Corrompiendo a mamá libro 3// Capítulo 3

 


 

Capítulo 3

Sigo en shock ante la impresionante noticia. ¿Qué se supone que será este bebé cuando nazca? ¿Será mi hermanito? ¿Será mi hijo? Evidentemente yo soy el padre, de eso no hay duda… No quiero ahora mismo comerme la cabeza pensando en la posible paternidad de Nacho porque en este instante lo que más me interesa es que mi madre esté tranquila. 

Sugey lleva casi diez minutos llorando desconsoladamente desde que estuvimos en sala hasta que la traje a su habitación. La tía Arlet y Alan nos dejaron solos desde entonces, y cerraron la puerta, llevándose consigo también al tío Fede que no tiene idea de lo serio del asunto, dada la relación incestuosa que tenemos ella y yo.

Es bueno contar con la complicidad y comprensión de mi tía y de mi prima. Sin embargo, no sé qué hacer para tranquilizar a mamá. Durante todo este tiempo la he tenido abrazada fuertemente. Necesito demostrarle con mi presencia que ella cuenta conmigo, que no está sola, que yo seré su apoyo. Le he acariciado su cabello rubio como señal de compasión. Amo el aroma de frutas que despide de su pelo y que se filtra en mis fosas nasales.

—Mami, por favor… no te pongas así.

Ella gimotea. Se incorpora un momento y se disculpa ante mí para ir al baño que tiene el cuarto donde se encierra durante otros diez minutos. La escucho gimotear y un chorro de agua con el que seguramente se está mojando la cara.

Transcurrido un tiempo prudencial ella vuelve, un poco más serena, y yo le pido que se acerque a donde estoy sentado, en el borde de su cama.

—Ven aquí, preciosa, ven aquí.

Mamá todavía lleva puestos los tacones y ese seductor vestido rojo, brillante e intenso que le prestó Arlet, y que la hace lucir espectacular aun en su estado de angustia, pues se pega en sus piernas torneadas, en sus caderas prominentes y en sus increíbles nalgas que botan detrás.

—¿Y ahora qué, hijo? —me dice gimoteando.

—Ahora te amo más que nunca, mamá —le digo.

Me pongo de pie. Mamá se acerca y por impulso la atraigo hacia mis brazos para abrazarla. Ella me rodea fuerte y la escucho sollozar. No tengo idea de qué decir, así que la sigo abrazando hasta que ella se tranquiliza.

—Yo también te amo, mi príncipe hermoso.

 En algún momento me doy cuenta de que sus pechos están aplastados contra mi pecho y sus muslos presionados contra los míos. Me mortifico un poco cuando siento que mi polla comienza a llenarse de sangre.

No sé si se trata de la fricción de nuestros cuerpos del momento, o el hecho bizarro y sumamente maravilloso de saber que ella está embarazada, posiblemente esperando un hijo mío.

—Entonces no estés triste, mi preciosa, todo saldrá bien. Yo, además de tu hijo, ahora soy tu hombre, y daré la cara por ti y por nuestro hijo.

A pesar de lo mal que me siento de verla así, ella sigue siendo la mujer de mis fantasías y no puedo evitarlo estimularme ante su cuerpo, ante su presencia, ante lo que representa.

Por mucho que quisiera seguir abrazándola, sé que en un minuto sentirá mi excitación y pensará que yo sólo soy un puto pajillero de mierda que no está tomando en serio su angustia.

Por eso decido separarla un poco de mi cuerpo, y la beso suavemente en los labios. Ella me corresponde el beso con ternura y movimientos lentos. Logro saborear sus lágrimas y, aunado al estímulo de sus carnosos labios presionando los míos, mi polla palpita. Tomo su rostro entre mis manos y uso mis pulgares para limpiar sus lágrimas. Sus ojos azules se clavan en los míos y casi me pierdo en su mirada. Es tan hermosa.

—Todo saldrá bien, Sugey —reitero.

—Creo que tengo dos meses de embarazo —me dice, cuando ella se sienta en la cama y yo me pongo de rodillas frente a ella, acariciando sus piernas por debajo de su vestido, pero no lo hago de manera sexosa, sino con intención relajante.

—¿Dos meses? —pregunto—. ¿Y cómo lo sabes?

—Por mi regla… ya no me vino desde entonces… pensé que era por la menopausia pero… hace poco también comencé con náuseas y mareos y comencé a sospechar.

—¿Pero dos meses, mamá? No se te nota nada —me fijo en cómo el vestidito rojo se aplana en su vientre.

—En mi experiencia, hijo, generalmente se empieza a notar hasta el tercer o cuarto mes. Y a partir de entonces la barriga y los pechos comienzan a crecer desmesuradamente, día a día, a una velocidad sorprendente.

