Corrompiendo a mamá Libro II// Cap. 1
CAPÍTULO 1
***
Hemos dejado encargada a Lucy con Elvira, la mejor amiga de mi madre que a su vez es la madre de mi mejor amigo Gerónimo. Tampoco es como si Elvira sea la persona más adecuada para dejar encargada a mi hermana en esas cabañas de Arteaga, toda vez que esa milf es una mujer de cuidado, con quien nada menos anoche hice un trío en compañía de mi mamá.
Pero no tenemos opción.
Sí; desde hace poco tiempo mi madre y yo cruzamos esa línea del pecado, y hemos traspasando esa relación divina que debería de tener una madre con su hijo.
Ambos nos hemos dejado llevar por nuestros instintos más primarios y nos ha valido un pepino nuestro parentesco. No nos importó que lleváramos la misma sangre y el mismo ADN. No importó que yo hubiese estado nueve meses en el vientre de mamá. No nos importó que yo hubiese salido por su vagina cuando era apenas un recién nacido. Al final, hemos sucumbido al morbo y a la lujuria, y finalmente hemos cometido en un acto incestuoso de amor.
Mamá y yo estamos enamorados. O al menos yo lo estoy de ella. Y lo que es mejor, yo he tenido la oportunidad de meter mi duro falo en el mismo sitio por donde un día ella me parió.
Si no lo saben, he de confesar que hemos fornicado algunas veces en el más absoluto de los secretos, y nos ha importado poco ponerle los cuernos a papá. El problema es que ahora él ha descubierto algo de Sugey (por argucias de Nacho, un antiguo amante de mamá) y es nuestro deber volver a casa y enfrentarlo hasta saber qué nos deparará el destino.
¿Nacho le habrá contado a mi padre que él fue amante de mamá? O, lo peor, ¿será que le reveló que yo, su hijo, soy amante de su propia esposa, que a su vez es mi madre?
Joder.
Por eso no queremos traer con nosotros a Lucy. Ella es una chiquilla menor de edad que no tiene que verse inmiscuida en nuestros problemas.
Elvira nos ha prometido cuidarla hasta mañana en que se supone que regresarán. Le he pedido que poca especial cuidado con su noviete ese, que no me agrada la idea de que él le falte al respeto en nuestra ausencia. Mientras tanto, yo espero a que salga mamá del cuarto, que se ha ido a terminar de arreglar. Mientras tanto yo cargo nuestras maletas. Es hora de irnos al coche.
Al cabo de un rato mamá sale con los labios pintados, el cabello suelto, una blusa blanca de gasa, de manga larga, y un pantalón de mezclilla que se ajusta perfectamente a sus potentes piernas y nalgas…
—Luces hermosa, mamá —la halago para que se sienta mejor.
—Gracias, mi amor.
Me dice ella acercándose a mí. Me da un beso en la boca y cuando se separa veo algo que me deja perplejo.
—¡Pero veo que no llevas sostén, mami!
—Han quedado destrozados todos, mi cielo —me dice, empujando una difícil sonrisa—. Y el que me quedaba… me aprieta mucho.
—Tú tienes la culpa por estar tan tetona.
Mi rubia progenitora sonríe. Parpadea un poco y me dice, antes de partir:
—Prefiero irme así, hijo, con mis pechos desnudos debajo de mi blusa. A lo mejor hasta me da seguridad ante tu padre. Tú mismo descubrirás que él ni siquiera se dará cuenta que se me marcan mis pezones cuando se me pega mi blusa al cuerpo.
—Joder, mami, me costará conducir mirándote así.
Mamá sonríe, me ayuda con una maleta y me dice:
—Tú sólo mira para al frente, corazón, que ya luego, con calma, si Dios quiere, tendrás los pezones de mami en la boquita.
A pesar de lo que nos espera al llegar a casa, el comentario guarro de mami me pone cachondísimo.
—¿Nos vamos? —le digo.
—Nos vamos —responde.
Ella arrastra una maleta y yo la otra.
Nos agarramos de la mano como si fuéramos pareja y rodeamos el bosque para que nadie nos mire. Al fin llegamos al coche, guardamos nuestras cosas y lo abordamos. Ya en el camino de retorno, en el descenso de la montaña atestada por frondosos pinos, mamá me dice:
—No sé qué es lo que Nacho le haya contado, hijo, pero ten la seguridad de que seré yo quien hable con tu padre. Tú te quedarás afuera de casa.
Me rehúso a su propuesta. ¿Qué clase de hombre seré si dejo que mi mujer enfrente sola a su marido engañado?
—Ni loco te dejo sola con él, mamá. Por lo que Elvira y tú me contaron, papá está en plan violento. Mi deber es enfrentarlo yo. Ahora papá sabe que yo soy tu hombre.
Mamá resuella, pero ya no está llorando. Se le mira más serena que antes. Se ajusta el cinturón entre las tetas, y sus pezones hermosos se le marcan en la blusa.
—Tito, no sabemos lo que Nacho le contó a Lorenzo. Tú estás dando por hecho algo que realmente es imposible que sepa. Por eso es preciso que sea yo quien lo enfrente.
—A ver, má, ¿entonces qué fue lo que le contó Nacho a papá, según tú?
—Es lógico, ¿no crees? Le ha contado mi aventura con él.
Podría ser. Pero tal vez no.
—¿Y papá iba a quedarse así de tranquilo, sin decirle nada, agradeciéndole que le haya contado tu infidelidad? No lo sé, mamá. Yo más bien me imagino que Nacho le dijo que tú y yo…
—Es imposible, Tito. No hay ninguna posibilidad de que Nacho lo sepa. La única que sabe sobre esto… es Elvira, y meto las manos al fuego por ella. Tu padre no sabe lo nuestro.
