? Explícate, má, que no entiendo mi madres.
—Mira, Tito,
todos estamos hartos de Nacho, de sus chantajes y de sus constantes amenazas.
Asumo mi culpa por haberlo hecho entrar en mi vida, convirtiéndome en poco más
que su puta… —Me incomoda bastante ese comentario—. Pero también quiero dejarte
claro que desde el momento en que descubrí que era un psicópata, rompí con él,
pero no lo aceptó y me continuó acosando.
—Lo sé, má. Y
me alegra que aceptes tu parte de culpa, como también me alegra escuchar que
para ti Nacho ya forma parte de tu pasado, que me amas a mí, y que todo lo que
ha ocurrido recientemente ha sido porque
él lo ha propiciado.
—Y sin
embargo, tengo que confesarte, hijo, que hace un rato hablé con él por
teléfono.
Me quedo en
silencio, expectante, y observo sus reacciones. Intento ahondar en su mente,
pero me conformo con lo que me dicen sus palabras:
—¿Cómo que
has hablado con él?
—Te repito
que sólo por teléfono, hijo. Verás, después de todo él mismo se ha puesto la
soga al cuello.
—¿A qué te
refieres con eso?
—Me refiero
con esto a que… esta noche obtendremos las pruebas infalibles que nos faltan
para que nuestra acusación contra él respecto a “suministración de drogas y
agresión sexual de mi parte, y, desde luego, la violencia psicológica hacia ti”
sean concretas.
Por más que
intento, sigo sin agarrar el hilo.
—¿Y cómo
podríamos comprobar algo semejante, mamá? Él podría alegar que todo fue
consensuado.
—No si
hacemos exactamente lo que él pretende, Tito.
—¿Y qué
pretende?
Mamá se pone
un poco misteriosa, antes de decirme:
—El motivo de
su llamada fue para amenazarme, más bien para chantajearme, que al final de
cuentas viene siendo lo mismo. El caso es que me habló por teléfono para
decirme que está en su decisión de gritar o no a los cuatro vientos, entre
ellos a tu padre (y aun no me explico por qué razón no se lo dijo desde el
principio si hasta las pruebas tenía) que tú y yo somos amantes… que entre los
dos formamos una aberrante pareja de madre e hijo… inces… …tuosa y tal…
—No me
sorprende que lo haya hecho —admito—. Pero yo supongo que negoció contigo, ¿no,
mamá? Supongo que te pidió algo a cambio con tal de quedarse callado. Y, por
supuesto, supongo que ya sé qué fue exactamente lo que te pidió.
—Pues creo
que lo puedes adivinar, mi vida… pero hay una novedad en todo esto.
—¿Una
novedad, además de pedirte que te dejes follar nuevamente por él, mamá?
Sugey vuelve
a peinarse su pelo dorado, mientras guarda silencio. Luego comienza a andar de
un lado para otro, hasta que finalmente se posiciona frente a mí y me dice:
—Quiere que
estés presente, Tito.
Tardo un poco
en captar el mensaje.
—¿Cómo dices,
mamá?
—Pues… eso
—responde nerviosa—. Quiere que esta noche vayas conmigo a su departamento.
Nacho quiere atarte a una silla y que veas cómo me folla “como una puta” delante
de ti.
La sangre me
desciende hasta los talones, y apenas puedo respirar.
—¡Pero…
pe…ro…!
—Pero esto no
es todo, hijo… este estúpido enfermo mental quiere que… después de que me haya
usado él… tú y yo… tengamos sexo delante de él.
El temblor de
mi pecho es tan fuerte que escucho los latidos de mi corazón retumbantes en mis
orejas.
—¡Pero mamá!
¿No estarás pensando en…?
—Le dije que
sí, mi cielo… —responde categóricamente, actuando nuevamente con autoridad.
—¡Pero, mamá,
mi amor…! ¡No! ¡NO! ¡NO LO HAREMOOOOS! ¡Seguro estás bromeando, ¿a que sí?!
—No es
ninguna broma, Ernesto. Con todo el dolor de nuestro corazón, haremos
exactamente lo que Nacho quiere —me lo afirma con tal seguridad que el terror vuelve
a inundar mis entrañas.
Mamá,
recomponiendo su compostura, se acerca a mí, me abraza nuevamente, me besa las
mejillas, los labios, acaricia mi espalda, y me dice, entre mimos y besitos:
—A las nueve
de la noche, mi bebé, esta noche, en su departamento.
Yo continúo
helado, con mis extremidades temblando. Todo esto es muy fuerte para mí y mi
cuerpo está aterido. En cambio, mamá me sigue mimando como si en verdad yo
fuera un bebé de brazos. Me habla entre susurros, entre mimos, entre besitos,
como se le hablaría a un recién nacido.
—Y siento
mucho si esto te perturba, mi niño, pero… te lo juro que será nuestro último
padecimiento. Confía en mí, mi cielo. Después de esto… nos libraremos de él. Para
siempre. Te lo digo como madre y como mujer.
Mis ojos se
han puesto cristalinos. Sé que tengo que ser fuerte, que tengo que acceder, que
si ella puede con esto yo también tengo que poder, pero todo esto me supera.
Mamá me supera. Nacho me supera. Toda esta maldita situación me supera.
—Por ahora…
tienes que estar tranquilo, mi niño, ¿entiendes? Mami cuidará de ti…
Pero yo no
puedo procesar nada, no puedo reaccionar, ni mucho menos hablar. Primero
temblaba mi cuerpo y ahora estoy petrificado. Mamá, sin embargo, ha desaparecido
de mi vista. Se ha ido resbalando lentamente sobre mi cuerpo hasta quedar de
rodillas junto a mí. Y sé lo que intenta, y yo no tengo fuerzas para
rechazarla.
—Sé que eres
fuerte… —me dice, mirándome a los ojos con dulzura y perversidad a la vez—, y
lo soportarás, mi hermoso hombrecito. ¿Verdad que lo harás?
Apenas siento
una vibración cuando Sugey abre mi cremallera y saca mi flácido pene por el
hueco, el cual empieza a chupar, sacando la punta de su lengua.
—Y lo soportarás
y lo soportaremos —con sus dedos libres acaricia mis testículos, que están
tiesos y encogidos—. Y entre los dos… entre tú y yo, amor mío, nos libraremos
de él. Y ahora sí, seremos felices para siempre, vida mía, tú, Lucy y yo.
Mientras
tanto, mamá sigue de rodillas junto a mí, intentando serenarme, (convencerme
no, porque la decisión ya la ha tomado de forma unilateral) pasando su lengua mojada
por mi flácido pene y luego por mis testículos…
Y yo solo sé…
mientras ella me hace una mamada, que si no logro contenerme emocionalmente,
que si no logro ser valiente y afrontar lo que viene con inteligencia y madurez
como el hombre que se supone que soy, el infierno se cernirá sobre mí.
Y perderé a
mi madre para siempre.


Comentarios
Publicar un comentario
Comentarios