EL CLIENTE DE MAMÁ// CAP. 7



Capítulo 7

***

El brassier de mi madre cae al suelo, junto a sus pies descalzos. Elevo poco a poco la mirada por todo su firme cuerpo y me dejo engatusar por sus caderas gordas que flanquean el triángulo oscuro de su pubis, cubierto por una delgada braguita negra de encaje que trasparenta su fina vellosidad.

Renuncio a constatar si esos pequeños grumos transparentes que manchan la parte inferior de su braguita y que brillan bajo la luz de la lámpara de techo son producto del sudor de su intimidad o si se originaron a raíz de alguna incómoda excitación involuntaria que la avergüenza.

“Mierda, Akira, ¿cómo puedes estar tan bien pinche deliciosa y al mismo tiempo ser mi madre? ¡Me tienes más caliente que nunca!”

Con forme la recorro con la mirada poco a poco voy pasando por su vientre, hasta llegar a la inmensidad de sus señoras tetas: dos desmesuradas carnes esféricas cuyo peso las hace colgar por el pecho.

Me causa un morbo irrefrenable contemplar lo brillantes que las tiene. Esa apariencia aceitosa que no es otra cosa que su propia babaza, saliva y los flujos que expedí de mi propia uretra mientras ella me chupaba la polla. El morbo hace que me tiemblen las piernas, porque verle las tetas así, enormes, mojadas de la superficie aun si ya se quitó el brassier es un recordatorio evidente de que mi propia progenitora me ha hecho una mamada de pene, y que yo he eyaculado dentro de su boca.

Intento respirar para controlar mi testosterona. Los latidos de mi pecho me martillan el cuerpo y apenas soy consciente de que sin importar que le haya dado una buena ración de esperma a mi madre, mi libido ha vuelto a surgir, y me quema desde los testículos y hasta la punta de mi pene.

“Qué rica estás, madre…”

Tal y como lo pensaba, sus pezones y areolas son como el color de la carne del salmón, que resaltan por la blancura de su piel y por la espaciosa circunferencia de sus areolas, que cubren buena parte de sus cimas.

Me quedo contemplándolas durante mucho tiempo, el suficiente para que mi madre carraspee y me obligue a levantar mis ojos hacia su cara:

Al verla noto que se está riendo. Y yo me pongo rojo de la vergüenza. No sé cuánto tiempo vamos a poder soportar esta tensión sin que pase nada.

—¿Te ríes, Akira?

Ella, respirando densamente, retrocede un poco y se sienta en la cama, donde sus nalgas se extienden al soportar todo su cuerpo. Con el movimiento sus obesas mamas comienzan a bailar en su pecho. Mis ojos se clavan nuevamente sobre ellas y mis pupilas también se balancean en torno a sus propios movimientos.

—Mis ojos los tengo arriba, mi coronel —escucho la risita inquisitiva de Akira.

Levanto de nuevo la mirada y la veo sonriente, como si no la hubiera estado asfixiado minutos atrás con mi glande clavado en su garganta.

—Perdón mamá… es que tus tet… pechos son muy grandes. Difícilmente pueden pasar desapercibidos.

Akira enarca una ceja, agacha la mirada para vérselas, como si no supiera lo magnánimas que son, y me dice:

—¿Tú crees?

—Sí, sí. Son demasiado vistosas. —Evito decirle lo mucho que estoy fantaseando con agarrárselas, amasarlas, estrujaras, hasta que ella grite de dolor y de placer mientras pronuncia mi nombre—. Llaman mucho la atención. Parecen sandías muy carnosas.

—Bueno, hijo —murmura ella, y con sus dedos intenta limpiar la humedad de la superficie de sus senos mojados, sin saber que aquellas frotaciones me recuerdan a las actrices porno cuando se dan placer así mismas—, entiendo que otros hombres pudieran sentir fascinación por mis senos, ¿pero tú?, no, Erik, tú no deberías, es impropio.

—¿Porque soy tu hijo?

—Porque no deberías, corazón, dejémoslo ahí.

Se sigue sobando sus grandes tetas y yo siento cómo palpita mi falo mientras observo sus ligeros desplazamientos. De pronto Akira se agarra con las manos sus dos carnosidades, las cuales al ser tan inmensas se salen entre sus dedos.  Sin una razón aparente salvo la de provocarme, se las levanta y sin decir agua va las deja caer, de manera que éstas rebotan con bastante sensualidad y fiereza sobre su pecho.  

Yo jadeo, con la sangre hirviéndome en las venas, y ella suspira, como acalorada. Posa su mirada en mi entrepierna y luego asciende hasta encontrarse con mis ojos llenos de morbo y culpabilidad al sentir lo que siento por ella. Akira sonríe, maliciosa, y yo odio no poder leer su mente y no saber lo que piensa.

—Veo que no ha valido la pena la atragantada que me acabas de dar, ¿eh, mi coronel?