Ante su comentario, le pregunto algo muy serio:
—Mamá, ¿tú me amas?
—Sí, hijo, te amo y…
—Como hombre, mamá, ¿tú me amas?
—¿Por qué lo dudas?
—Porque… siempre, al día siguiente después de haber hecho el amor tú amaneces distante conmigo. Apenas me miras a los ojos. Es como si me evitaras. Y a mí la verdad eso me pone algo triste.
—Hijo… por favor… no es eso… es sólo que…
—Anoche dimos un paso más, mamá. Hicimos un trío con tu mejor amiga. Se supone que nuestra relación debería de estar más fortalecida. Se supone que entre tú y yo ya no deberían de existir los tabúes.
—Tienes que tenerme paciencia, hijo…
Mamá se peina el dorado de su cabello con los dedos, y planta sus ojos azules en la carretera.
—¿Paciencia para qué, Sugey?
—Para asimilar todo esto, ¿es que no te das cuenta que todo ha ocurrido demasiado rápido, Tito? Es absurdamente imposible que rompa mis tabúes por completo. Además, lo que es verdad es mi amor por ti. Ya te he dicho mil veces que te amo. ¿Cómo no iba hacerlo si eres mi hijo?
Suspiro. No me conformo con su respuesta. El camino continúa pasando a nuestro alrededor.
—Pero nunca me has dicho si me amas como hombre, mamá. Yo sé que me amas como tu hijo, ¿pero como hombre también? Entiéndelo, Sugey, ¡Yo ahora soy tu hombre! ¿O no lo consideras así?
—¿Cómo puedes estarme reclamando estas cosas sabiendo que… tu padre nos espera para reclamarme… lo que sea que le haya dicho Nacho?
Ella tiene razón, pero yo no puedo dar mi brazo a torcer.
—¿Y qué harás, má? ¿Negarás todo lo que te reclame papá?
—No, Tito. Por el contrario. Voy a admitirlo todo.
—¿Sea lo que sea?
—Sea lo que sea.
—¿Incluso si sabe lo de Nacho?
—Sí.
—¿Incluso… si sabe lo nuestro?
—Es imposible que lo sepa…
—¿Incluso si sabe sobre lo nuestro? —insisto.
—Claro que sí… será muy difícil, pero lo aceptaré.
—¿Qué es lo que aceptarás, mamá? ¿Qué hemos fornicado a sus espaldas o que me amas?
—Las dos cosas…
—¿Qué son las dos cosas?
—Me estás agobiando, Ernesto.
—¡Es que no eres capaz de decirme que me amas, Sugey! ¡Yo no quiero ser solo tu hijo, yo quiero ser también tu hombre, alguien que pueda protegerte, frotar su cuerpo desnudo por las noches y amarte por siempre!
Mamá se queda en silencio, mirando la ventana.
—Mira, hijo; a pesar de mi… aventura con Nacho, a pesar de las mentiras que dije. A pesar de lo que ha pasado entre tú y yo… tienes que saber que yo quiero a tu padre. Y no sólo eso; tienes que saber que tengo temor de Dios. ¡Me he criado en una moralidad que he blasfemado al meterme fuera del matrimonio con otro hombre…! Y lo peor… contigo, que eres mi hijo. ¡He cometido un pecado tras otro, hijo… y todas estas cosas me agobian demasiado! ¡No entiendo cómo es que la calentura me transforma, y paso de ser la mujer recatada y decente que siempre he sido, para convertirme en una golfa! ¡En una maldita golfa ansiosa por ser poseída sexualmente!
—Pero mamá…
—Escúchame, Tito. Eso es lo que me pasa, no es que no te quiera, no es que no te ame, es que simplemente la conciencia, al despertar, me violenta, me recuerda que soy una zorra y una mala madre. ¿Cómo puedo hacer… esas cosas… tan… terribles… en la cama… con mi hijo?
—Pero mamá…
—Tú no sabes lo que le estoy pidiendo a Dios para que Lorenzo me juzgue solo por mi adulterio por Nacho y no por… mi pecado cometido contigo. De por sí yo sé que enterarse de lo primero ya lo ha devastado. Pero… ¿Puedes magnificar lo que ocurriría si de verdad tu padre se llegara a enterar que yo me acostado con mi propio hijo? ¡Lorenzo podría morirse de un infarto, por Dios!
—Mamá, yo entiendo tus agobios, te juro que los entiendo, pero también quiero que definas lo nuestro. Sólo así podremos tomar decisiones.
—¿A qué te refieres con tomar decisiones?
—Dices que quieres a papá, pero, entre él y yo, ¿a quién preferirías?
—A ti, mi amor, los hijos siempre son y serán la prioridad de…
—¡Que no quiero que me ames como tu hijo, sino como tu hombre! ¿Es que no lo entiendes, Sugey?
Mamá me mira, un poco impacientada:
—¡Entonces actúa como un hombre, hijo, y deja de agobiarme con tus caprichitos! —grita ella.
—¡Soy un hombre, y te lo he demostrado!
—Meter tu pene dentro de mi vagina no te hace un hombre, Luis Ernesto. A mí me tienes que demostrar con madurez, con acciones y con inteligencia que en verdad lo eres.
Pasamos mucho rato en silencio, quizá una hora, antes de que le pregunte:
—Una cosa más, Sugey, ¿tú has aceptado hacer el amor conmigo sólo porque decidiste renunciar a Nacho o porque en verdad lo deseas?
