EL CLIENTE DE MAMÁ// CAP. 5

 


 

Capítulo 5

***

Mi madre se acaba de dar cuenta de que tengo una erección impresionante. Por las longitudes de mi pene no lo he podido ocultar. Ella acaba de advertir que mientras yo miraba sus inmensas tetas, ocultas por ese exquisito sujetador negro de encajes finos, mi pene ha reaccionado escabrosamente y se ha hecho grande, gordo y duro.

Las mejillas me arden y mi corazón me tiembla cada vez que las palabras de mi madre rebotan en mi cabeza: “hijo… quiero que por favor te quites el pantalón, que si sigues con esa erección… vas a lastimarte.”

Ahora Akira sabe que la he estado morboseándo mientras le quitaba la falda de cuero y su blusa de cebra: mientras contemplaba la carnosidad de sus muslos y, sobre todo, sus caudalosos pechos. Haber sido descubierto con mi dureza en la entrepierna me es motivo de vergüenza. Lo que no entiendo es por qué mi progenitora tenía puesta su mirada justo allí, en mis partes pudientes.  

—Yo… madre… yo…

Mis mejillas se calientan como si fuesen brazas ardientes. Mis manos están cubriendo mi entrepierna para ocultar esta aparatosa erección, aunque es casi imposible por la magnitud de la misma. Es ahora cuando reniego de tener una gorda culebra como aparato reproductor.

—Lo siento… de verdad…

 Ella, que traga saliva y suspira agitada, debería de entender que otra razón por la que he ganado dureza y tamaño en mi falo es por esa promesa que me acaba de hacer respecto a que me enseñará las tetas y me dejará tocarlas. O sea, mi mente ha empezado a divagar. A adoptar formas en mi cabeza. A crear imágenes impropias que no deberían de tener como protagonista a una progenitora.

Cuando levanto la cara de nuevo noto que Akira está sonriendo. Es una sonrisa extraña, y la hace de una forma tan maliciosa y seductora que me cohíbe, una actitud impropia de mí. Como sé que ella continúa recorriendo mi entrepierna discretamente, arrastro la falda que le acabo de quitar y me la pongo encima para taparme por completo, mientras ella continúa sonriendo, casi burlona.

Empujo una sonrisa yo también con la esperanza de romper esta horrible tensión que nos aqueja a los dos, y le digo:

—¿De qué te ríes, eh, traviesa?

—No me río… sólo sonrío.

—¿Y eso? ¿Ahora se te ponen las mejillas coloradas?

—Es que… por Dios, hijo… que no soy de piedra.

—¿Qué?

—¿Qué?

Trato de interpretar las palabras de mi madre y cuando llego a una conclusión, ella ya está mirando para otro lado. ¿Se refiere a que…? Naaaaa. No puede ser.

—Lo siento —reitero otra vez.  

Ella se vuelve hacia mí, diciéndome:

—¿Lo sientes, Erik? No, mi vida, más bien la que la quisiera sentir soy yo, tesoro.

Sus palabras de fuego me dejan petrificado por un instante. Ella se da cuenta de mi reacción embarazosa y se cubre la cara, intentando ocultar esa sonrisa traviesa que esta vez le tiñe las mejillas de un tono más rojizo.

—Perdón… —susurra entre risitas.

Abocano oxigeno e intento saber si ha dicho palabras entre líneas en aquél insidioso fragmento. Lucho por discernir si acaso ha dicho algo en doble sentido. La verdad es que me estoy volviendo loco. Ella jamás ha dicho cosas de índole sexual delante de mí. No sé si lo habrá hecho en privado con mi padre, pero obviamente jamás conmigo. No es propio. Además Akira suele ser una mujer reservada y muy prudente. Es imposible que estuviera hablando en doble sentido. Mi puta cabeza de mierda interpreta lo que no debe. Y, no obstante, quiero aclararlo de una vez:

—¿A qué te refieres, madre?

Akira está respirando muy fuerte. Cuando se descubre la cara, veo que ojos evalúan mis manos; mejor dicho, observa lo que están cubriendo en mi entrepierna, encima de su falda. Bajo mis ojos hacia ese sitio y me doy cuenta que mi verga no ha hecho sino seguir creciendo. Noto una inflamación bastante visible.

¡Mierda! ¡Mierda! ¿Por qué ella me sigue mirando la entrepierna? ¡No mires, madre, no mires… que me incomodas al tiempo que me calientas!

—Nada, Erik, nada —contesta riendo—, no he dicho nada.

Ella se coloca los mechones de su pelo detrás de la oreja y recoge sus obesas piernas detrás de sus nalgas, de manera que sus tobillos tocan su culo. Con ese ligero movimiento sus hermosas ubres se agitan, y mis ojos se tambalean según la dirección que esas carnosidades toman.

—¿Segura?

—Es una risa nerviosa… mi coronel, porque… verás: teóricamente no deberías de sentir pena por… tu erección… porque es una reacción natural… a… bueno, pues… a un estímulo visual.

—¿Pero? —le digo, porque sé que en esa comprensión donde ella parece entender mi erección, hay un “pero” en su pensamiento que lo jode todo.

—Pero… vamos, tesoro, moralmente es incorrecto, mi vida. Quiero decir que es indecente que… pues… tú, siendo… mi hijo… pues… tengas una reacción… impúdica hacia mí, porque soy tu madre.