—¿Por qué lo dices?

—Por eso… —señala con su dedo índice mi poderosa erección que nuevamente parece una espada lista para el ataque. 

—Ups, lo siento —contesto avergonzado, llevándome las manos hasta mi centro, como si acaso pudiera ocultarla.

—Ni siquiera lo intentes mi amor, con tus manos no puedes cubrir ni la mitad. La tienes muy grande.

Oír a mi progenitora hablar sobre la magnitud de mi pollón me escalofría. El pudor entre los dos está cediendo. Ambos nos estamos abriendo completamente.

—Creo que me pasaste tus genes de crecimiento, madre. La gordura y longitud de mi miembro es proporcional a la gordura y pesadez de tus pechos. 

Antes de que podamos decir nada más, ambos nos carcajeamos de verdad. Me gusta esta complicidad que tenemos entre los dos. Esta extraña confianza libre de tabúes que está surgiendo en apenas unas horas de estar juntos en el interior de ese pequeño cuarto, y que nunca logramos tener durante todos nuestros años de vida juntos. 

Antes habría sido imposible que estuviésemos desnudos frente a frente sin pudor en una misma habitación. Recuerdo a mi madre como una mujer muy seria y pudorosa. Sin embargo, a estas alturas ella ya me ha hecho una mamada magistral con la boca y ahora se ha quitado el sujetador para enseñarme sus hermosos senos.

—De todos modos, cielo, te pido por favor un poco más de fuerza de voluntad. Quiero decir que tienes que… ser más contundente con tu mente. Entiendo que mi desnudez te produzca esta clase de estímulos en tu cuerpo, pero tienes que admitir que no puedes dejar que cada vez que mis pechos estén al aire tú tengas una erección.

—¿Te incomoda?

—Más que incomodarme… me… descontrola… las hormonas, quiero decir… ay, Erik, no me hagas pasar por esto, por favor, que me da mucha vergüenza.

¿Es mi impresión o mi madre me acaba de revelar que ver mi dureza la pone cachonda? ¡Joder!

—Entiendo tu punto, Akira, pero te juro que… no lo puedo evitar. Si tan solo fueras menos hermosa. —Mi progenitora sonríe tímidamente y veo como mi halago la anima fervorosamente—. Soy hombre, y como tal tengo ciertas reacciones que no puedo evitar.

—¿Y no puedes esforzándote diciéndote a ti mismo que yo soy tu madre, y no una de esas prostitutas baratas que has tenido que alquilar en el pasado?

Casi siento que me lo dice muy celosa. Y eso me hincha el ego. Me hace feliz.

—Para esta clase de situaciones valen poco nuestros parentescos. Además, yo jamás te podría comparar con una de esas mujeres. Ninguna es tan bella y… apetitosa como tú.

—¿Dijiste “apetitosa”? —se alarma, y sus pechos se mecen.

—¿Yo? Em… no…no…

Mi madre cavila, pone sus manos en las sábanas y no sé si lo hace aposta, para poner a prueba mi fuerza de voluntad, pero veo que saca sus pechos un poco más. Sus pezones brotan como si fuesen pequeños volcanes, y entonces mi entrepierna me vuelve a hormiguear.

—De todos modos, mi coronel, debes de controlar tus hormonas. Veme a mí, por ejemplo: yo me encuentro tranquila aun si también te estoy viendo desnudo, peor aún, con esa indecente y enorme erección que llevas en las piernas.

Quisiera rebatir su argumento, decirle que yo no soy tonto y que puedo ver claramente cómo sus pezones están tiesos producto de su calentura. Y qué decir de su braguita manchada de sus flujos. Eso sólo pasa cuando una mujer está verdaderamente cachonda.

—Pues entonces intentaré relajarme, Akira, lo prometo —Me encojo de hombros y veo cómo ella deja de estar tensa.

—¿Me sobarás la espalda, entonces, cariño? —me sonríe con dulzura.

—Lo haré —me conformo—. Acuéstate de espadas en la cama.

Me dirijo hasta el buró donde he puesto los ungüentos con los que pretendo masajearla, y trato de que mi erección vuelva a su estado natural. No me siento cómodo con este pollón balanceándose obscenamente delante de mi progenitora como si fuera algo normal.

No obstante, al volverme hasta ella la sorprendo viéndome el culo y los huevos que me cuelgan. Ella reacciona avergonzada al sentirse descubierta y al mismo tiempo noto que no se echado en la cama como le dije, sino que continúa sentada allí, al ras de la cama, con sus pechos hinchados calentándome, y sus mejillas rojas, con una expresión apenada.

—¿Pasa algo? —le pregunto, para no incomodarla cuestionándola sobre el por qué me estaba mirando mis partes pudendas con tanta atención.

—Emm… no, no… ya me iba a recostar en la cama.

Antes de que ella se eche, le digo: 

—¿Te puedo hacer una pregunta?