Nuevamente mi calentura se sitúa en imaginarla a ella con un bombo enorme y unas tetas todavía más grandes de lo que las tiene ahora, ambas tetas repletas de leche. Trago saliva y trato de tranquilizarme. Evito imaginar a Sugey completamente desnuda, siendo empalada desde atrás mientras su enorme barriga cae hacia la cama y sus tetas doblemente gigantes se cuelgan y se balancean bajo su pecho. ¡Joder! ¡Me excita pensar en mi madre de esa manera!

—¿Por qué no me dijiste que tenías sospechas de embarazo, mamá?

—Porque…sólo eran eso, hijo… sospechas.

—¿Te das cuenta, Sugey, que cuando te condicioné a que me dieras un hijo si querías que te perdonara, aquella noche en la casa de Nacho…, tú ya estabas embarazada? ¿De verdad no lo sabías?

—¿Cómo iba a saberlo, Tito? Este último año mis periodos comenzaban a ser irregulares, y yo atribuí este retraso justo a eso.

Trago saliva cuando comencé a ver que su rostro volvía a ponerse muy tenso.

—Dime… mamá… ¿hay posibilidad de que Nacho o papá puedan ser los padres de este bebé?

Ella permanece inquieta, comienza a hiperventilar, y entonces todo el gozo que tenía al principio se me cae hasta los talones, cuando sé que ella comienza a dudar.

—Tu padre hace años que no me toca, así que a él lo descartamos —responde con la voz temblorosa—, pero… pero… de Nacho…

Se queda en silencio y yo la miro a los ojos con angustia. Ahora soy yo el que comienza a hiperventilar.

—¿Te cuidabas con Nacho cuando tenían sexo?

Esos eran exactamente los detalles que nunca habría preguntado respecto a la relación que tuvo con él dado lo doloroso que era para mí. Pero en esta ocasión es imperativo que lo hagamos y que me lo diga.

—Al principio sí… —responde con un hilo en la voz—, desde que Lorenzo dejó de hacer el amor conmigo decidí quitarme el dispositivo. No valía la pena. Entonces… con el tiempo apareció Nacho en mi vida y me vi obligada a… tomar pastillas para… para evitar riesgos.

Mi cabeza está ardiendo de celos. No me gusta pensar en mamá siendo de otro.

—¿Y luego… mamá…? ¿Y luego qué pasó?

—Luego… simplemente ya no me vino la regla con regularidad y pensé que por mi edad ya no… Ay, Tito.

—¿Luego ya no te cuidaste, mamá? —pregunté escandalizado.

Mamá asintió con la cabeza, avergonzada.

—Sentí que las pastillas empezaban a engordarme, mi niño. Y el dispositivo siempre fue muy incómodo para mí.

—¿Y entonces dejaste de cuidarte, mamá? —pregunto nuevamente terriblemente agobiado. Ella asiente con la cabeza pero sin mirarme—. ¡Pero cómo pudiste ser tan irresponsable, madre! ¿No pensaste en que… podía pasar precisamente esto?

—¡Nunca quedé embarazada durante el tiempo que estuve con él… así que creí que no había problema con ello… me confié!

—¿Te confiaste, Sugey?¿Y encima dices “tiempo”? ¿Quieres decir que tu relación con él duró más tiempo del que yo imaginaba? ¿Cuánto tiempo fuiste amante de ese cabrón mamá? —mis ojos centellan fuego—, y por favor, sé honesta con tu respuesta. Ya estuvo bueno de callar y de tener secretos. Lo quiero saber todo, todo.

Mamá desvió la mirada, avergonzada y con agobio, cuando responde:

—Ahora misma estoy confundida… hijo, no tengo bien la noción del tiempo que pasó…

—¡Por favor, mamá, no me mientas!

—¡C… creo que fue un año... o un poco más…!

Mi corazón se comprime y casi puedo oír cómo se hace añicos. La última vez que hablamos sobre el tema recuerdo que ella me dio otros datos. Me contó una versión descafeinada. Ahora, sin embargo, quizá por la naturaleza de nuestro problema, se está confesando con sinceridad.

¿Cómo es posible que durante más de un año ningún miembro de mi familia sospechó en la infidelidad de mamá? Ella siempre actuaba con tanta rectitud y cautela, con tanta delicadeza… vistiendo ropa formal y conservadora, digna de una irreprochable coordinadora parroquial… ¡que me niego a creer que en ese mismo periodo ella hubiera tenido un amante! Y encima un amante tan perverso y guarro como Nacho.

—¿Cuántas veces, mamá? —tenso mis dedos sobre sí.

—¿Cuántas veces tuviste sexo con él?

—Por Dios, Tito, eso no importa.

—¿Cuántas veces, mamá? —insisto, desesperado.

Ella guarda silencio. Veo cómo el escote de su vestido empieza a subir y bajar, con sus grandes tetas hinchadas. Mis dedos continúan bajo la tela de su vestido rojo, pero ahora están tiesos sobre sus muslos.