—Sí, ya… pero es que… lo siento, en verdad —tartamudeo, al no encontrar las palabras correctas para justificarme.

¿Qué le voy a decir? ¿Qué soy un puto enfermo de mierda que en lugar de madre la veo justo ahora como una prostituta que ha venido a mi cuarto a tener sexo conmigo? Trago saliva e intento remediar mi argumento:

—… yo, es que no he pretendido faltarte al respeto… ni ofenderte. De hecho no me di cuenta de… esta erección hasta que sentí un… malestar en el pantalón. Además, Akira, esta es de la clase de cosas que uno siente desde el fondo del corazón y que no entiende de parentescos.

—Ya —farfulla ella, aspirando aire.

Su pecho se infla y el canalillo de sus dos mamas se hace más prolongado e incitante. Ella nota con nerviosismo mi indecente mirada e intenta acomodarse los senos en sus minúsculos encajes. Me vuelve atrapar mirándoselos y vuelve a sonreír, en lugar de reprochármelo. Y yo no entiendo por qué sonríe, en lugar de ponerse seria o putearme.

—Mi vida, soy tu madre, ¿vale? No lo olvides nunca. Mira que la forma en que me estás mirando ahora es pecado.

—¿Qué? Pero si no te estoy…mirando… quiero decir…

—Ya, ya, Erik. Sólo te pido que no me las vuelvas a mirar de esa manera tan… incorrecta. Y mejor intentemos continuar con lo que estábamos… ¿o mejor no? Creo que mejor no.

La idea original era que mi madre se acostara bocabajo, con las nalgas a mi vista, y que me ofreciera su espalda para untarle esos ungüentos que ella misma elabora y que le provocarían relajación y deseos para gemir y gemir y gemir…, a fin de que los cabrones que están aguardando afuera crean que estamos fornicando.

El problema es que mientras estructurábamos esa farsa, se me ocurrió decirle que mis amigos seguramente iban a preguntarme sobre mis impresiones al haberle tocado a ella sus tetazas. Le advertí con lamento de yo no iba a saber qué responderles, tras lo cual ella se ofreció a dármelas a tocar de verdad, pero sólo para fines didácticos.

Sin embargo, mi repentina erección… (y que ella ha descubierto) seguramente la ha hecho replantearse su ofrecimiento, porque me dice:

—A ver, Erik, si te digo la verdad, me temo que no podremos hacer este experimento mientras… tengas eso tan despierto.

Ambos clavamos la vista en mi entrepierna. Ni mis manos ni su falda de cuero pueden ocultar el abultamiento. Elevamos la vista y nos encontramos de nuevo. El bochorno y la incomodidad que sentimos los dos ahora es muy evidente.

—Oye, Akira… es que… no puedo… bajarlo…

El rostro lechoso y ovalado de mi asiática progenitora luce brillante bajo la lámpara que hay sobre el techo, a dirección de su cabeza. Se ha acomodado en el centro de la cama, sentada, para acercarse un poco más a mí. Y ahora con esa luz pálida chorreando sobre su cuerpo, sus excelsas tetas relucen imponentes.

—Te juro que por más que intento… no se me baja.

En verdad estoy luchando para que mi erección se desinfle, pero entonces el perro destino me hace ver, a través de esa luz brillante, la amplitud de sus areolas salmonadas, escondiéndose debajo de los encajes de su sostén. Son como un par de sombras redondas, del tamaño de los salamis de las pizzas, que se transparentan dibujadas en el centro de sus ubres.

¡Mierda! Susurro.

Encima me perturba percibir la dureza y lo afilado que lucen sus pezones, porque tengo entendido que eso sólo ocurre cuando las mujeres tienen frío o… cuando están excitadas. Y Akira no tendría ningún motivo para estar excitada allí, sentada en mi cama, semidesnuda, teniendo a su unigénito delante de ella con una erección demoniaca. Trato de averiguar el trasfondo, pero es desalentador.

Entonces mi madre empieza a reír.

—¿Te ríes ahora? —le pregunto un poco indignado, tocándome la verga sólo para confirmar que su dureza es la de una piedra.

—Es que… hasta en eso te pareces a tu padre ¿sabes? —me responde, señalando con la mirada mi entrepierna.

¡Joder!

Ella podría estar pensando que soy un enfermo mental que se excita viendo la semidesnudez de su progenitora. Podría estar decidiendo si merezco ser encerrado en un psiquiátrico por pervertido. Y, sin embargo, lo que me suelta es que hasta en eso me parezco a mi padre. ¿En lo pervertido? ¿En lo caliente? ¿O en lo vergudo?

—Quítate las manos de encima, Erik, y también retírate la falda de cuero —me dice de pronto con una voz siniestra, y mis ojos se abren como platos.

—¿Qué? ¿Por qué?

Siento un hormigueo en los testículos que me va subiendo poco a poco hasta mi pubis.

—Quiero ver lo que ocultas.

Sus ojos orientales se iluminan de repente. Los pálpitos de mi pecho suenan en mis orejas. Mis manos tiemblan sobre mi erección.  

—¿Te has vuelto loca…? —No entiendo por qué razón me está pidiendo algo tan turbio. Si se trata de burlarse de mí no tiene gracia, ¡joder!—. ¿Cómo crees… mad…re… que te voy a mostrar… mi… “deste”… en estado de erección? No, no, ¡que puta vergüenza!