Ella extiende los ojos, nerviosa, creyendo que ahora sí la voy a atormentar preguntándole sobre lo que acaba de ocurrir.

—Ade…lante mi coronel.

Insisto, cada vez que me llama coronel con esa voz nerviosa y traviesa a la vez, mi falo palpita.

—¿Siempre has tenido los pechos así de grandes?

Mi madre suelta todo el aire, aliviada, y luego se ríe:

—Pues sí, mi amor, creo que sí.

—¿Y dices que me diste de amamantar desde bebé hasta los cinco años?

—Sí, sí, eso dije, Erik —se vuelve a reír, entre nerviosa y maliciosa—, ¿pero por qué me preguntas todo esto y con esa cara tan morbosa que has puesto?

Ahora soy yo el que reacciona apenado.

—Es que… vamos, madre, que veo la magnitud de tus senos y no me explico cómo un bebé recién nacido como yo pudo abarcar con su pequeña boca toda esa inmensidad que tienes. Creo que uno solo de tus pechos es más grande que una cabeza de bebé.

Akira se echa a reír encendiéndosele nuevamente las mejillas.

—¡Qué cosas dices, cariño, por favor!

—Sólo era curiosidad, madre, eso es todo.

—Pues desde bebé fuiste un niño guerrero, al cual le gustaba ir a la batalla. No me extraña que quieras ser militar.

—¿Qué quieres decir?

—Que con todo y lo grande que te parecen mis pechos, Erik, tú lograste alimentarte absorbiendo buena cantidad de leche con tu pequeña boquita como todo un campeón. 

Imaginarme de pequeño, ingiriendo leche desde sus grandiosas mamas me prenden enseguida.

—Pero incluso en esa época de lactancia, Akira, imagino que tus pechos debieron de ser más grandes aún, ¿verdad?, con la cantidad de leche que tenías en las glándulas mamarias de seguro que se pusieron más gordos.

—Pues sí… era mucho más grandes que ahora.

—¿Cómo melones carnosos?

—Como sandías —responde.

—Ufff… —se me escapa sin querer.

Akira mira mi entrepierna como para corroborar que mi erección se había vuelto más dura y consistente con lo que acabamos de decir, y yo le digo:

—¿Y aun si eran así de grandes, tus pechos lactantes, mi boca pudo abarcarte la superficie?

—Andas especialmente curioso hoy, hijo.

—Es… sólo curiosidad —sonrío inocentemente.

—Pues ¿qué puedo decirte, cariño? En realidad tú sólo necesitabas prenderte de mis pezones con tu pequeña boquita para sacarme la leche: no precisabas de abarcarme el pecho entero.

Imaginarme de niño pegando mi lengua a sus pezones me pone como una moto.

—Ahora entiendo por qué sólo se nos amamanta cuando somos bebés —le digo—, porque con esta edad que tengo ahora, si yo tuviera que mamarte las tetas para beber tu leche, sin duda no sólo me concentraría en tus pezones, sino también en el resto de tus carnosas circunferencias.

—Cómo eres tonto, Erik —se ríe nerviosa, respirando agitada—. De todos modos, con la edad que tuvieras, seas bebé, adolescente o ahora que ya eres un hombre, con tu boca serías incapaz de abarcarme ni siquiera la superficie de cualquiera de mis senos.

Ella se los vuelve a estrujar con aparente inocencia, sin imaginar que cada vez que juega con ellos yo me caliento como un pervertido.

—Si tuviera que apostarte algo perderías, ¿sabes, Akira?

—¿Ah, sí? —me miró con desafío, soltándose las carnosidades, que vuelven a balancearse en su pecho.

—Mi boca es grande, ¿la ves? —se la enseño—, y cuando se trata de chupar tetas se vuelve mucho más elástica. Te recuerdo que tengo experiencia con eso.

—¿Qué quieres decir? —enarca una ceja. Sus pechos siguen moviéndose.

—Que estoy seguro que podría abarcarte con mi boca al menos la mitad de una de tus mamas, y no sólo la superficie, como dices tú. 

Mi madre sonríe, hincha su pecho de oxígeno y me dice casi tartamudeando:

—Es imposible que las pudieras abarcar aunque hicieras un esfuerzo enorme por romperte la quijada, cariño.

—No me subestimes, Akira, que aquí la única que no tiene una boca para abarcar un miembro eres tú.

—¿Perdona? —se pone colorada cuando interpreta mi comentario.

—Sólo pudiste meterte la mitad de mi verga en tu boca. —Al emplear la palabra “verga” ella se atacada, pero luego respira lentamente y responde:

—A los niños mentirosos se los lleva el diablo, Erik, ¿lo sabías?

—Yo no he dicho ninguna mentira, Akira. Tú sólo pudiste comerte la mitad de mi miembro.

Mi madre se ríe, entre molesta e incómoda.

—La prueba de que me tragué toda tu erección es que todavía siento el picor en mi boca me provocó el contacto con los pelillos de tu pubis.