—Yo… me veía con él al menos una vez por semana… —responde mirando hacia otro lado—… a veces más…

—¿Entonces no ibas a las reuniones parroquiales?

—Las reuniones eran dos veces por semana… y siempre faltaba a la del jueves —confiesa, evitándome con la mirada, y yo no puedo sino luchar para tranquilizarme—, pero por lo regular sólo me veía con él una vez a la semana…

Cada vez que obtengo detalles nuevos sobre la adúltera relación que hubo entre mi madre y Nacho me descompongo. No puedo lidiar con ello. No es fácil para un hijo visualizar a su madre siendo la “golfa” de otro.

—No debes culparme de mi desliz, hijo… —me dice en un susurro mientras me acaricia el pelo—. Me sentía muy sola… y triste… me faltaba algo que nadie podía ocupar.

—¿Y yo…? —le pregunto indignado—. ¿Yo no significaba nada para ti? ¿A caso mi compañía no podía ocupar la soledad que te dejaba mi padre?

—Tu compañía siempre ocupó el lugar que le correspondía a mi corazón, cariño —suspira, con sus dedos pasándose por mi nuca, donde me acaricia como si yo fuera su perrito—, la de mi hijo. Ahora nuestra relación es otra, pero en ese momento… tú eras sólo mi hijo, y yo era sólo tu madre. Y necesitaba el apoyo de un hombre. Necesitaba… no sólo satisfacer mis necesidades sexuales sino también las necesidades que te da una pareja. Quería sentirme escuchada, comprendida, amada…

Cada palabra suya se me clava en mi pecho como navajas.

—Con mayor razón, Sugey, si tenías una relación… —y me dolió decir la palabra “relación”—, tan intensa con Nacho… (al que dudo que le gustara usar condón) debiste cuidarte concienzudamente para evitar riesgos.

—Lo sé, cariño —me dice con un deje de arrepentimiento en su voz—, pero… como te digo, a lo largo de mi vida sexual con tu padre la mayoría de métodos anticonceptivos me caían mal. Y con las pastillas comencé a engordar. Así que… durante las últimas semanas, Nacho y yo decidimos tener intimidad con métodos tradicionales, para evitar este tipo de riesgos.

Me parece una ironía perversa que llame “intimidad” al sexo guarro que ella solía tener con ese cabrón a juzgar por los videos que el mismo Nacho me enseñó en alguna ocasión.

—¿Método tradicional, mamá? —me burlo.  

—No quieres saberlo —me advirtió.

—Aunque no lo creas, ya lo sé: el típico método tradicional de sacar el pene de la vagina antes de venirte y eyacular fuera para evitar riesgos, ¿pero sabías, mamá, que no siempre funciona ese “método tradicional”?

Mamá está en silencio, pero cuando me mira con esos ojos brillantes tan azules que parecen esconderme algo, entiendo que lo que va a decirme a continuación, no me va a gustar en lo absoluto:

—Tienes razón con eso, hijo, ese método “tradicional” de sacarla de la vagina para eyacular no funciona… Por eso empleábamos un segundo método… que en mi punto de vista… era mucho más efectivo.

Los dedos de mamá me siguen acariciando la cabeza, haciéndome cosquillas con la punta de sus dedos para que su revelación no me impacte tanto:

—¿Y cuál es ese segundo método tradicional… mamá?

—La… sodomía… —responde sin dilación.

Todo el cuerpo se me paraliza. Sodomía o, para mejores señas, sexo anal. ¡Mi madre siendo penetrada por el ano por ese cabrón! Lanzo un resuello doloroso y evito mirar a los ojos a mamá.

No tiene caso hacerla sentir más culpable de lo que ya está reprochándole algo. Por eso callo, pero me sabe mal lo que acabo de oír. Y yo que pensaba que la estaba corrompiendo… sin prever que Nacho ya la había enculado mucho antes que yo. Nuevamente la imagen de una mujer piadosa, una ama de casa de principios y valores siendo profanada analmente por aquél enormísimo animal me dejó petrificado por varios segundos. 

—Sugey… Es que no me están saliendo las cuentas: —le digo de pronto—, si tienes dudas sobre la paternidad del bebé… significa que estuviste con él hace aproximadamente dos meses… Cuando tú y yo ya éramos pareja… ¿acaso fue aquella vez cuando él te cogió en tu cuarto matrimonial mientras toda la familia estábamos mirando el partido de futbol en la sala de la casa?

Recordar ese humillante momento me escalofría. Ella asiente con la cabeza y vuelve a gimotear, diciendo:

—¡Me prometió que sería la última vez…!

—¿Y te penetró en la vagina, en la cama donde dormías con papá?

—Creí que si me lo metía por el ano… yo gritaría de dolor, como siempre me ocurría, y era probable que ustedes me escucharían, por eso preferí que me lo metiera por la vagina.

—¿Y tú aceptaste así como así? —pregunto sorprendido de tal desfachatez.