—¿Vergüenza por qué?

—¡Como que por qué, Akira! ¡Tengo una erección de infierno…! ¿Cómo te la voy a enseñar precisamente a… ti…?

Mi madre se atusa el cabello. Estira nuevamente sus piernas en todo lo largo de la cama, y noto que uno de sus talones roza genuinamente mi pierna. Sus pequeños dedos de los pies destacan por lo perfectos que son. Sus empeines impolutos hacen juego con sus pies.

Miro sus piernas gordas blanquecinas y poco a poco subo mi vista hasta que llego de nuevo a sus pechos… sus ricas areolas coronándolas, sus obscenos pezones puntiagudos… esos sensuales encajes que transparentan lo que ocultan debajo.

—¿Sabes por qué tienes esa erección, hijo? Es porque tienes una sensación de adrenalina al estar yo frente a ti. De alguna manera te estoy mirando y esto te genera incomodidad, pero al mismo tiempo... te genera adrenalina. Esa erección bajará cuando entiendas que para mí no es ningún problema vértela, así como para ti no debería de suponer ningún problema verme… en ropa interior. Entre otras cosas, porque ni tú ni yo, que somos madre e hijo, tenemos esa clase de… admiración o deseo, ¿me explico?

Yo sólo la observo. La escucho. Trato de entenderla.

—Es imposible que un hijo pueda sentir morbo por su madre, ¿verdad, Erik?

—A…já… —respondo sin ser consciente de lo que digo.

—¿Lo ves? Entonces no hay morbo tuyo hacia mí en esa erección que tienes mi vida. No la hay porque genéticamente es imposible que tú pudieras sentir deseo de “ese tipo” porque soy tu madre. ¿O me equivoco?

—Sí, obvio… que no tengo la erección por ti… —intento defenderme, porque confesar que ella realmente es la responsable de mi bulto sólo me dejaría ante sí como un perfecto maniático—. Es como dices… la adrenalina… de que me estás viendo… pero, aun así…

—¿Lo ves, mi vida? —sonríe ella, como si enverdad hubiésemos encontrado la manera de terminar con mi erección—. Entonces arreglemos esto como adultos. Déjame mirarte la erección en tu pantalón y verás cómo se te baja.

—Ehhhh —mi corazón está machacándome por dentro. No puedo creer lo que me está pidiendo. Siento otro hormigueo en los testículos que poco a poco va subiendo como fuego hasta mi glande—… es que… me da vergüenza…

—Pero ni siquiera tendrás que desvestirte, Erik, sólo será que dejes a la vista de mamá tu bulto.

Akira sonríe y por fin logro ver una mueca maternal en su semblante como si me dijera “ay, mi niño pendejo, te creía más valiente.”

De improvisto una ola de calor me azota cuando ella alarga su brazo y acaricia con sus yemas la barba de mi mentón, al tiempo que veo cómo sus gordas tetas se aprietan una con la otra y se balancean hacia delante. Entonces mi dureza salta, porque sé que si esas tetas no fueran las de mamá… ahora mismo me estaría abalanzando sobre ellas para devorármelas como un perro hambriento.

—Sólo soy mamá, cariño. No pasa nada… ¿entiendes?

—Sí…

—Entonces sólo enséñame tu bulto y dejemos que se baje por sí sola. Demuéstrale a mamá que esa erección no es por morbo, sino circunstancial, por la adrenalina del momento.

Pero ¿y sus pezones? ¿Ella sería capaz de decirme por qué sus pezones están erectos? ¿Es que también se debe a la “adrenalina del momento”?

Cuando menos acuerdo acepto su propuesto, asintiendo la cabeza. Ella vuelve a su sitio y observa con atención la forma en que yo retiro mis manos y dejo la falda negra de cuero sobre mi entrepierna. Miro hacia otro lado justo cuando siento cómo es Akira misma quien retira su falda y me deja con un enorme bulto a la vista.

¡Joder!

Mi pene se ha alargado y engrosado obscenamente hacia el lado derecho de mi muslo. Aunque mi pantalón es de tela gruesa, pareciera que a la vista hubiera una anaconda debajo de una sábana.  Miro a mi progenitora para captar su reacción, y con vergüenza advierto el asombro que denota, mientras exclama un “¡Oh, Dios!”

Los latidos de mi corazón no han hecho sino incrementarse. Son pálpitos fuertes y violentos son tan intentos como los de mi propio miembro. 

Alargo mis piernas y me estiro por completo intentando que el enorme bulto tome una postura menos llamativa, pero lo único que consigo es que mi miembro se acomode a lo largo de mi muslo bajo mi pantalón y se vea más grande que antes. Desvío los ojos hacia la puerta, con horror, y trato de pensar en lo que Alex y sus amigos estarán opinando en este momento, toda vez que no han oído gritos ni gemidos desde que “mi puta” hubiera entrado a mi habitación.

Mientras intento distraerme para ver si logro bajar mi erección, escucho la densa respiración de mi progenitora haciendo eco en el cuarto. Casi soy capaz de percibir su mirada clavada en mi entrepierna, y yo no entiendo cómo reaccionar ante esto.