—¿De verdad piensas que yo haría el amor con mi propio hijo si no lo deseara? —dice ella como única respuesta.
Y yo me resigno a no saber qué quiso decir. Y viajamos el resto de camino en silencio.
***
Hemos llegado después de un gran rato a nuestra casa. No me sorprende sentir miedo, sí, miedo por lo que pudiera pasar. Después de todo, el esposo de mi mujer es mi padre, y yo también tengo sentimientos por él. Aunque no se me puede poner en consideración a quién prefiero entre él y mamá, pues la respuesta es obvia.
Lo que verdaderamente nos causa sorpresa es que haya muchos vecinos en sus puertas o ventanas viendo cómo tres camiones de mudanzas, se llevan todas las cosas de nuestra casa.
—¡Mierda, mamá, se está llevando todo!
Mi madre abre los ojos sin saber que decir. Me parqueo detrás del último de los tres camiones, donde hay camas, muebles y demás cosas, y dejo a mamá en el coche para entrar corriendo a nuestra casa, donde encuentro a papá indicando sacar los últimos muebles.
—¿Pero qué crees que haces, papá? —le pregunto.
Mi progenitor se queda helado al escucharme. Espera que salgan los hombres de la mudanza con los últimos muebles y adopta un gesto monstruoso.
—¡Ahí estás, cabrón! ¿Pero cómo puedes ser tan hijo de puta? —me grita papá nada más entro a la casa. Me agarra del brazo y me lanza con fuerza, tirándome contra el suelo—. ¡Lo sé todo, Ernesto, todo!
Ahí tirado, se me hielan las piernas mientras me incorporo y no tengo ni maldita idea de qué es eso que papá cree saber.
—¿Q—ué es lo que sabes? —le pregunto con terror.
No quiero cometer ninguna imprudencia.
—¿Dónde está la prostituta de tu madre? —grita mirando hacia la puerta.
—No te permito que la califiques de esa manera, papá.
—¡Tú te callas, cabrón!
Entonces veo a mamá arrastrar nuestras maletas mientras se acerca a la puerta de la casa.
—¡Mamá no entres! —grito, justo cuando siento un puñetazo en la mitad de la cara que me vuelve a tirar al piso.
—¡Lorenzo! —exclama mamá, ingresando al vestíbulo, viendo cómo mi padre me ha pegado.
—¡Nacho me lo contó todo, el hijo de perra! —pronuncia papá, mirando a mi madre, que corre hasta mí y me ayuda a incorporarme, soltando las maletas en el suelo.
Sugey, con horror, revisa que yo esté bien y se levanta, furiosa.
—¿Qué fue lo que te contó? —pregunta ella.
—¡Que es tu amante —grita mi padre con violencia—. ¡Nacho es tu amante y Tito, además de ser un puto maricón, lo sabía y lo consentía!
Mamá me mira de reojo, y yo asiento. Es muy fuerte lo que está sucediendo, pero al menos Nacho no le ha contado lo esencial, o, como dice mamá, mi padre se habría muerto ya de un infarto.
—¿Me lo vas a negar, grandísima piruja barata?
Papá agarra a mi madre de los brazos y la sacude con fuerza, hasta que yo me levanto, la libero de él y me interpongo entre.
—¡A ella no la tocarás, papá! —le advierto—. ¡No te lo permitiré!
Pero papá esta vez me dobla la cara con tres bofetadas, y yo, por respeto, no intento defenderme, pero sí que procuro evitar que lastime a mamá.
—¡Déjalo! —grita mi madre, acercándose a papá—. ¡La culpa la tengo yo, Lorenzo, solo yo, no él, no tu hijo!
Yo siento la cara roja, y el puñetazo que me ha dado al entrar me tiene con la nariz doliéndome. Me llevo la mano a los poros y noto que estoy sangrando.
Que me golpee si quiere, pero a mi madre no. Eso sí que no lo permitiré.
—¿Es así como valoras todo lo que he hecho por ti, Sugey?! —exclama mi padre furioso—. ¡No eras nadie antes de mí!¡No eras nada! Yo te he brindado todo; sustento, protección, ¡amor, sobre todo amor! ¿Y tú cómo me lo pagas? ¡Poniéndome los cuernos con el primer cabrón que te habla bonito!
—¡Me abandonaste, Lorenzo! ¡Me hiciste sentir que no valía nada como mujer! ¡Me minimizaste como tu esposa!¡Cambiaste todo lo que teníamos por tus amigos! ¡Por tu maldito fútbol! ¡Por la maldita rutina! ¡Te grité mil veces que te necesitaba, en todos los aspectos de mi vida, y tú simplemente me mandaste al carajo!
—¿Y tan fácil se te hizo revolcarte con otro en lugar de decirme a mí lo que te afligía, grandísima golfa?
—¿Y habrías hecho algo para remediarlo, Lorenzo? ¡Claro que no! Tú eres un machista, un egocentrista, un hombre que nunca me ha comprendido. Para ti yo sólo he sido siempre la criada de la casa, tu mejor adorno, tu florero favorito, pero jamás fui tu esposa.
Papá nunca ha sido de los que admite sus errores, sólo es feliz recalcando los de los demás. Es verdad que mi madre ha cometido un grave error, pero papá ni siquiera es bueno para aceptar que él también tuvo fallas. Por eso está furioso, y la respuesta que le ha dado mamá sólo lo ha hecho enfadarse aún más.