—¡Nacho iba hacer un escándalo delante de ustedes, Ernesto! ¿No puedes ponerte por un momento en mi lugar y entender por qué dejé que ese malnacido me lo hiciera en mi propio cuarto?

—¡Pero estábamos todos en casa, mamá! ¡Yo estaba como estúpido sosteniendo la antena del televisor para que papá y el tío Fred miraran el futbol mientras tú y Nacho estaban cogiendo en el cuarto de arriba!

Mamá no ha dejado de frotarme la cabeza con sus dedos y rascarme la nuca con sus uñas.

—El caso, hijo, es que Nacho esa noche se corrió dentro de mí, y ni siquiera tuve tiempo de limpiarme de inmediato porque ustedes ya me estaban llamando desde la sala.

—¿Quieres decir que tenías el semen de Nacho en tu interior cuando volviste con nosotros a la sala?

—Era parte del trato —sollozó.

—¡Pero mamá! ¿Qué clase de aberraciones te hizo hacer ese hijo de puta durante su relación?

—Eso ya no importa, hijo… lo que importa es que… en algún momento vamos a tener qué averiguar quién es el padre de mi hijo.

Yo estoy desesperado y tengo ganas de llorar. Ella lo nota y me toma de las mejillas para obligarme a mirarla.

—Pero tengo una corazonada, mi niño… de que este bebé que tengo en el vientre es tuyo. ¿Cuántas veces hicimos el amor desde entonces, cariño? ¿Cuántas veces te corriste dentro de mí y me dormí con tu lechita almacenada en mi útero? Además, hijo… recuerda que cuando tuve sexo con Nacho en el pasado, vaginal y sin protección, nunca quedé embarazada. ¿Por qué tendría que ser suyo… si da la casualidad de que en cuanto comencé a hacer el amor contigo… he quedado preñada?

 

***

 

No quiero reprocharle nada. Pero es que vivir con la angustia de no saber quién es el verdadero padre del bebé que mi madre está gestando en su vientre me tiene anonadado.

—Tito, mi amor… —me dice Sugey—, verás cómo esta criatura que llevo ahora en el vientre cuando nazca tendrá tu cara, tus ojos, tus labios… tu ángel.

Asiento con la cabeza, sintiendo un nudo en la garganta. Yo también quiero convencerme de ello. No quiero que mamá se mortifique por mi culpa y vaya hacerla mal al bebé.

—Yo también tengo esa corazonada, mamá… —hago una pausa para respirar—, creo que este bebé—y toco con dulzura su vientre—, es mío, es nuestro. Es el fruto de nuestro amor.

Ella hace una mueca y vuelve a sollozar.

—Pero de todos modos te confieso que tengo miedo, Tito. Ya tengo una edad… y yo embarazada.

—Mamá, no eres tan mayor.

—Soy lo suficientemente mayor para estar en riesgo… además, Tito… si tú eres el padre…

—¿Qué pasa con eso, mamá?

—Como fantasía… como ilusión de quedar embarazada de ti estaba bien. Pero… ya en la realidad, hay consecuencias, hijo, y eso poco lo pusimos a debate.

—¿Qué consecuencias?

—Problemas de mutaciones genéticas. El bebé podría salir con alguna enfermedad, trastorno o malformación.

Ese tema me toma por sorpresa y me preocupo.

—Mañana iremos con un obstetra, mamá. El médico que te atendió hoy es médico general. Además con él no podríamos hablar abiertamente de nuestra relación porque conoce al tío Federico. El caso es que necesitamos un obstetra que te vea y de seguimiento a tu embarazo.

—¿Le diremos nuestro parentesco a ese obstetra?

—Al principio no… pero después sí, mamá. Tendremos que hacerlo para que pueda… dar un tratamiento idóneo a nuestro bebé… para que todo marche bien.

—Ay, mi niño… me siento tan mortificada.

—Todo va a estar bien, mamá, te lo prometo. Voy a cuidar de ti.

—Encima el divorcio con tu padre será… mucho más complicado ahora que estoy embarazada.

—No pienses ahora en él. De momento Lucy ha vuelto a su lado y se olvidará de nosotros por un tiempo. Ahora, mamá, recuéstate y descansa un poco. Saldré para darles una razón de ti. La tía Arlet estaba muy preocupada.

—Está bien… mi niño, pero por favor, cielo, quiero que a partir de ahora duermas conmigo. Me siento mentalmente inestable y no quiero quedarme sola. Te necesito a mi lado, hijo… necesito sentirte por las noches para saber que no estoy sola.

—¡Oh, sí, mamá, pero por favor ya no llores! A partir de ahora estaré a tu lado siempre. Iré por mis cosas.