“Piensa en otra cosa, Erik” me digo en mi cabeza “piensa en otra puta cosa, piensa en tu peor cagada, piensa lo que sea, pero haz que la erección se te baje”, pero la respiración congestionada de mi madre no cede.

¡Que puta vergüenza! ¡Qué puta vergüenza! ¡No tarda en descubrir que esta erección no es ni por “adrenalina” ni mucho menos “circunstancial”! sino por ella, que me ha puesto caliente con sus piches tetotas deliciosas que le cuelgan en el pecho, ¡por sus hermosas piernas! Por su culo enorme sobre el que está apoyada…

—Hijo… la erección no te baja nada —reconoce, echándole más leña al fuego, provocando que mi vergüenza se intensifique—, al contrario… tu pantalón está dando saltitos, lo que quiere decir que se está poniendo más…

“Más gorda y dura”, pero ella no es capaz de pronunciarlo.

—Akira… yo…

—Vamos, cariño, desabróchate el pantalón de inmediato.

—¿Qué?

Cuando me lanza aquella nueva proposición mis ojos vuelven a mirarla, alarmado. No puedo interpretar qué semblante tiene, lo que sí sé es que sus pupilas se han dilatado y están clavadas en mi bulto. Y no parpadea. Y su boca parece húmeda. Y sus pezones parecen mucho más duros que antes bajo esos sexys encajes.

—¡Tu pantalón es muy rígido, Erik, prácticamente te está aplastando tu… miembro! Debes de desabrochártelo y dejar que tu… pene se libere.

—¡Pero madr…! ¡Akira, joder!

Por poco digo en voz alta “madre” pero es que lo que ella me propone es de locos. ¡Es una completa demencia!

—¡Por el amor de Dios, Erik! ¡Haz lo que te digo que podrías quedar estéril!

—¿Estéril? ¿Cómo que estéril?

—¡Mira esa dureza! —dice mi madre, alargando su brazo, de manera que por poco sus dedos tocan mi bulto. Y yo me horrorizo. Y ella jadea y se vuelve hacia atrás. Esto se está poniendo fuera de control—. Cariño, por Cristo Jesús, ¡te estás lastimando! Sácatela ahora.

—¡No…! ¡NO!

—¡Te digo que lo hagas cuanto antes!

—¡Okey, okey, pero por favor no me veas!

—¿Qué más da si te la veo o no, Erik? Eres mi hijo —me dice esto último en voz baja, para no ser escuchada por nuestros espectadores de allá afuera.

—¡Por eso, madr… Akira! ¿Cómo te voy a enseñar mi herramienta precisamente a ti? Una cosa es que me veas el bulto y otra muy distinta que…

—¡Te recuerdo que era yo quien te limpiaba el culo de bebé! Así que no estés ahora con remilgos, que tus partes ya te las he visto antes.

—¡Antes no las tenía así de…!

—¡Sólo hazlo y ya, por favor, Erik!

Estoy absorto. Tiemblo de nervios. Siento sudores fríos inundando mi frente. Por eso cierro los ojos, percibiendo un calambre justo en la punta de mi glande. Si no hago esto, ella no me dejará en paz. Y en el fondo, en lo más sucio y cerdo de mi corazón, yo realmente quiero hacerlo. Por eso me levanto de la cama, desabrocho mi pantalón, me lo bajo hasta los tobillos, y luego, sin siquiera respirar, me bajo también los bóxer hasta que mi verga salta como resorte delante de mamá.

***

—¡Por Dios! —escucho el sofocado grito de mi progenitora—. ¡Ufff!

Y ese “ufff” me mata. Me trastorna. Me traumatiza. Tengo que sentarme en la cama para dejar de sentirme observado. Ella me la ha visto al fin, y por eso abro los ojos. El corazón me está temblando a madres. Pareciera que un batallón resuena dentro de mi pecho. Clavo mis ojos en mi entrepierna y veo, con horror, cómo la inmensidad de mi erección, apunta directo al techo.

—¿Satisfecha? —no sé por qué lo digo eso, pero mi voz sale golpeada. Ella sabe que me estoy muriendo de vergüenza. Que el calor que siento en mi vientre, en mis huevos y en mi cabeza lo produce ella y su mirada clavada en mi pene.

—Tú… eres el que… debe de sentirse satisfecho, Erik… el pantalón… te la estaba… mach…acando… y con… ese tam…año… me puedo imaginar… el do…lor que sentías…

Me incomoda la forma balbuceante con que me lo dice. Seguramente ella también se está muriendo de vergüenza. Pero lo merece, por insistirme tanto en que me la sacara. Cuando tengo el valor de mirarla, ella tiene la vista hacia otro lado. Eso me confirma que mi aparatosa erección la ha dejado de cuadros. Ninguno de los dos estaba preparado para ello.

Nos quedamos en silencio un buen rato y respiro profundamente, esperando que la teoría de Akira funcione y en verdad esta cosa se me baje. Pero pasa un minuto, pasa otro, y todo sigue igual. Será que yo no dejo de pensar que si ella… fuera Astrid, ahora mismo tendría la boca ensartada sobre mi verga. Entonces, para romper el hielo, ella me dice:

—Vaya que has crecido, mi tesoro… —emite una risita histérica—. Quiero decir… aún recuerdo cuando te cambiaba los pañales y jugaba con tu pilín para hacerte reír y…

Y en lugar de producir un ambiente más cómodo para los dos, su comentario nos vuelve a dejar peor que antes. Vergüenza. Incomodidad. Bochorno. Nos quedamos en silencio otra vez, y nuevamente es ella quien rompe el mutismo, diciéndome:

—Verás, Erik… tu… erección no baja, y no sé por qué, así que me temo que no podremos hacer nada de lo que planeamos (lo del masaje y eso) si… continúas así. Me sentiría muy incómoda, ¿sabes? Y, la verdad, tienes que reconocer que tú también.