—¡Sin vergüenza! ¡Zorra! ¡Golfa! —le grita, y mamá retrocede—. ¿Tú te crees que eso es justificación para que le abrieras las piernas a otro hombre? ¿Mis supuestas omisiones como esposo hicieron que te sintieras con derecho de ser la golfa de Nacho? ¿Es que no te disculpas? ¿Es que no te arrepientes?¿Es que no te da vergüenza? ¿Es que no te das asco?
—¡Me disculpo, Lorenzo, de todo corazón! ¡Me arrepiento como no tienes una idea!¡Y vergüenza sí me da! ¡Pero de asco nada! ¡No me doy asco, porque sólo hice lo que me hacía falta para ser feliz!
—¡Encima eres una cínica!
—¡Cínica no, una mujer con necesidades sí! ¡Necesidades que tú rehusaste a satisfacer!
—¡Y tienes el hocico para decir tus disparates delante de este maricón que tienes por hijo, Sugey! Pues con razón te tapaba tu adulterio, si tú le tapabas a él sus gustos por las mariconadas.
¿Maricón yo? Ja. Si supieras, papá, quién tenía anoche a cuatro patas a tu mujer.
—¡A Tito lo dejas en paz! —me defiende mamá—. ¡Esta discusión es entre tú y yo!
—¡En eso tienes razón, porque este maricón ya no es más mi hijo!
—¡Pero es que tú te estás volviendo loco, Lorenzo!
—¡Tú eres la que me está volviendo loco, Sugey! ¡Pero te juro que voy a quitarte todo, a ti y a este cabrón sinvergüenza y traidor! ¡Les quitaré esta casa, y no les pasaré ni un puto centavo, a ver cómo termina este pendejo su carrera universitaria y a ver cómo tragas tú a partir de ahora! Y que sepas que la niña se viene conmigo, ¿dónde está ella?
—¡Ella aún se quedó en las cabañas, pero de una vez te advierto que…!
—¡Luciana se viene conmigo! —demanda papá.
—¡A mi hija la dejas en paz! —se desarma mamá por primera vez.
Y ahora que papá sabe por dónde atacar a su esposa, lo hace con mayor ímpetu.
—Con la declaración de Nacho, que me ha contado toda la clase de degeneraciones que has hecho con él, entre orgías y cómo te prostituías… fácil te quito la patria potestad de la niña.
—¿Qué? —mamá no puede creer lo que oye—. ¡Es una vil mentira! ¿Cómo puedes creer que yo me he prostituido? ¿Es que eres imbécil?
—¡Sí, soy imbécil por haber confiado en ti! Mientras yo trabajaba hasta matarme, tú te burlabas de mí, tú te acostabas con ese degenerado hijo de perra y a saber con cuántos más. Los dos son tal para cual. Pregúntale a Nacho la paliza que le he dado. De no ser por los vecinos, le termino de romper los huevos.
Bueno, al menos papá ha hecho algo bien.
—¡Me acosté con Nacho, sí, pero en lo demás te mintió!
—¿Reconoces, golfa, que te revolcaste con él?
—¡Sí, lo reconozco, pero sólo eso! ¡Yo jamás he sido una prostituta ni mucho menos me he revolcado con nadie en una orgía!
—¡Me las vas a pagar, Sugey, te juro por Dios que me las vas a pagar!
Papá ahora me mira a mí, diciéndome:
—Y tú, maricón de mierda, traidor, ¡ocultándomelo todo! Es que eres un hijo de puta, Ernesto, y nunca ha sido mejor empleada esa definición. Y los dos, el maricón y la golfa madre tendrán que dormir en el puto suelo, como lo perros que son. Así se quedarán los dos, madre e hijo, sin mi dinero, sin ninguna pertenencia, porque me lo he llevado todo en varios camiones de mudanza. Se quedarán incluso sin esta casa. Y tan pronto regrese mi hija, volveré por ella. En cuanto a ustedes, ¡una semana les doy para que se larguen de la chingada aquí! Y sólo se llevarán lo que traen puesto y lo que han comprado con su dinero, que es nada.
Un hombre le dice a mi padre que todo ya está asegurado, y él les da la orden de marcharse, llevándose todo.
—Dame las llaves del coche, maricón —me grita papá.
Yo las saco del bolso de mi pantalón y él me las arrebata. Luego, volviéndose a mamá, la vuelve a insultar:
—No eras nadie cuando te hice mi mujer, Sugey, ¡no eras una mierda! Y por eso te dejaré como te encontré; como una nada, como una puta moneda que no vale nada.
—No, Lorenzo —responde mamá después de varios minutos de silencio—, tú nunca me hiciste tu mujer, me hiciste tu esposa, pero eso es diferente. Si supieras tú quién ha sido el hombre que de verdad me hizo su mujer te sorprenderías.
Mamá me observa con amor, tras lanzar esas terribles palabras lapidarias a papá, quien reacciona abruptamente propinándole una fuerte bofetada que tumba a mi madre al suelo.
—¡A mi madre no la vuelves a tocar, pedazo de cornudo! —grito, extendiendo mi puño.
—¡No, hijoooo! —grita mamá—. ¡No se te ocurre levantarle la mano a tu padre o quedarás condenado!
Mi puño tiembla muy cerca de la cara de papá, pero hago caso a lo que mi mujer me dice y bajo la mano.
—Sí, hijo, deja que se condene tu padre si se atreve a pegarme otra vez. Yo seré condenada por adúltera, pero él por poco hombre.