 

***

Tras dejar tranquila a la tía Arlet respecto al estado de ánimo de mi madre, vuelvo al cuarto con algunas de mis cosas. El tío Fede no ha visto mal que acompañe a mamá dado que tiempo atrás ya le habíamos comentado sobre nuestras intenciones de dormir juntos. Además, ahora que mamá está embaraza, él entiende que mi obligación como su hijo mayor es estar a su lado y cuidarla.

Aunque parezca raro, esta noche mamá y yo apenas hablamos. Nos encontramos en la cama, nos desnudamos y nos envolvemos entre las sábanas. Ambos dormirnos abrazados, ambos sintiendo los genitales del otro, ambos de frente, mi pene bulboso escondiéndose entre sus muslos y sus tetas enormes pegadas por completo ante mi pecho.

Cuando abro los ojos me doy cuenta que ya ha amanecido. Cuando desayunamos, con el tío Fede presente, quien de pronto le dice a mi madre:

—Sugey, deberías de informarle a tu marido sobre tu estado de embarazo —su propuesta nos deja a todos con los ojos como plato—, a lo mejor si Lorenzo lo sabe podría conmoverse y decide venir a buscarte, lo cual podría ser una buena oportunidad para hablar de todos sus problemas y reconciliarse. Un hijo siempre cambia las perspectivas de la vida en pareja.

El inocente de mi tío no se imagina que cuando papá descubra que mamá está embarazada se armará la de Dios es padre, poniéndose todo mucho peor, dado que él es consciente de que tiene años de no hacer el amor con Sugey, y por lo tanto concluirá en seguida que ese bebé no es suyo, sino una consecuencia más de su infidelidad con Nacho. Y eso sin contar lo que pasará cuando descubra que el verdadero padre soy yo (sí, he decidido que no le voy a dar más vueltas al asunto hasta llegado el momento, durante el embarazo trataré a la criatura como mía)

 

—A ver, Fede, cariño —interviene la tía Arlet tipo pasiva agresiva, mirando al imprudente de su marido con un gesto de reproche—, te advertí que no debíamos de meternos en la vida privada de Sugey, así que por favor no opines.

—Bueno —se excusa él—, yo sólo creí que…

—Mejor come, escucha y calla —continúa Arlet—, tus sugerencias más que traer un bien nos traerán un mal.

—¿Pero por qué? —pregunta el tío sin entender nada.

—Papá, tu mujer tiene razón, mejor no opinemos nada —coincide Alan, apoyando moralmente el comentario de su amante/madrastra.

—Por cierto, Sugey —nos dice mi tía cuando terminamos de desayunar y el tío Fede se va a la imprenta—, la cita con el obstetra la tienes a las cinco de la tarde. 

—Gracias, querida prima, no sé qué sería de nosotros si no fuera por ti.

—Ni siquiera lo menciones, Sugey, que para esto está la familia.

Ambas se abrazan y yo decido volver a mi nueva habitación (la asignada a mi madre). En el camino me encuentro a Alan quien, con una amplia sonrisa, me abraza fraternalmente y me da golpecitos suaves en la espalda.

—¡Felicidades, garañón!

—¿Eh? —dudo, al separarme de él.

—¿Cómo que “eh”, primastro? Serás papá, ¡felicidades por eso, mi semental! No sabes el morbazo que me da saber que alguien cercano a mí ha embarazado a su propia madre.

Yo también me siento orgulloso de ello, y le agradezco sus felicitaciones y todo su apoyo.

—Espero un día yo también poder preñar a mi madrastra —me dice, poniéndose un poco más serio.

—¿Serías capaz de embarazar a la esposa de tu padre?

—Tito… lo que tenemos Arlet y yo es una bomba de tiempo que en cualquier momento explotará. Ya me cansé de estarme escondiendo de mi padre y del mundo para tener que amar a la mujer de mi vida.

—¿Entonces, Alan? ¿Qué harás al respecto?

—No lo sé, Tito… pero sí te puedo decir que pronto lo mío con Arlet ya no será secreto para nadie.

—Suerte con ello, Alan.

***

Por la tarde, la tía Arlet y Alan nos llevaron a la clínica donde tenía la cita mi madre con el obstetra. Ellos se quedaron aparcados en el estacionamiento comiéndose la boca y magreándose mientras mamá y yo, un poco cortados por lo que veíamos, nos dirigíamos en la consulta.

En realidad la visita con el doctor fue más agobiante de lo que creía. El tal doctor Ortiz nos advirtió sobre los cuidados que debería de tener mi madre para que el embarazo llegara a término. Fue muy enfático al señalar que la edad de mi madre representaba un alto riesgo tanto para ella como para el bebé, aunque tenía la esperanza de que todo fuera bien dado que los primeros tres meses del embarazo son los más riesgosos y mamá de esos ya había pasado dos.

Luego vinieron las preguntas personales, a las cuales mamá ni yo sabíamos a qué responder.

—Dígame, joven… ¿usted qué es de la señora Sugey…?