Trago saliva. Miro mi pene y verifico que sigue igual.

—Oye, oye… —le digo con la boca reseca—, te juro que esto… es decir, mi erección, no es por ti... Te prometo que no entiendo por qué no baja, pero de verdad que no la tengo por ti… es…

—Lo sé, cariño, lo sé… es “circunstancial” —responde ella como si pretendiera convencerse así misma de esta mentira—. Yo lo sé… porque… sería terrible que… tú… me vieras a mí como…

—¡No! ¡No! ¡Eso sería pecado! —le digo, y me incorporo un poco más. Mi falo se menea y los dos nos damos cuenta de ello. Yo continúo—. ¡Ni siquiera lo pienses, Akira! ¿Cómo podrías creer eso de mí?

—Lo sé, Erik, lo sé, por eso creo que es una erección “circunstancial” producto de la adrenalina… que se te bajará en cualquier momento.  

Y entonces, allá afuera, se empiezan a oír gritos burlones: “Eaaaaaaa parejita, ¿es que se quedaron dormidos?” Akira reacciona al comentario con pasmo y vergüenza “a ver, camaradas, ¿ustedes logran percibir algún gemido, o algún chirrido de la cama?”

Y ellos responden con un sonoro y prolongado “NOOOO…” y todos se echan a reír. Entonces Alex grita:

“¿Necesitas una pastillita azul, Erik? A lo mejor no se te ha parado y no puedes atender a tu zorrita.”

Las carcajadas vuelven al combate.

“Ahora bien, mi estimado” continúa Alex “Si necesitas ayuda, entonces sólo háblanos, con confianza, aquí estamos varios apuntados para darle unas buenas folladas a esa putota tetona que tienes en tu cuarto”

—¡Si no se largan voy a partirles su madre a cada uno, culos hijos de perra! —grito, levantándome de la cama.

—¡Erik, por Dios, ese lenguaje! —se escandaliza mi madre, que me toma del brazo para devolverme a la cama.

Yo la miro con desdén y ella lo advierte. ¿Es que no ha oído lo que han dicho ese montón de imbéciles? A ella le parece peor que yo haya maldecido en su delante.

—Lo siento —susurro desesperado—, pero me da rabia que hablen de ti de esta manera.

Ella sonríe, sentándose por completo en la cama, a mi lado. Su grueso muslo se pega al mío. Y esta cercanía entre los dos me produce una descarga eléctrica que no puedo controlar. Mi falo se sacude nuevamente y sólo espero que mi madre no se dé cuenta de su palpitación.  

—A ver, cariño… tienes que bajarte eso para que podamos continuar. Estoy lista para que me des mi masaje y así poder emitir esos gemidos que buscamos para que estos niños idiotas queden conforme. Pero… necesito que te bajes eso… me sentiré incómoda sabiéndote detrás de mí… con esa erección.

—Sí… sí —le doy la razón, poniéndome de pie, y poniendo mis manos sobre mi verga, como si eso pudiera ocultármela—. Pero, entonces… creo que tengo que ir al baño para…

Akira entorna los ojos con asombro, y me dice:

—¿Irás a echarlos ?

¡Joder! Que putada que ella me pregunte eso sabiendo que me moriré de vergüenza si le respondo. No me acostumbro a oír a la mujer que me parió hablando con connotaciones sexuales.

—Sí, madre… me iré a masturbar para echarl…

—Sí, sí… lo sé, no tienes que ser tan explícito…

Y ahora ella se hace la modosita. La verdad es que no entiendo la actitud de Akira. De pronto es muy lanzada y de pronto muy santurrona. ¿Quién carajos la entiende?

—Ya… madre… lo siento…

Ella traga saliva. Mira hacia otro lado y me dice:

—Entonces ve, hijo… ve, acaba con eso rápido y vuelve… o tus amiguitos no quedarán conformes y se quedarán aquí toda la noche.

 

***

Esto es tan irrisorio, que apenas parece verdad que esté masturbándome en el baño, completamente desnudo, con el beneplácito de mi madre que, además, me está esperando en la cama.

“¡Uffff!” Farfullo mientras me la jalo con violencia.

Llevo casi ocho minutos intentándolo, pero no consigo eyacular. Me la agito una y otra vez, apretándola fuerte. Pero no logro nada. Encima, mientras lo hago, de pronto pierdo erección, lo que complica las cosas, pero es recordar que mamá está esperándome en la cama para que la dureza nuevamente vuelva a mi falo aun si no consigo correrme.

—¿Cariño? —es la voz de mi madre—. ¿Estás bien?

—S…í —miento, porque no estoy bien.

Me siento más bien frustrado por todo esto.

—¿Por qué tardas tanto?