Que mi madre emplee la palabra “tragar” para referirse a la felación que hizo me excita y me escalofría.

—Y yo todavía siento tus uñas clavadas en mis nalgas de cuanto la tenías toda hasta el fondo, mamá. 

Los dos nos reímos, sin apenas lograr conectar nuestras miradas por más de tres segundos. Hay algo de pudor en esta rara conversación.

—Pues ahí lo tienes, yo sí pude comérmela toda, hijo.

—Pero no por ti sola. Fui yo el que, con el calor del momento, tomé tu cabeza y la eché contra mi pelvis, al tiempo que empujaba mis caderas para que mi erección te atravesara la garganta.

—Y gracias a eso por poco me metas de asfixia.

Los dos nos reímos de su comentario como si lo que acabamos de hacer fuera de lo más natural.

Y es aquí donde comprendo que esta no es precisamente la clase de conversación que debería de tener una madre y un hijo. En otras circunstancias probablemente ella me estaría preguntando por cómo iba mi estancia en el cuartel, cuáles eran mis progresos, mis aspiraciones, y cómo iba con mis ambiciones para lograr una plaza en el ejército.

Esta noche, sin embargo, estamos hablando de sus tetas y de mi verga. Algo casual, ¿verdad? Ella insiste en que yo no podría abarcar ni siquiera la superficie de sus pechos con mi boca, y yo le recuerdo que ella no pudo tragarse toda mi longitud por sí sola, sino hasta que yo mismo se la hundí en las amígdalas.

—Pero de todos modos perdiste, Akira —persisto—, porque no fuiste capaz de devorártela sin ayuda.

—Eso no quita que tú tampoco podrías abarcarme la mitad de mis pechos con tu boca —me desafía.

—¿Apostamos? —le propongo yo.

—¿Apostar qué? —se horroriza, cerrando la boca de facto—

—A que sí puedo comerme la mita de tus tetas con mi boca. 

 

***

—Es.t.o n…o es…tá bien…, Erik… —me indica mamá con su respiración bastante agitada.

Ella continúa sentada, sobre la cama, y yo me he arrodillado a centímetros de ella, incluso tomándome el atrevimiento de separar sus piernas para acomodarme entre las dos, de modo que mi boca quede a la altura justa de sus dos tetazas.

—Por favor… cariño… mejor volvamos en lo que estábamos… —dice ella, con la voz como soplido—, masajéame la espalda… y te prometo que voy a gemir… para que me escuchen tus compañeros.

Ya ni siquiera me acordaba de ellos. Los cabrones o bien se aburrieron de oír nada, o bien continúan por los pasillos merodeando, burlándose de mi “nula” vitalidad para hacer gemir a mi supuesta prostituta.

—¿Eres sensible a los estímulos de tus pechos, madre?

Coloco mis manos en sus laterales, sin atreverme a estrujar sus pechos aún, como son mi más fervientes deseos.

—S…í… —dice ella temblando, como si quisiera echarse hacia atrás para que sus carnosidades no estén tan cerca de mí—, muc…hho…

Su respuesta me saca una perversa sonrisa. Deslizo mis dedos por su piel sedosa, y ella jadea por primera vez con un erótico “Ouff.”

—Déjame masajearte entonces tus pechos, madre, después de todo… también te vas a relajar, y quizá mucho más que si te lo hiciera en la espalda.

—¡Pero mis pechos son… partes pudendas que tú no puedes siquiera mirar...!

—Y sin embargo te las estoy mirando —le recuerdo, devorándome con la mirada la gordura de sus carnosidades, que continúan brillantes ante mis ojos.

—¡Peor aún… ahora quieres masajearlas, hijo…! Eso no…

—Tú me agarraste la verga, mamá, ¿por qué yo no podría agarrarte ahora tus pechos? Sería lo justo.

—¡Pero yo soy tu madre! ¡Es completamente diferente!

—Y yo soy tu hijo —intento convencerla—, ¿por qué es diferente? Malo sería si fuera un extraño para ti. Además, si te pones a pensar, Akira, literalmente tus senos no son extraños para mi boca ni para mi lengua.

—¿Qué quieres decir? —contesta ella horrorizada.

—Me amamantaste cinco años, ¿lo recuerdas? Mi boca ya ha tenido antes tus mamas. Nuestro contacto fue muy carnal entonces. Apuesto que al chupártelas de nuevo tus pechos incluso podrían reconocerme como tu hijo.

—Ay, por favor, Erik, eso es diferente —responde contrariada, abriendo los ojos como plato—, en aquél momento tú eras un inocente bebé que no me chupabas los pechos con morbo ni con lascivia.

—Ahora tampoco lo haría de esa forma —miento.

—¿Entonces por qué tienes esta terrible erección?

—Porque es algo natural.