Entonces papá se echa a reír, diciéndome;
—Ah, cabrón, ¿así que quieres pegarme, eh Tito? Pues ven para que veas cómo te parto todo el hocico…
No supe en qué momento mamá se levantó del suelo, pero cuando menos acuerdo ella está de pie en medio de los dos, y le dice:
—¡Tú le vuelves a pones una mano encima a mi hijo y te juro que te mato, Lorenzo!
—¡Por eso lo hiciste maricón, Sugey, porque siempre le consentiste todo! Pues ahora quédense los dos como unos muertos de hambre.
—Sólo quiero que me devuelvas mi baúl, Lorenzo, ahí conservo mis pertenencias. Ahí tengo alhajas y dinero que me he ganado yo misma haciendo mis reposterías, que tampoco te pienses que tú me has dado todo.
—¿Reposterías o tus puterías? No me extrañaría que les cobraras a los hombres por acostarte con ellos, cual vulgar prostituta.
—¡Deja de ofenderla, papá! —me pongo furioso.
—No puedes ser tan abusivo, Lorenzo. ¡Ese dinero y esas joyas me pertenecen! ¡Algunas joyas pertenecían a mi madre!¡Devuélvemelas!
—Tómalo como un pago por daños y prejuicios, Sugey.
—Entonces, al menos devuélveme mis materiales de cocina. ¡Eso es mío! ¡Me costaron a mí! ¿En serio quieres matarme de hambre, robándote mis instrumentos de trabajo?
—Te dejé el horno, al menos —le dice papá riéndose—, pero no te lo dejo por gusto, sino porque está pegado a la cocina integral y no me lo puedo llevar. Pero no te preocupes, que ahí te dejé un pan duro y un litro de leche, para que tragues esta noche al menos como las perras.
Mamá mira a mi padre con odio, por primera vez desde que llegamos. Está muy enfadada con él, y se lo hace saber:
—¡Te largas! —le exige ella, empujando a papá hacia la puerta—. ¡Fuera de aquí, Lorenzo!
—¡Quítame tus manos de encima, cabrona!
—¡QUE TE LARGUES!
Y solo así, mi padre se va.
Se lleva todo, pero me deja lo que más me importa a mí: mi madre.
—No sufras, mamá, yo voy a trabajar para que no te falte nada —le digo cuando ella se echa a llorar en mis brazos.
—¡A mí lo material no me importa, cielo! ¡Me duele que haya pasado todo esto… justo ahora que estábamos tan bien!
—Con papá ya no estábamos tan bien… sino todo lo contrario. Ha tenido que pasar todo esto para que pudiéramos poner todas las cosas en su lugar.
Mamá me besa las mejillas, mientras yo le digo:
—Tú y mi hermana ahora son mis mujeres, mamá: y no dejaré que les pase nada malo. Ahora yo soy el hombre de las dos.
***
Ha pasado un largo tiempo desde que papá se marchara. Yo no he dicho nada para no agobiar a mamá, que ya no llora, pero reflexiona en silencio.
—Mamá… esteremos bien —le digo, cuando la veo de pie en la cocina, dándome la espalda, recargada sobre la encimera de la cocina integral, junto a una botella sellada de leche que dejó mi padre para humillarnos.
Puedo ver sus majestuosas nalgas debajo de sus pantalones de mezclilla y su estrecha cintura debajo de su blusita blanca.
—Espera un momento… mami, y no te preocupes por dinero. En mi tarjeta tengo la beca de mi último mes. Lo sacaré del cajero y podremos sobrevivir un par de días. Ya luego me pondré a trabajar y veremos cómo hacer para recuperar tus cosas de repostería.
Voy por mi mochila para salir a un cajero automático y sacar dinero para al menos poder comer y cenar algo, pero mamá me detiene, diciéndome:
—Hijo, ven, el dinero puede esperar.
Cuando me giro, veo que su rostro ha cambiado. Ya no está llorosa ni abatida. De hecho, su angelical mirada ha mutado a una que luce con un semblante mucho más maligno e inquieto. Yo conozco esa mirada, pues es la que suele adoptar cuando estamos en modo lujurioso.
—¿Qué ocurre, mami?
—Tu padre me ha dicho que soy una puta, ¿no? —me pregunta con una extraña sonrisa.
—Mamá, no pienses en eso y…
—Tú me has dicho que no te deseo, mi bebé, ¿es verdad?
—Ya no creo eso, má, con lo que has respondido a papá y tu actuación ante él me ha demostrado que de verdad me amas. Así que no te preocu…
Pero ella me interrumpe, diciéndome un “Shhhh”. De pronto mamá se suelta su hermosa rubia cabellera, y la reparte en los costados de su rostro como si fuera una cortina dorada.
Sus ojazos azules centellan muy sensuales mientras me mira con avidez. El contorno de sus caderas sobresaliendo en su majestuoso cuerpo de tentación me llama. Me invita a probarlo.
—¿Mamá?
Veo que algo raro pasa con ella cuando sus preciosos pezones empiezan a marcarse debajo de su blusita blanca, como si le estuvieran creciendo, como si se le estuvieran poniendo duritos. Y eso sólo significa una cosa; mamá está entrando en un estado de hembra en celo que me está sorprendiendo y calentando sobre manera.
—Quiero que vengas ahora, Tito, y me folles aquí… —señala la encimera de la cocina integral—. Aquí arriba sobre lo único que nos ha dejado tu padre. Vamos a enseñarle que no lo necesitamos. Vamos a enseñarle que ahora tengo un nuevo hombre en mi vida que me hará suya cuantas veces quiera.