—Es que… —No tiene caso seguirme mintiendo. Tengo que decirle la verdad para sacármela de encima—. Mira, Akira, la verdad es que no puedo… te juro que no puedo…

Ella no responde. Y me parece mejor que no lo haga. Me echo un escupitajo en la palma de mi mano y me la llevo al tronco, para que resbale con humedad, al tiempo que con la mano libre intento acariciarme los huevos. Pero entonces… cuando intento traer a mi cabeza fantasías sexuales que me provoquen erotismo, escucho pasos acercándose al baño, y entonces la veo a través del espejo, parada, en ropa interior, en la puerta del baño.

—Madre… ¡joder! —con mis manos trato de cubrirme mis genitales, aunque no lo consigo del todo—, ¿qué haces… aquí? ¡Por favor, regresa!

Ella, descalza, deliciosa, sus ojos brillantes, tiene la vista clavada en mis nalgas, ya que estoy de espaldas a ella. Verla allí, de pie, con esas gordas tetas cayéndole en el pecho entre los encajes, con sus caderas anchas, abombadas, su entrepierna cubierta apenas con una minúscula braguita negra y su culo botando detrás, le da a su figura una connotación mucho más sexualizada y erótica que me provoca nuevos espasmos en el pene.

 —¡No me mires, Akira, no me mires!

Me muevo un poco para decirle con la mano que salga y cierre la puerta cuando de pronto ella logra mirar mi pétreo falo, de perfil, exclamando:

—¡Por Dios, Erik! ¿Sigues con esa erección…? Incluso ahora la veo más fuerte que antes… ¡madre mía, hijo! ¡Parece… un palo de hierro… por Dios!

—¡Joder, Akira! ¡No me digas esas cosas! ¡Me pones más nervioso de lo que estoy! ¡Si en privado no puedo… acabar, mucho menos contigo aquí…! ¡No me mires, basta!

—Erik, ¿pero es que tú usas drogas? —me reprende, sin apartar sus ojos orientales de mi verga.

—¿Qué…? ¿Cómo se te ocurre, madre?

—¡Es que la erección no se te baja! ¡No eyaculas! A ver, mi muchacho, como me entere que consumes drogas te juro que…

—¡Te lo prometo que no, madre…! ¡En mi vida he consumido nada de eso! Cerveza y tequila sí. Hasta nicotina, pero de drogas nada.

—¿Entonces por qué no logras acabar? Es tan raro. A tu padre a veces con solo dos manotadas él… ¡ups… perdón! ¡Perdón, hijo, no debí de…!

—¡No importa, Akira, no importa! Lo que importa es que… no puedo, te juro que no puedo, y contigo aquí delante, menos podré.

Mi madre suspira resignada, intentando parecer comprensiva. Y como si quisiera dejarme en claro que ella está de mi lado, esboza nuevamente ese gesto maternal que tanto me confunde y que a su vez me provoca. Avanza un poco más hacia a mí, con sus melones balanceándose, y me dice con un puchero:

—Mi pobre hijo… no puedes tú solo, ¿entonces?

—¡No, no puedo! —No sé ni qué mierdas responderle. Me siento como un estúpido allí de pie, con mi polla parada, y Akira detrás de mí, respirando profusamente, con sus tetas enormes tentándome a cada instante—. Es que… lo intento… pero…

—Lo sé, lo sé… mi pobrecito hijo —me responde con la misma actitud aniñada de antes. Giro mi tronco hacia el espejo para que mi miembro deje de estar a la vista.

 Pero entonces ella posa una de sus manos en mi espalda, y la frota con una delicadeza que me pone más jarioso que antes. Un terrible escalofrío me recorre todo el cuerpo.

—Me temo, mi coronel, que la presión de esos muchachos allá afuera te tienen bastante estresado. Por eso no puedes eyacular aun con todo el empeño que le pones a tu masturbación.  

Me pongo rojísimo de la cara tras oírla decir aquello. ¡No es que yo sea un puto mojigato! Pero insisto, esta mujer es mi madre, no es cualquier mujer. ¡Ella simplemente no puede estar diciéndome todo esto! ¡No puede estar aquí, en el baño, voluptuosa, semidesnuda, viendo cómo me hago una paja!

Es que un hijo jamás se acostumbrará oírle decir a su madre la palabra “eyacular” o “masturbación”. Mucho menos vigilarte mientras te masturbas.

—Sólo déjame solo, y lo intentaré otra vez.

Ella suspira, cavila algo en su mente, y luego me dice, sin dejar de acariciarme mi ancha espalda que me tiene erizado por todo el cuerpo:

—Tenemos que arreglar esto de una buena vez, Erik. Allá afuera están esos insensatos esperando oír el show que les prometiste, pero mientras no se te baje esa erección no podremos hacerlo. Así que vente a la cama, que yo tendré que ayudarte con esto.

—¿Ayudarme, dices? —respondo con terror, estremeciéndome de arriba abajo.

Por inercia me giro hacia mi madre, y sin preverlo mi pollón choca contra su muslo izquierdo, para luego deslizarse el glande hasta el centro de su entrepierna. Yo me echo hacia atrás, aterrorizado, al sentir los encajes de su braguita arañando mi uretra. Mis nalgas chocan contra el lavabo y ella traga saliva, asustada, sabiendo que tal accidente pudo haber llegado a mayores.