—Natural fue que me comieras los pechos cuando eras sólo una criatura que trataba de adaptarse a la vida con el mejor método de supervivencia que tenía a su alcance que era la leche que yo te proveía. Lo que me pides ahora ya está fuera de nuestro alcance.

—Y yo pienso que lo que te pido está más cerca de mi alcance de lo que tú misma quieres reconocer —susurro.

Y me aproximo un poco más a ella, peligrosamente. Mi glande está palpitándome con intensidad. El corazón me retumba muy fuerte. Mi respiración, como la suya, se ha condensado en mi garganta. Mis manos tiemblan al frotarle su vientre febril y esa espasmódica sensación de mis palmas se intensifican exponencialmente a medida que comienzo a subirlas por su cuerpo.

—¡Erik no! —exclama asustada.

Pero ya es demasiado tarde. Mis manos se deslizan desde su vientre hasta la parte baja y pesada de sus mamas, y ella jadea con vergüenza y aceptación. Es recorrer cada milímetro de sus carnes para que se estremezca como si se estuviera electrocutando. Y esa deliciosa electricidad me la traspasa a mis dedos y me recorre la sangre por todo mi cuerpo.

—¡Aaaah…! —infla su pecho como si una vaharada de oxígeno se le hubiera atorado por dentro—, ¡por favor no! ¡oh, nooo, oh nooooo!

—Sí… yo quiero… déjame… por favor… sólo déjame hacerte disfrutar —le pido yo enloquecido, al ir acariciando cada parte de sus deliciosas gorduras que se tensan en mis propias manos.

—¡Nooooggg! —aúlla ella, apretando sus piernas contra mis laterales, mientras sus dedos empuñan las sábanas de mi cama, como si quisiera sostenerse a través de ellas para no ceder a lo que está sintiendo por dentro.

 —Tranquila —susurro—… no te lastimaré.

—¡Erik…! —resopla, presa de sus propios deseos y lo que considera inmoral—…¡Ohhh… Erik… Erik! ¡No, oh, no!

La excitación que gobierna mi cuerpo se incrementa cuando mis dedos logran palpar la rigidez de sus pezones y los froto con las yemas, al tiempo que mi falo sufre un espasmo involuntario a medida que voy cerrando poco a poco sus cumbres.

—¡Ay, ay…! —resuella entre gemidos.

Mis manos finalmente se apoderan de toda su extensión superficial y luego las aprieto dulcemente sin causarle tanto dolor.

—¡Ay, ayyy, ayyyy!

Toda la carnosidad de sus tetas se entierra entre mis dedos, y esta maravillosa sensación que siento me vuelve a impulsar a hacerlo otra vez. Por eso destenso mis dedos y luego las vuelvo a estrujar. ¡Qué delicia es percibir sus duros pezones clavándose en mis ardientes palmas! Toda vez que mis dedos se hunden nuevamente en sus gorduras.

—¡Erik… Erik! —Ahora las amaso con ansias. Las estrujo con más fuerza y a mí me excita la forma en que mis dedos se entierran entre sus pechos—… para… para… ¡Erik!

La resistencia que pone mi madre mientras le magreo las tetas no coincide con su rostro desencajado, sus ojos torcidos, su boca semiabierta, lasciva, y esos jadeos libidinosos que me calientan aún más.

—¡Por favor… por favor…!

Y yo agarro sus pesadas abundancias y las levanto hasta que sus pezones están a la altura de su propia boca mientras sus ojos los observan con impresión. Luego, sin dejarla reaccionar, como si fuesen dos pelotas de carne las suelto desde arriba y éstas botan en su pecho, provocándome una nueva palpitación en la verga.

—¡Oh… no… oh noooo! —farfulla—. ¡Ya no más… Erik!—jadea, acalorada—, ¡por favor para…!—Ahora se estremece.

 Ella me mira a los ojos, con un gesto de súplica, y yo solo puedo observar una indicación donde mi indica que vaya un paso más allá de nuestra ya de por sí agrietada moral. Por eso lo hago, y también porque lo deseo. ¡Porque tengo hambre de ella, de todo lo que mi madre significa para mí!

Ni Akira ni yo esperamos que como un animal salvaje pegue mi boca contra uno de sus pechos y lo devore como si no hubiera un mañana:

—¡Erik! ¡ERIK! —grita, moviendo el culo sobre la cama a medida que las células de su cuerpo empiezan a despertar—. ¿Qué… haces… mi cielo…? ¡No… No…!

Con la punta de mi lengua ataco su pezón, primero uno y luego otro; lo presiono muy fuerte como si fuese un botón. Lo empapo de saliva, y luego soplo sobre él: vuelvo a escupir sobre sus pezones y después con mis labios recojo su humedad.

—¿Qué me estás haciendo… mi coroneeeel….?

Con mis dientes me apodero ahora de sus pezones y los estiro sin piedad. No me importan sus gritos, porque de alguna manera los cabrones de allá afuera están empezando a fantasear. Por eso abro mi boca lo más que puedo y luego la cierro hasta donde lo puedo lograr.