—¿Yo? Ammm. Bueno… Yo soy su marido —solté, y mamá extendió los ojos como plato.

—¿Su marido? —preguntó el doctor Ortiz, mostrándose escéptico.

—Quiero decir… que soy su novio... su pareja, pues.  

—¿Su  novio… entonces? —dudó el hombre cincuentón mirándonos a mi madre y a mí intercaladamente, por arriba de sus lentes mientras hacía anotaciones.

—Sí —contesté a la defensiva—, ¿pasa algo con mi respuesta respecto a que soy pareja de mi mam… de la señora Sugey?

—No, no, no, perdone, joven… sólo qué… habría jurado que usted era su hijo.

Por poco me explota el corazón dentro de mi pecho.

—¿Su hijo? —simulé sorpresa, aunque sé que me puse pálido—. ¿Por qué lo supuso, doctor…? ¿Es por… nuestras diferencias tan marcadas de edades?

—¿Por las diferencias de edades? No, joven, qué va—se echó a reír el viejo entrometido—. Ahora ya se usa que las parejas sean de cualquier cosa: hombres con hombres, mujeres con mujeres, ¿usted cree que a mí me impresiona la edad? Para nada, para nada. Todo lo contrario, es usted muy afortunado, permítame decírselo, porque su novia es una mujer muy atractiva.

—Lo sé, doctor, soy muy afortunado.

—Yo… simplemente pensaba que era su hijo porque… tienen un cierto parecido.

—¿Cierto parecido? —volví a balbucear, pero el médico ya no dijo más al respecto.

Me pareció extraña que hiciera tal observación dado que, en realidad, mi madre y yo no nos parecíamos físicamente en nada, salvo en algunas expresiones corporales.

—Señora Sugey, dos preguntas: ¿a qué edad inició su vida sexual y cuántas parejas sexuales ha tenido?

Mi madre se puso colorada de cabo a rabo. El médico notó su incomodidad ante su pregunta y se apresuró a aclarar:

—Entiendo si le incomodan estas preguntas, señora, o que le intimide el hecho de que esté su novio aquí, pero le aseguro que es parte del protocolo y del llenado de su expediente. Es importante tener todos los datos que podamos respecto a su usted para que el tratamiento que le indique sea eficaz.

—Veintiuno —dijo mi madre de golpe, sin esperar siquiera a que el obstetra terminara de hablar.

El médico y yo nos dispusimos a mirarla, confundidos.

—Perdone, Sugey, ¿se refiere con el veintiuno a la cantidad de parejas sexuales que ha tenido en su vida?

Mi cara tuvo que ser un poema, porque el doctor me dedicó un gesto entre burla y compasión.

—No, no —se apresuró a decir mamá muy nerviosa—, me refiero a la edad en que inicié mi actividad sexual.

¿Mamá había perdido la virginidad hasta los 21 años? Joder… Esto sí que fue una sorpresa para mí. Ya me parecía excesivo que mi madre hubiera tenido veintiún parejas sexuales siendo una mujer tan recatada.

—De parejas… bueno… no sé…

El médico parecía tanto o más interesado que yo en saber cuántas parejas sexuales había tenido mi “santa progenitora”. Lo había descubierto viéndole las tetas en varias ocasiones. Maldito viejo rabo verde.

—Creo… que… once… o doce… por ahí.

¿Once o doce parejas sexuales, mi madre? ¿En serio? ¡EN SERIO! Es hora qué no sé si son demasiadas o son pocas. Los hijos siempre esperarían que la única pareja sexual de sus madres fuera su padre… pero la mía… ¡joder!, ¿qué clase de juventud había tenido mamá? Porque estoy seguro esa cantidad de parejas las tuvo previo a papá… excepto Nacho, claro… ¿o no?

¿Quiénes fueron esas parejas sexuales? ¿Mamá alguna vez me contará esas historias?

Pasamos el resto de la consulta escuchando al médico, el cual nos decía muchas cosas. Le hizo otro estudio confirmatorio de sangre, y luego un estudio cuantitativo que, como mamá pensaba, confirmó que tenía entre 7 y 8 semanas de gestación.

Entre las cosas que más me llamaron la atención de lo que dijo el viejo rabo verde fue hizo mención respecto a su libido:

—También es imperativo que entiendan que en el ámbito sexual, las mujeres ingrávidas tienden a descontrolarse hormonalmente.

—¿Ingrávidas? —pregunté como un idiota.

—Embarazadas, quiero decir.

—Ah —dije sin más, tomando la mano de mi madre.

—Quiero decir que tanto la libido puede aumentar en proporciones considerables, como puede ser todo lo contrario.

 Y para mi buena suerte… creo que a mamá le ocurrirá lo primero, su libido será la que gobierne su cuerpo aún más que antes.

Hemos cenado ya en compañía de la tía Arlet, Alan y el tío Federico, quien nos ha informado que este fin de semana viajará a Tijuana para recibir una máquina nueva que necesita algunas de sus firmas.