—Sí, mamá —respondo con lujuria, pero inmóvil, sorprendiéndome la nueva postura que está tomando—. Vamos a demostrarle a papá que ahora tu hombre soy yo. Y sin su presencia, podremos fornicar día y noche…
Su mirada se enciende. Sus pezones se ponen más duritos debajo de la blusa. Sus labios rosas se entreabren, y sus ojitos azules siguen ardiendo más.
—Sí, mi bebé. Sin él, podremos estar desnudos todo el tiempo.
—Y podré chuparte tus melones cuando quiera, mami. Podré amamantarlos como cuando era un bebé, sin el temor de que papá nos descubra.
—Sí, hijo, y a su vez, yo podré abrirme de piernas para que tú me chupes mi coñito caliente, que gotea cada vez que pienso en ti.
—Oh, que rico, mami… ahora tu bebé podrá cogerte cuantas veces quiera.
—Y mami le dará a su bebé su chochito mojado, que estará goteando constantemente por la calentura de su cuerpo, deseando sexualmente a su primogénito. Mami le dará sus tetotas a su hijo para que él se las coma, las chupe, las muerda, y haga con ellas lo que quiera.
—¡Ohhh, sí, mamáaaa!
—Mami, luego, se desnudará, abrirá sus gordas piernas y le mostrará a su nene su rajita caliente, para que él se la coma hasta saciarse.
—Y cuando el bebé esté saciado —respondo yo, con la verga bien parada—, le meterá el pene duro hasta que los testículos choquen contra sus muslos.
—¡Hummmmhhhh! —gime mamá, apretándose las piernas, imaginando, junto a la encimera, lo que podremos hacer ella y yo ahora que papá se ha ido.
—Sí, mi amor, por eso quiero que me poseas ahora mismo. En la nada. En nuestra vacía casa, hijo. Pero no quiero que me hagas el amor, quiero que me folles como la puta que tu padre dice que soy.
Mi polla vuelve a saltar. Tiro la mochila al suelo, me quito la camisa, me desabrocho el pantalón y empiezo a caminar hasta mamá, justo cuando veo que ella hace algo: agarra el bote de leche que dejó mi padre, le rompe el sello de la tapa y lo abre.
—Joder… —digo, justo cuando ella, mordiéndose los labios, me dice:
—¿Hace cuando que mi bebé no prueba leche real directamente de los pechos de mami?
Y alucino terriblemente cuando ella empieza a echarse chorros de leche sobre su blusa mientras se retuerce de gozo, primero remojando una de sus enormísimas mamas, que caen pesadas en su pecho, y luego en la otra. Yo me quedo a medio camino paralizado, mirando cual estúpido la manera en que el contacto de la leche con su blusa blanca hace que sus pezones y areolas rosadas se marquen.
Había olvidado que mamá no llevaba brassier puesto. Estaba expuesta completamente debajo de esa ligera blusita que ahora estaba empapada de lactosa.
—¡Haaaah! —jadea Sugey, gloriosa, monumental, preciosa, con la leche empapando sus deliciosos pechos blancos, desde donde sus rosados pezones y areolas se transparentan y me invitan a pecar—. ¡Hoooouuummmmhhhh!
Sus gemidos me vuelven loco. Loquísimo. Sugey cuando gime parece invocar a los dioses del olimpo. Es como si fueran una droga para mí. Me calientan muchísimo.
—¡Somos libres! —grita de pronto mamá, retorciéndose pegada sobre la encimera—. ¡Soy tuya, hijo…! ¡Mami es solo tuyaaaa!
Después de su gemido vierte más leche fría en sus riquísimas montañas blancas. Sus hermosas tetas son tan blancas que se confunden con la blusa y con la misma leche.
—¡Vamos, mi pequeño… ven, chúpale las tetas… a mami, y bebe leche como cuando eras pequeño!
Y yo pierdo el control. De pronto reacciono y me dijo ir contra ella. No sé de donde logro tener tanta fuerza para levantarla y sentarla sobre la encimera de la cocina. Mamá jadea un “Ahhh”, al tiempo que separo sus anchas piernas con mis rodillas e ingreso en medio de ellas.
A esa altura, los pechos de mamá quedan a la altura de mi boca. Y yo pongo mis manos sobre la blusa mojada, e intento abarcar sus grandiosos melones blancos con ellas. Pero sus pechos gordos y brillantes son inabarcables. Es imposible sostenernos todos con mis manos. Ni siquiera aunque usara las dos para un solo pecho. Mamá es una tetona incomparable.
Aun así se los aprieto, y siento cómo sus pezones se hunden en mis palmas. Mamá rodea mi cintura con sus pies y me acerca más a ella.
—Ufff, mami… estás deliciosa.
—¡Vamos, hijo, mama las tetas de mami… ahora tienen leche, vamos!
Y yo le arranco la blusa con lujuria, y primero aparece una enorme teta, con su pezón mojado, erecto, durito como una piedra, y luego, quitándole el resto de la blusa, aparece el otro. Ambos pechos obesos lucen turgentes, blandos y duros a la vez. Y sus pezones apuntan al cielo.
Y mamá vierte más leche en el pecho derecho y entonces yo me prendo sobre él como un bebé hambriento.
—¡Hoooh, mi amor… que boquita tienes… que deliciosa boquita tieneeees!
Con mis manos la froto toda, y con mi lengua recojo la leche que mamá sigue vertiendo en ese pecho, y mi boca succiona su pezón como si de verdad ella fuese una madre lactante.