—¡Ya no más… ya no máaaas…!

 Y me complace descubrir que ella tenía razón: sus tetas son demasiado inmensas como para yo poderlas abarcar ni siquiera a la mitad.

Convencido de que he perdido el desafío, no me queda más remedio que dejarme llevar por mi libídine, y empiezo a morderle los pechos como si en realidad me los quisiera tragar. 

—¡Aaaaahhhhh! —llora mi madre, estremeciéndose de placer—¡Oh, Erik, Erik!¡AAAAAAAAHHHHHH!

Y con su último gemido procedente de su boca me anuncia su total claudicación a su propio pudor, a su moral y a su sentido humano.

Qué indecente es decir que he puesto a mi madre muy caliente. Pero lo sé y lo siento. Su cuerpo está ardiendo. Sus pezones han brotado mucho más duros contra mí.

Y a mí me excita la abominación que estoy haciendo, al comerle las tetas a mi propia madre. Me excitan sus gemidos “¡Ahg!” “Ohhhgg” Me excita que cada vez que puede pronuncie mi nombre como si le implicase alguna de clase de morbo hacerlo; “¡Oh, Erik, Erik!”.

Me excita que la resistencia que ponía antes de que claudicara, ahora la haya canalizado a través de sus manos, que han dejado de apretar las sábanas y ahora se han posicionado en mi espalda, la cual acaricia con lujuria, en tanto yo continúo dándole bocados a sus carnosidades. 

—¡Me encantas tanto… Akira… tanto! —le digo—, ¡que en verdad querría que fueras una hembra de mi propiedad!

Y es entonces cuando, sin preverlo si quiera, escucho que ella comienza a llorar.


 

***

Toda la lujuria que ha escapado desde mi alma y espíritu se congela en el aire cuando levanto la vista y veo sus ojos empapados. Me asusta su reacción, y no puedo más que llevar mis manos a sus mejillas y frotarlas con amor,

—¿Qué ha pasado, hermosa mía… qué te he hecho? —Yo siempre he sido un hijo que le habla con cariño a su madre, pero ahora, estas palabras me salen del alma, con un sentimiento distinto con el que la solía tratar—, ¿te he lastimado?

—Yo… oh, Erik…

Ella recoge sus manos y las coloca en mis gruesos antebrazos, mientras mis dedos continúan frotándole las mejillas, recogiéndole las lágrimas.

—¿Te mordí… muy fuerte? Perdón, mamá, soy un imbécil… ¡Yo pensé que lo estabas disfrutando y…! Mierda, Mierda —me castigo mordiéndome los dientes—.  ¡Perdóname, por favor! Que bruto soy, lo siento, lo siento… de verdad lo siento.

—No, no, hijo, no se trata de eso… No me has lastimado. Todo lo contrario, yo… ¡ay, mi amor!, si supieras lo que siento por dentro…

Sus dedos me aprietan más fuerte, como si quisiera traspasar mi piel.

—¡Sólo dime lo que te ocurre, madre, pero por favor ya no llores! ¡Me partes el alma…!

—¡Tú no eres culpable de nada, hijo, de nada…! ¡Son los recuerdos… de mi vida, son los recuerdos!

—¿Te acordaste de papá mientras te chupaba los pechos? —me escandalizo cuando entiendo lo que le ocurre.

Y no puedo evitar que mi voz salga golpeada. Unos celos muy filosos se vuelcan contra mis sentimientos y mi orgullo. No puedo creer que mis mamadas de pechos la hubieran hecho acordarse de él. Me lastima no haberme ganado un lugar en su propia intimidad por mí mismo.

Y por eso me dije que si todo lo que le hiciera le recordaría a él… a mi padre… entonces ya no tenía sentido nada de esto.

Estaba a punto de levantarme, vestirme y pedirle que ella también se vistiera, cuando de pronto me respondió:

—Sí recordé a tu padre, Erik fue porque nunca me hizo sentir como tú.

El alma me volvió al cuerpo en un instante. Mi corazón latió muy fuerte y nuevamente comencé a frotar sus mejillas con verdadero amor.

—¿Qué significa eso, madre?

—Siempre… siempre quise esto, hijo, ¿lo sabes? Sentirme así, deseada, amada. La forma tan ansiosa con que… me has tomado… tu respiración tan agitada mientras me recorrías cada parte de mi piel… ¡Esa adoración con la que me lamías, con la que me chupabas, con la que me absorbías en tu boca los pezones! ¡Oh, Erik… ha sido tan maravilloso! Nunca me gustó ser solo una cavidad en la cual tu padre pudiera acceder cuando tuviera necesidades, en las que pocas veces era afectuoso… como tú…

La estaba mirando con intensidad. Ella tenía sus ojos clavados en los míos. El contacto de sus manos en mi piel me fascinaba.