Y con accidente me refiero a haber colocado la punta de mi verga sobre la embocadura de su vagina, aun si está cubierta por la braguita de encajes. Para evitar hacer un comentario incómodo sobre lo que acaba de ocurrir, vuelvo a preguntarle lo que antes:

—¿A qué te refieres con ayudarme, madre? Sólo respóndeme.

Akira, que infla y desinfla su pecho tras el incidente, no parece dispuesta a cambiar de parecer respecto lo que me dijo minutos atrás. Todo lo contrario, ella respira hondo, se da valor, y contra todo pronóstico, levanta su mano, y en un santiamén agarra mi verga erecta por el tronco y tira de ella hacia con fuerza, de manera que toda mi sangre desciende justo hasta mi glande.

—¡MADRE! —grito sin poder evitarlo—. ¿Qué haceees?

 Un escalofrío heladísimo cruza toda mi espalda, aun si su mano está ardiendo sobre mi tronco venoso. El hormigueo de mis huevos que nace de repente me descompone y me calentura. ¡Me embarga de excitación! ¡Me vuelve loco! Trato de buscarle la mirada, pero ella parece pasmada mientras siente las palpitaciones de mi falo.

—Pero Erik… ¿qué clase de erección es esta? Apenas te la puedo abarcar con mi mano. —Y yo no sé si debo de sentirme tranquilo o caliente mientras mi madre me dice estas cosas con la mayor naturalidad del mundo, al tiempo que empieza a caminar hacia el cuarto, llevándome casi arrastras tirando de mi cipote, como si éste fuese una agarradera—. Pensándolo bien… tu padre no tiene estas magnitudes. ¿Te habrás desarrollado tanto porque te amamanté hasta los cinco años? Por Dios, Erik, a lo mejor debí de haberte quitado la teta a los tres años.

Mientras arrastro mis pies detrás de ella tengo la horrible sensación de que mi pene explotará en su mano. Y es allí cuando mis venas fálicas redoblan sus palpitaciones. Las venas se me hinchan aún más y todo mi miembro comienza a arder de verdad, como magma vivo. Akira lo nota, porque se detiene frente a la cama y me mira con incomodidad. Finalmente retira su mano de mi tallo y me dice, suspirando con nerviosismo:

—Acuéstate, hijo.

—¿¡P… para… qu…e!?

—Ya te dije que te iba ayudar.

—¿Ayudar a qué, mad… Akira?

—Sólo acuéstate, cierra los ojos y déjame a mí.

—¡Mierda!

—O dejas de decir palabrotas, Erik, o te juro que te haré un enjuague bucal con cloro. Que ya seas un hombre y ya tengas pelos en los testículos no te da derecho de decir esas cosas horribles delante de mí.

Cuando menos acuerdo ella misma pone sus manos en mi pecho y me tumba en el centro de la cama, con mis rodillas flexionadas y mis pies apoyados en el suelo.

Me incorporo cuando veo que ella se siente a mi lado, con sus senos hinchados aplastándose uno contra el otro.

—¿Pero es que va masturbarme tú, Madre?

—Shhh…

—¡No puedes hacer eso! ¡No puedes masturbarme! ¡Eso es antinatural!

Akira hace un gesto de abominación ante lo que le digo. Pero respira nuevamente, mirándome a los ojos, para decirme:

—Esa palabra que usaste es muy fea, mi coronel. No me gusta. Masturbación es muy fuerte. Además yo… como tú dices, soy tu… madre —susurra la última palabra para que los de afuera no la escuchen—, y las madres no masturbamos a sus hijos.

—¡Exactamente, así que si esa era tu idea, ni hablar!

—Tomémoslo de la mejor manera, mijo. En lugar de esa palabra pongámosle “frotamiento.” Hagamos de cuenta que frotaré tu pierna… que con este tamaño que te cargas, casi es una tercera pierna.

—¡Joder… mad…! ¡No me digas esas cosas!

—¡Sólo estoy tratando de ayudarte, Erik, no seas ingrato! ¿Crees que para mí no es difícil? ¡Imagínate lo que estoy sintiendo al estar apunto de… masturbar a mi propio hij…!

—¡No lo digas! —la mando callar, con horror.

Tan sólo escuchar eso en voz alta me da náuseas. Y no por asco, sino porque sé que moralmente esto es una abominación. Por más caliente que esté justo ahora, sé que si dejo que ella me masturbe, vamos a terminar arrepentidos de por vida. Es posible incluso que nuestra relación nunca vuelva a ser la misma. Y yo no quiero eso. No podría soportar que mi madre jamás volviera a verme o hablarme por la vergüenza que sentiría.

Esto que está ocurriendo ahora simplemente es por el calor del momento. Por la presión de aquellos cabrones de allá afuera. Por eso me vuelvo a incorporar, preparado para darle un argumento con el cuál estoy seguro conseguiré persuadirla de una vez por todas.

—Mira, Akira… si te digo la verdad, creo que tienes que saber que hay un problema conmigo.

—¿Un problema? —me pregunta, frunciendo el ceño.

—Sí…

—¿Cuál problema?

No puedo creer que esté conversando con mi propia madre, a quien tengo a lado, mientras mi falo está durísimo, apuntando al cielo.

—Yo… pocas veces puedo eyacular… usando mi mano… o la mano de una mujer…

Mi madre vuelve a mirarme con el ceño arrugado, extrañada:

—¿Entonces cómo…?

Y es aquí la parte difícil. Que me crea y que yo tenga el valor para decírselo.