Y yo me empacho de leche, chapoteando sobre su grandísima teta. Le mamo la bubi y se la chupo. Yo también jadeo. Mi verga está reventando debajo de mi bóxer y mamá, hábilmente, usando los dedos de sus pies, empieza a bajármelo.
—¡Come! —jadea—. ¡Come las tetas de mami! ¡Cómete la lecheee de mami, mi bebéee!
Y yo me atasco ahora con el otro pecho. Mamá vierte el resto de leche que queda del bote y me doy cuenta que está empapada de lactosa en todo el vientre, tetas, entrepierna, incluso mi boca y mi pecho.
—¡Qué rica lengua tienes, mi hombre… sí… también eres mi hombre, mi bebé y mi hombre!
—¡Y tú eres mi mami cachonda…!
—¡Nooooo! —dice—, ahora no sólo soy tu mami cachonda, hijo, hoy también soy tu mami puta. ¡Tu padre me ha ofendido diciéndome que lo era, que yo era una puta! Entonces fornícame como tal. ¡Fóllame duro, hijo, folla a mami como la puta que papi dice que es!
Cuán caliente debe estar mamá que así, sobre la encimera, maniobra para desabrocharse el pantalón y quitárselo. Yo le ayudo cuando el pantalón se atora en sus nalgas. Nos tardamos algo, es imposible que baje.
—Quién te manda estar tan nalgona, mamá.
—Ohhhh —empuja ella y finalmente el pantalón sale.
Deslizo lo que queda de él y cuando se lo quito completamente me doy cuenta ¡que mamá tampoco lleva bragas!
—Joder… mami… tú sí que venías preparada.
—¡Vamos, amor, vamos… chúpame el coñito, que está convertido en un océano!
Retrocedo un poco para visualizar la poderosa y morbosa imagen que tengo delante de mí.
Mamá está completamente desnuda. Ha flexionado sus rodillas y ahora está abierta de piernas para mí, apoyándose con sus manos detrás de su espalda y sus pies arriba de la encimera.
Ella está completamente expuesta, puedo ver sus dos gordos e hinchados labios rosados encharcados por sus flujos y un poco de la humedad de la leche que vertió sobre su cuerpo, con una raja entreabierta separándolos uno del otro.
Y con forme elevo mis ojos, veo dos enormísimas tetas lechosas cayendo pesados en su pecho, coronadas por sus deliciosos pezones y areolas. Y ya no puedo contenerme más.
Me saco el bóxer como puedo y me empiezo a masturbar, al mismo tiempo que me inclino y llevo la boca a la entrepierna de mi madre, donde le doy unas riquísimas chupadas de concha.
—¡Haaaaahhhh! —grita ella, retorciéndose sobre el pretil—. ¡Sigue, sigueeee! ¡Amo tu boquita amoooor míoooo!
Mi boca está disfrutando de la acuosidad de mamá. Mi nariz, mi lengua y mis labios están encharcados. La sapidez deliciosa de su sabor me intoxica. Todo mi paladar sabe a madre cachonda. Y ella aprieta de pronto sus muslos contra mi cara. Y eso es señal de que lo está disfrutando.
—¡Diooooos míooooo! —dice plegarias, retorciéndose como una serpiente.
Y yo sigo dándole sus deliciosas chupadas, absorbiendo sus gordos labios inflamados, mordisqueándolos un poco. Y mamá estremeciéndose de placer. Al rato ataco su clítoris, y mamá está tan caliente que de pronto explota en escandalosos espasmos, acompañados por chorritos que ella cree que es orina:
—¡Me meoooo! ¡Me meoooo!
—En mi cara, mami —la invito—, ¡méame la cara!
Ella apenas sabe que se trata de un orgasmo que le acabo de sacar. Lo mejor es que, en efecto, queda mi cara empapada. Y mamá no para de gritar.
Me levanto, complacido, pues esto no ha terminado aún. Con mis manos agarro las gordas caderas de mamá y la arrastro hasta la orilla de la encimera, donde ya tengo mi falo endurecido apuntando directo a su coño mojado.
—Aquí voy, mami… ¡vamos, grita para mí!
Apenas le encajo la cabeza de mi pene en su abertura, ella se estremece, yo me escalofrío, y Sugey lanza un alarido que me aturde.
—¡Ahhhhhhh!
Mamá rodea mis nalgas con sus pies. Y yo siento sus talones hundiéndose de gozo. Lleva sus manos a mi cuello, y de allí se sostiene cuando yo empiezo con mis poderosos embates.
—¡Cógemeee, cógemeeee! —grita fortísimo.
Los vecinos chismosos que estaban fisgoneando antes podrían escucharla, y todo se volverá una locura, pues han visto salir a mi padre con nuestras cosas. Los vecinos saben que papá nos ha abandonado, y que en esa casa vacía no hay nadie salvo mamá y yo. Y a Sugey parece no importarle, porque sigue gritando como la guarra que quiere ser.
—¡Empáchame de vergaaaaaa! —me grita con semejante desparpajo.
Nunca pensé oír tales palabras de una madre religiosa y moralmente correcta como ella. Atribuyo su calentura, sus ansias, sus deseos, su obscenidad al despecho, al coraje, a la rabia, al deseo y al morbo de que sea su hijo quien se la está cogiendo ahora mismo.
—¡Córrete para mí, mamá, vamoooos!
Y ella tiene el gesto deformado. Parece una gata en celo. Tiene echada su cabeza hacia atrás, con su cabellera casi tocando la superficie de donde está sentada. Pero luego eleva la cara, me mira con lujuria, saca la lengua y empieza a lamerme la boca.
¡Y es el morbo, el puto morbo lo que más me excita de todo esto!