—En pocas palabras, cariño… él… nunca, te juro que nunca me comió los pechos de esta manera tan… desesperada y apasionada… y esa sensación de nostalgia me ha hecho llorar… pero no es por ti, mi gran hombrecito… ¡tú me has hecho feliz… muy feliz…!

—¡Pero si eso que me dices es perfecto! —le digo, con mi corazón ardiendo por ella—. ¡Lo que he hecho con tus pechos es lo que me has inspirado tú! ¿Por qué pensar… ahora en ese cabrón que no te ha valorado para nada?

Mamá deja de llorar, sonríe, pero ahora parece avergonzada. Recoge sus manos y las vuelve a colocar en la cama.

—Perdóname, Erik, sé que no es propio que una madre le hable de estas cosas tan íntimas a su hijo.

—Por favor, madre, con todo respeto, pero ya me has chupado la polla, yo mismo te acabo de chupar los pechos hasta saciarme. ¿Crees de verdad que todavía tenemos alguna franja que no debamos de traspasar?

Ella entrecierra los ojos, hace una mueca como de arrepentimiento y me dice:

—Me lo dices y todo suena tan terrible, hijo… ¡qué vergüenza!

—¿Vergüenza por qué? —Esta vez acuno su hermoso rostro con mis manos—. No hemos hecho nada de lo cual tengamos que arrepentirnos.

—¿Cómo puedes decirme eso si tú mismo acabas de rememorar cada una de nuestras faltas, Erik?

—¿Te parece una falta que un hijo y su madre adoren sus cuerpos?

—No sólo hemos adorado nuestros cuerpos, Erik, sino que también nos hemos… deseado. Y ética y moralmente lo que hemos hecho es una abominación.

Me cala hondo su postura, y se lo hago saber:

—¿Te has sentido ofendida con mis labios en tus pechos? ¿Te ha parecido una abominación lo que yo he hecho con tu cuerpo? Porque tu lengua, en mi pene, madre, me ha resultado la experiencia más maravillosa que tuve en mi vida.

—¡No digas eso, por favor, Erik, me siento incómoda!

—Hemos roto tabúes, Akira, lo hecho hecho está y tenemos que seguir adelante. No retrocedamos nuevamente hacia esos valores morales que dicta nuestra hipócrita sociedad.

—¡Me da vergüenza, hijo… mi comportamiento contigo! ¡De alguna manera quien ha fallado en esta relación soy yo, que soy tu madre, y quien debería de velar por ti y protegerte! Y, sin embargo, mírame, ¿qué he hecho? ¡He permitido que sucediera algo que nunca tuvo que haber sucedido! ¿Qué pensarás de mí mañana, pasado mañana y en el futuro? ¡Que le chupaste los pechos a tu propia madre, y que esa misma abominación de madre te ha… te ha… hecho un oral! ¡Oh, por Dios!

—¡Pero me dijiste que te ha gustado lo que te he hecho, madre! ¿Por qué te arrepientes ahora?

—¡Porque esto es antinatural, Erik! ¡Y no puede suceder nunca más…! Yo… te lo agradezco, te lo juro… tú me has hecho feliz… muy feliz… aun si sólo lo hiciste para no hacerme sentir mal!

—¿Perdona?

—¡Erik… querido, ¿crees que no sé… que parte de lo que has hecho esta noche conmigo es solamente para reconfortarme?! ¡Porque tú me quieres, y sabes que no estoy en mi mejor momento! La lástima que sientes por mí es hasta natural… pero no debes… de esforzarte más… yo estaré bien, te lo juro, hijo, te lo juro.

Casi siento como si una llamarada de fuego se clavara dentro de mi pecho al saber que mi madre está convencida de que yo me he prestado a mis instintos más primitivos sólo porque siento pena por ella.

—¡Tu padre ha dejado mi autoestima en los suelos, Erik! ¡Me ha cambiado por una mujer veinte años menor que yo! Y lo hizo porque ya no lo atraía físicamente, porque me considera vieja y aburrida. ¿Sabes lo que rondó por mi cabeza cuando me dijiste que para venir aquí debía de vestirme como una prostituta? Claro que me horroricé al principio, pero luego, quise darme un gusto de pecado. Quería saber si… a pesar de ser una mujer madura, todavía podía robarle al menos una mirada a alguno de tus compañeros.

Cierro y aprieto los ojos, rabiando y sintiéndome terriblemente mal. Y justo en este momento nace un odio creciente por mi padre que me ataca por todo mi cuerpo.  

—¿De verdad crees que todo lo que he hecho es porque me causas lástima, madre? —se lo pregunto acercándome mucho a sus ojos. No quiero que tenga dudas sobre mi palabra—. ¿Crees que lo he hecho ha sido sólo para hacerte sentir bien? ¡Carajo, madre! ¿Crees que esta erección que tengo y que tú has visto se puede fingir?