—A veces… ellas… tiene que…

—¿Ellas tienen qué?

—¡Ay, madre, es que me da un montón de vergüenza decírtelo!

—¿Decirme qué?

—¡No, no, no puedo, no puedo! —desisto, incapaz de decirle nada—. ¡Te sentirás muy ofendida…! ¡Incluso hasta podrías abofetearme!

—¿De qué hablas, Erik? Por favor, mi coronel, ¿ahora te pones de remilgoso cuando prácticamente ya hasta te la he agarrado?

—¡Joder! —mi madre tiene razón.

Pero que ella lo diga de esa forma sin ninguna delicadeza sí que me pone más cachondo de lo que estoy.

—Está bien, madre, te lo diré, pero por favor prométeme que lo tomarás de la manera más natural posible.

—Te lo prometo, Erik, pero habla ya, por favor. ¿Cómo es que ellas logran hacerte… acabar?

—Bueno… lo que pasa es que a veces… cuando no puedo eyacular… con una paja… entonces ellas… recurren a la boca…

Akira abre los ojos como plato. Las mejillas se le encienden y la boca le empieza a temblar. Tengo que admitir que su reacción es justo la esperada.

—¡Por Dios santo, Erik! ¿Hacerte un oral, dices?

Trago saliva mientras respondo:

—Sí, oral, por eso veo ilógico que tengas que esforzándote… masturbándome cuando…

—¿Seguro que con un oral eyacularás? —me pregunta de pronto.

Y cuando veo sus ojos ardiendo, sé que algo está cruzando por su mente. Algo que juro por Dios no me imaginé que podría considerar. Por eso me apuro a responderle:

—A ver, Akira, sólo era un comentario para…

—¡Sólo te pido, Erik, que por favor no me los eches en la boca cuando te corras!

—¿Qué? —La mandíbula se me entume mientras mi pecho vuelve a calentarse y a tamborilear—. ¡A ver, a ver, a ver! ¡Si es lo que estoy pensando de una vez te digo que de ninguna manera voy a permitir que tú…!

—Voy hacerlo, Erik, ¿entiendes? Porque te estoy ayudando como tu madre que soy. Por eso tienes que tener precaución a la hora de eyacular, porque si me los echaras en la boca, entonces sí que estaríamos incurriendo en un terrible pecado.

Salto de la cama casi petrificado, sin darme cuenta de que mi verga está justo delante de ella.

—¡NI SE TE OCURRA, AKIRA!

Pero ella está perdida mirándome el rabo, que se agita frente a sus ojos entornados.

—Aunque mi vida, te juro que será un reto… intentarlo… Nunca me había tragado una tan grande como la tuya.

Y yo no puedo creer lo que me está diciendo. Juro que estoy completamente paralizado y clavado en el suelo. Ni siquiera me puedo mover. Sólo siento una punzada en los testículos que va subiendo poco a poco hasta mi pene.

—¡No me la chuparás, Akira! ¡Si lo haces yo… no podré controlarme y…! ¡No! ¡Madre… no, por favor noooo!

Pero mi madre parece no estarme escuchando. Más bien arrastra su culo para acomodarse más al filo del colchón. Ni siquiera sé qué hacer o decir cuando ella, sin mirarme, agarra mi enorme pollón con las dos manos, dejando un palmo y la cabeza libre, y me dice, antes de llevársela a la boca:

—Rompamos tabúes, hijo, porque estas cosas sólo pasan una vez.  

Ni siquiera tengo tiempo de retroceder, porque aunque quisiera no puedo; porque aunque quisiera no quiero. Lo único que sé es que su cabeza se está aproximando a mi enorme verga, de cuyo glande rosado están goteando líquidos preseminales.

—¡NO! —digo estremeciéndome, justo cuando mi madre abre su boca, saca su húmeda lengua, que chorrea goterones en el suelo, y da su primer bocado—¡Ufffff! —jadeo, e instintivamente poso mis manos sobre su cabeza para dirigir la mamada que acaba de comenzar.

 

 

CONTINÚA.

Nota: porque ustedes lo pidieron, en el mes de Junio la serie de “El Cliente de mamá” tendrá dos capítulos.

 

 


 

 

 

 

 

Comentarios

  1. El mejor relato de todo eso lo puedo jurar que bien muchas gracias por eso 💎

    ResponderBorrar
  2. Buenísimo. Describir los sentimientos de tus protagonistas te hace diferente autora a los demás. Bien por eso.

    ResponderBorrar
  3. Gracias jos eres la mejor de todas, el mejor relato por mucho

    ResponderBorrar
  4. ¡Gracias por sus comentarios, mis amores!

    ResponderBorrar
  5. Para cuando la parte 6?

    ResponderBorrar
  6. Uff esto está demasiado caliente

    ResponderBorrar
  7. Diosa, eres una excelente escritora y para que decir si esta historia poco a poco va rompiendo los tabús que existen entre madre e hijo solo hay que sentarse y seguir con esta magistral obra. vamos a disfrutar en el próximo capítulo de esa mamada y ojala muestre sus pechos a su hijo.
    Besos mi Diosa

    ResponderBorrar
  8. 5 semanas esperando la 6ta parte :(

    ResponderBorrar
  9. Jos contéstanos cuándo tendremos las demás partes

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Comentarios