—Lo que significa que este fin de semana lo tendremos sólo para nosotros cuatro —apuntó Arlet guiñándonos a mi madre y a mí un ojo. Alan sonrió perversamente y Fede se carcajeó, viendo en las palabras de Arlet sólo bromas en lugar de verdades.

—Sólo espero que a mi regreso… esta casa se encuentre en pie —dijo el tío levantándose de la mesa—, confío en que nuestra responsable y religiosa Sugey hará todo lo posible para que en mi ausencia se porten como gente decente. Sobre todo ahora que ella está embarazada.

En las miradas de Arlet y de Alan noté un plan siniestro que seguramente nos involucraba.

—Me dan miedo tus miradas, Arlet —le dijo mamá a su prima cuando nos despedíamos para irnos a dormir—, conozco esa expresión perversilla que tienes, ¿eh, malosa?

Arlet esperó a que su marido desapareciera por las escaleras para responder:

—No te angusties, mujer, sólo quiero que este fin de semana nos la pasemos increíble los cuatro solitos. Llevas tanto estrés encima que… te prometo que nos divertiremos.

Mamá, un poco preocupada por lo que podría estar preparando Arlet para este fin de semana, se adelantó a la recámara porque dijo que tenía que bañarse. Mientras tanto yo fui a mi vieja habitación para terminar de recoger las últimas cosas que me quedaban allí.

 

***

Al volver al cuarto encuentro a mamá recién duchada, oliendo a frutas florarles, completamente fresca, el pelo mojado y sentada frente al espejo con una bata de satín perla que cubre su cuerpo. Ella tiene abiertas las solapas de su bata y se mira por encima de sus enormes pechos.

—Perderé mi figura, hijo… —me dice mamá con angustia mirándome por el espejo—, con el embarazo me hincharé de carnes. Voy a subir de peso.

—Mami, por favor, ¿en serio estás preocupada por eso? —le digo riendo, poniéndome detrás de ella para sobarle sus hombros tensos.

—Tito, hijo, recuerdo que antes de estar embarazada de ti, mis pechos eran grandes para mi edad, pero normales, pero durante el embarazo y después de que nacieras, crecieron mucho, mucho, y, aunque bajaron un poco, nunca volvieron a ser como antes.

Desciendo mis manos de sus hombros hasta las solapas del satén de su bata, de manera que en segundos consigo llegar al nacimiento de sus carnosas tetas, calientes y pesadas.

 Sugey me mira con una sonrisa lasciva mientras me mira por el espejo entornando sus bellísimos ojos azules, y yo intento mantener oculta la lujuria, aunque en poco tiempo queda al descubierto mi verdadero objetivo cuando comienzo a abrirle la bata lentamente, de manera que el satín va resbalando poco a poco por sus deliciosas cumbres, hasta que aparecen sus enormes areolas rosadas y sus excelsos pezones.

—Cuando me embaracé de Lucy, los pechos me crecieron mucho más, hasta quedar como los tengo ahora —me dice, mordiéndose los labios, ayudándome a sacar lo que queda de tetas de la bata—, ¿te imaginas cuánto más van a crecer mis pechos con este nuevo embarazo, mi cielo?

 —De hecho, si les poco más atención, mamá, creo que tus senos ya empiezan a ser más grandes que antes. Creo que ya se me está poniendo dura de sólo pensar en lo mucho que te van a crecer…

Con mis manos trato de abarcar sus dos tetotas, y me excita darme cuenta que es imposible.

—Eres una mami muy tetona, Sugey, ¿lo sabes? —le pregunto, estrujándole sus dos mamas con fuerza—, me gusta que seas una mami muy tetota.  

—En un par de meses más voy a parecer una vaca lechera, mi amor —me dice en plan guarra, poniendo sus manos suaves encima de las mías, alentándome para que le siga estrujando sus tetas.

—Me encantará ordeñar con mi boca las tetas enormes de tan hermosa vaquita, mami.

—¿Ah, sí? —jadea ella, girándose lentamente en la silla frente hasta quedar frente a mami—, ¿serías capaz de robarle a tu propio hijo la lechita directamente de mis tetas, Tito? —me pregunta incitante, provocadora, con sus labios carnosos entreabiertos, y sus ojos azules centellantes.

—Tratándose de mi hijo, mami… (¿o es que debo de llamarlo hijo/hermanito?) —sonrío ante mi propio chiste personal—, creo que seré compartido. Tendrás que amantar a nuestro bebé antes de que la acumulación de leche en tus tetorras hagan que éstas te exploten.

—Oh, sí, querido —me dice ella, mientras yo me arrodillo frente a sí, todavía con mis manos pegadas a sus mamas—, ya oíste al obstetra, hijo: llegará un momento en que tendré tanta leche en mi pechos, previo y posterior a dar a luz, que tendremos la necesidad de extraerla manualmente o con el sacaleches hasta que la leche empiece a fluir fuera de mí.