Entonces me levanto del suelo, enérgico, y conmigo incorporo a mi madre, quedando ambos de pie. Su cabeza apenas llega a mi pecho, y por eso empleo una de mis manos para elevar su mirada hasta la mía. Luego, cuando nos conectamos visualmente, deslizo mi mano derecha hasta la suya, y cuando la atrapo la llevo sin pudor hasta mi enardecida y vigorosa verga, que salta a su tacto y a su fuego.

—Erik, por favor… ¿qué haces?

—¡Agárramela y dime si esta dureza es por lástima!

El rostro de mi madre está congestionado. Yo maniobro con mis dedos para que mi mano se extienda y me apriete mi pollón, el cual palpita sobre su piel, asustándola.

—¡Dime que no sientes el calor que emite esta polla mientras la aprietas, madre! ¡Dime que no sientes cómo palpitan sus venas llenas contra ti!

—¡Ya… basta… Erik… basta…!

—¡Si quieres que te sea sincero… madre… tú a mí no sólo me gustas como mujer: sino que me excitas, me calientas, me la pones dura! ¡Te deseo sexualmente y sé que al sentir lo que siento estoy siendo un puto cerdo!

—¡Por favor, Erik! —jadea ella, pero al mismo tiempo aprieta más fuerte mi erección, y no la suelta, sino que más bien la frota, y me la pone más dura aún.

Por eso yo la rodeo por la cintura, la atraigo más hacia mí de manera que sus pechos se aplastan contra mis abdominales.

—¡Te prohíbo que vuelvas a creer que no eres digna de un hombre, cuando somos nosotros los que no somos dignos de ti!

Desplazo lentamente mis dedos hasta sus deliciosas nalgas, y los entierro sin piedad. Yo la miro con deseo, con hambre, con lujuria, y le digo:

—¡Te prohíbo terminantemente que pienses que no eres capaz de seducir a ningún hombre, cuando… si quieres que te lo confiese… ahora mismo yo, que soy tu hijo, ardo en deseos por hacerte el amor!

—¡Oh, no, no! ¡Erik… no digas eso… soy tu madre! ¡Soy tu madre… Erik…!

—¡Quiero echarte sobre esta cama, Akira, y acariciarte con mis manos, con mi miembro, con mis labios, con mi lengua —A medida que le sigo amasando sus inmensas nalgas ella empieza a jadear—. ¡Quiero besarte, quiero comerte y quiero penetrarte como nunca lo hizo nadie en tu vida!

—¡Erik…! —empiezo a empujarla lentamente hacia la cama, ella retrocediendo, y yo caminando hacia allá, arrastrándola—… ¡no me incites… no me desees… no me…!

—¡Ya te incité, ya te deseo, y ahora te quiero amar entre las sábanas de mi cama, madre… por favor…!

—¡Basta… no quiero… no…!

Suelto una de sus portentosas nalgas y desplazo mis dedos hasta su entrepierna, la cual encuentro con los encajes empapados, pegajosos, completamente calientes.

—¡Estás empapada… claro que quieres…! —sonrío.

—¡No, No! ¡Erik… oh… Erik…!

Finalmente sus pantorrillas chocan contra la cama, y yo continúo hurgando entre los encajes de su entrepierna inundada, en tanto mi otra mano sigue amasando sus nalgas y la suya, la derecha, me sigue apretando la verga como si no la quisiera soltar nunca.

—¡No te lo pienses…! —acerco mis labios a sus mejillas y las beso, primero una y luego otra—… ¡no te privas de lo que sientes…!

Continúo frotando sus braguitas mojadas y ahora trato de filtrar mis dedos hacia su sexo, mientras ella empieza a gimotear, agitada, con desespero.

—¡Sigue tus impulsos, madre… ¿no es eso lo que siempre me has dicho?!

Y entonces ella empieza a lloriquear, pero esta vez no es de tristeza, sino de entrega, de asentimiento… de placer…

—¿Te animas… madre…? ¿Te animas a entregarte a mí… y yo a ti…?

Y cuando mi dedo índice logra colarse entre su braguita de modo que consigue frotar su empapada vulva, mi madre se deshace en mis brazos, ardiendo, gimiente, lloriqueando, mientras me dice:

—¡Fóllame, Erik… y hazme sentir más mujer!

CONTINÚA 

 


 

 

 

 

 

Comentarios

  1. Literalmente; Este relato es arte. Puede que sea inmoral hasta cierto punto. Pero sigue siendo únicamente fantasía y está tan bien escrito. Ojalá le dediques más espacios a este relató.

    ResponderBorrar
  2. Que excelente capítulo donde Erik logra con el arte de la seducción poder convencer a su propia madre de ser capaz de entregarse a la lujuria y al deseo por su propio hijo, lo único malo que deberemos esperar un capítulo mas para poder disfrutar de una buena follada que se darán ambos (eso me imagino).
    Lujuria, pasión y deseo se podría encasillar este episodio.
    Mil felicidades mi niña.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Comentarios