Sus tetas rebotan sobre mi pecho. Sus pezones calientes se hunden en mi piel. Y ella jadea y grita.
—¡Empuja, empuja! ¡Hahhhhhaaa!
Además, esa maldita contracción que mamá hace cada vez que se la meto y que ella recibe con glorioso gusto, apretándome el falo hermosamente.
Cuando arrecio mis penetraciones ella vuelve a arquear la espalda, pero continúa colgada de mi cuello, rodeando mis nalgas con sus piernas. Los chapoteos de mi pene atacando su empapado coño se oyen de fondo mientras sus gritos hacen eco en nuestra casa.
Y ya no doy para más. Ni ella ni yo. A lo mejor no he durado tanto como otras veces, pero creo que esta es la ocasión en que más sexo duro hemos tenido, y el comportamiento ligero de mamá me tiene cachondísimo. No puedo aguantar más.
—¡Voy a eyacular mamáaaa!
Y entonces ella me pide lo impensable:
—¡Sácamela!
—¿Qué?
—¡Sácatela, Tito, te lo ordeno!
Yo me quedo perplejo pues no entiendo lo que pasa.
—Sácamela de mi coño y ayúdame a bajar.
—Pero mamá…
—A las putas se les echan los mecos en la cara.
—¡Ouuuu! —reacciono paralizado, con un morbo brutal.
Y ni lento ni perezoso le saco la verga de su caliente y sucio coño inundado, la ayudo a bajarse de la encimera. Sugey se pone de rodillas, se viene gateando los pocos centímetros que estoy lejos de ella, y luego agarra mis huevos con una mano, acariciándolos deliciosamente, y con la otra me masturba mientras se mete el glande a la boca.
Apenas siento su lengua en la punta de mi uretra me retuerzo, experimentando oleadas en todo mi cuerpo, hasta que mis huevos empiezan a descargarse y le digo:
—¡Ahí vaaaaaaaa!
Mamá se saca mi capullo y toda mi lechita caliente chorrea su cara, desde la frente, nariz, y hasta la boca. Mamá sonríe, gime y gime, y gime, mientras suelta mis huevos y empieza a masajearse su clítoris.
Es brutal cómo su rostro angelical luce lleno de lefa.
Y yo aúllo como lobo, pues jamás recuerdo haber sentido mayor placer que ahora.
Y veo a mi madre con la cara embarrada de mis espermas y más caliente me pongo, y más eyaculo sobre ella. Ahora han caído goterones de espermas en sus monumentales pechos, y ella, volviendo sus manos hacia ellos, se los soba, y embarra mi semen sobre sus pezones y sus areolas.
Y yo estoy petrificado de pie junto a su cara. Mi verga sigue goteando, pero ya empieza a encogerse. Mamá saca la lengua y se limpia sus labios manchados de semen. Algunos restos caen al suelo, otros, los menos, se los mete a la boca. Y yo caigo rendido en el suelo, junto a ella, mirando de lejos lo sucia y obscena que ella se ve.
Y me pregunto dónde aprendió todo esto mamá. Pues me acaba de enseñar una faceta sexual, caliente y obscena que no conocía de ella.
Una faceta de “putón” que jamás creí que mamá podría tener. Y aunque me recontraexcita, a la vez me duele pensar que fue con Nacho con quien aprendió todo esto, pues con papá, que es un tipo tradicional, estoy seguro que jamás lo hizo.
Mamá, feliz, agitada, se levanta y veo como el culo le rebota en su hermoso cuerpo mientras se acerca al lavadero y se limpia la cara y las tetas con agua tibia. Cuando está limpia, vuelve a mí, se arrodilla y me besa la boca.
Luego, nos separamos los dos y le digo:
—Ahora sólo estamos los dos, mamá… y no nos vamos a vencer. No dejaré que papá se lleve a Lucy. Lucharemos para que ella se quede con nosotros. Porque es nuestra niña. Y yo soy su hombre, de las dos, sólo de ustedes dos.
—Te amo, Ernesto —me dice mami, con lágrimas en los ojos.
Su faceta lujuriosa se ha ido y ahora vuelve a ser la mami cariñosa y angelical de siempre.
Y los dos estamos desnudos en el suelo. Y yo la abrazo, mientras ella besa mi pecho.
—Ahora lo sé, mi cielo —me dice—, ahora sé que tú eres mi hombre de verdad.
—Y no te voy a fallar, Sugey, te lo juro.
Y ahí nos quedamos un instante dormitando hasta que de pronto alguien abre la puerta de la entrada, con llame propia, diciendo:
—¿Mamá?
Lucy ha llegado a casa, y bastará que entre en la cocina, para encontrar a su madre y a su hermano desnudos, tras haber acabado de fornicar.
CONTINÚA


estuvo muy bueno pero porque libro 2 ? en mi mente pensé que era porque iba a contar la misma historia desde otro punto de viste de los personajes algo así como fue con la hermana e hija no estoy criticando ni nada de echo me gusto mucho pero eso pensé una gran escritora saludos
ResponderBorrarDelicioso morboso y rico sugey es mi fantasia
ResponderBorrarMuy bueno, eres la mejor para escribir relatos
ResponderBorrarVery HOT, me encanta esta saga de verdad y aunque apenas salió hoy este relato, ya quiero saber cómo sigue, como tambien quisiera ver la confesión de Sugey a Tito de como comienzo todo con Nacho
ResponderBorraryo tambien quiero ver como empezo todo con nacho y que tito vea a nacho en accion estaria genial saludos
ResponderBorrar