Quito mis manos de sus carnosidades y acercando mi boca hacia su pecho izquierdo le digo:

—Mientras el doctor nos decía eso, mami… yo sólo pensaba que la mejor forma de extraer el exceso de leche de tus glándulas mamarias… será exprimiéndotelas con mi propia boca, bebiéndome tu lechita directamente de tus pezones, mamándote las tetas como becerro.

—Eres un travieso, hijo —se ríe mamá, poniendo sus manos sobre mi cabeza para luego empujarme hacia sus pechos, primero uno y luego el otro. Ella quiere que me las coma—. Pero estás loquito si piensas que dejaré que te tomes la leche que producirán mis pechos para tu hijo. Esa lechita será sólo para él.

—¿Pero te imaginas, mamá? —le digo, mordiéndole la punta de uno de sus enormes pezones—, ¿te imaginas lo bien que sentirás y lo guarro que será cuando nuestro hijo te esté mamando el pezón de una de tus tetas, mientras yo te chupo la otra?

Mi madre jadea fuerte, aunque no sé si es por lo que le acabo de decir, o por el estímulo de mis dientes que están mordiéndole los pezones suavemente.

—Nunca me habría imaginado tener que amamantar a dos de mis hijos al mismo tiempo, ¿eh, niñito pervertido? Tú en una teta y nuestro bebé en la otra… ¡Hummm! —gime eróticamente, removiéndose en la silla cuando empiezo a chupar el contorno de su areola izquierda antes de darle otra mordida a la superficie de su pecho.

—Mi hijo y yo te comeremos las tetas hasta sacarte toda la leche, mami… él en una teta y yo en la otra.

—Hummmm, ¿sí? —jadea con más entusiasmo mientras uno de mis dedos bajan a su entrepierna y comienzan a buscar su hendidura vaginal—… ¿y a mí quién me dará leche para abastecerme, mi amor?

Su rostro empieza a congestionarse de placer ante el estímulo de mis caricias tanto en sus pechos como en su vulva mojada.

—Yo, mami… —le respondo lo obvio—, yo te daré lechita directamente en tu boca.

Cuando menos acuerdo ya estamos en la cama, yo acostado bocarriba, y mi madre acomodada a cuatro patas entre mis piernas, con sus enormes tetas colgándole del pecho, mientras su boca succiona mi sensible pene, desde el glande hasta la base, pasando su lengua ensalivada por todo el tronco, hasta babearme los huevos.

—¡Hummmm! —jadeo, estremeciéndome de arriba abajo, sintiendo su lengua mojada hormigueándome todo mi falo, el cual palpita en su boca—. ¡Uffff… mami!

—Shhhh —dice mamá, con una sonrisa traviesa—, no queremos que el tío Fede nos escuche, ¿verdad?

—¡Enton…! ¡Enton…ces… no me la mames tan rico, mami…!

—Es que… lo que me has dicho… sobre amamantarte a ti y a nuestro futuro bebé… me ha puesto muy cachonda, hijo.

—Lo sé —suspiro, dejándome llevar por la punta de las uñas de mi madre que está frotándome mis bolsas testiculares—, ya nos advirtió el médico que tus hormonas estarán bastante alteradas, lo que podría implicar un incremento en tu libido, como lo estoy constatando ahora, lo que significa que tendré una mamá muy guarra y caliente durante el estado de embarazo. Qué rico, ¿no?

—También dijo el obstetra la importancia del sexo durante la gestación, ya que eso ayudará a que llegado el momento, pueda conseguir que mi vagina dilate lo suficiente para tener a nuestro hijo naturalmente.

—Estás muy estrecha, mamá… ¿crees que podrás soportar dar a la luz sin cesárea?

—Hay formas muy estimulantes para que mi vagina se vaya dilatando durante la gestación, hijo, además de métodos para que mis hormonas no me hagan caer en depresión.

—¿Ah, sí? —le pregunto removiéndome sobre la cama, mientras la boca de mi madre está llena con mis huevos dentro—, ¿qué formas y métodos son esos?

—Arlet nos los enseñará, querido —dijo, con sus enormes tetas casi pegadas en la cama—, te recuerdo que ella también es madre y en su momento tuvo el mismo problema de estreches y eventos depresivos como yo.

En ese momento me incorporo de golpe, preguntando con terror:

—¿Mi tía Arlet nos enseñará… ejercicios de dilatación y control hormonal, mamá?

—En ausencia del tío Fede, hijo… este fin de semana pinta para ser muy entretenido con ayuda de Arlet. Mientras tanto… acomódate bien en la cama, mi amor, estoy muy caliente y quiero montarte.

 

Continúa

Comentarios

  1. estuviera bueno que quisieras un relato de Nacho Cómo conoció Elvira y Sugey

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Comentarios